12/13/2012 por Marcelo Paz Soldan
Graduarse de niños

Graduarse de niños


Graduarse de niños
Por: Brayan Mamani Magne


(Texto leído por el autor durante la presentación de la novela Tan cerca de la luna, obra ganadora del Premio Nacional de Literatura Infantil)

Alguna vez José Emilio Pacheco, uno de mis poetas favoritos, escribió lo siguiente:
La mayoría de edad / No se alcanza por fecha de nacimiento / Ni consta en los archivos oficiales. / Nos graduamos de adultos nada más / Cuando alguien nos deja.
Con esas palabras, el gigante mexicano nos decía que solamente la soledad nos hace hombres o mujeres. Que, para empezar una nueva etapa, hay que ser abandonados.
Ahora, yo me pregunto ¿cuándo nos graduamos de niños? Es decir, ¿cuándo dejamos de ser inocentes y comenzamos a conocer el mundo tal y como es? Algunos creen que cuando tu voz empieza a cambiar. Otros dicen que cuando esa masa multiforme de células y órganos llamada cuerpo se hace más grande, más montañosa, más laberíntica y por tanto más incomprensible.
Cuando empecé a escribir Tan cerca de la luna me planteé eso: ¿Cuándo empezamos un nuevo camino hacia ese horizonte extraño y sicalíptico que es la adultez? ¿Será que, al igual que ocurre con los adultos, para graduarse de la niñez algo o alguien tiene que dejarnos?
No lo sé. De lo único que estoy seguro es que no importa si eres niño, adulto o anciano, esa ausencia, aquel hueco que alguien o algo deja en tu vida es lo que te abre las puertas a la siguiente fase. Nadie es el mismo luego de que su perro ha muerto. Ninguna mujer mira igual al horizonte luego de que el amor de su vida ha partido lejos. Una cara sin un ojo ve diferente. Aquel terreno que antes tenía un cerezo y que ahora no lo tiene deja de ser un jardín y da paso a convertirse en algo triste: un cementerio, una pista de aterrizaje, un edificio de oficinas. La ausencia, la falta de algo, es como una llave que abre la puerta de la siguiente parada: la adultez.
En mi libro uno de los personajes se pregunta: “¿Cómo se siente un coleccionista de lunas al saber que hay una luna que jamás podrá tener? ¿Cómo se siente la gente incompleta, a la que le falta algo: un padre, una esposa, un perro, una pierna, una tapa de cerveza? ¿Cómo se sentía Galileo?”
Con Tan cerca de la luna quise hablar sobre una luna, es cierto. La luna de Miraflores, la luna de la Vásquez, la luna de Villa Victoria, esa luna gigantesca de Ciudad Satélite. Quise hablar sobre mi luna favorita: la luna del campo. Pero también quise hablar sobre el jazz; sobre las montañas: sobre su silencio unánime y sus caminos pedregosos y apasionados; quise hablar sobre la energía de un lago invisible, el amor de una mujer blanca como la leche; sobre lo difícil de la escritura; sobre la alegría y la esperanza desenfrenada de la infancia; quise hablar sobre la ausencia. En fin, Tan cerca de la luna es una obra que habla de niños y adultos que buscan su luna y que maduran en el intento. Niños y adultos que, sin querer queriendo, terminan graduándose en la materia más difícil de la vida: la soledad.
Quiero agradecer a Santillana, ATB y el Ministerio de Culturas por otorgarme este premio. Sé que apostar por la literatura es difícil, no rentable y pocas veces valorado por una sociedad que piensa que un título de ingeniero, un partido político o una corbata valen mucho más que un óleo, un “Poema 20” o un solo de Miles Davis, pero, créanme, si un niño, solo uno de ellos, agarra un libro y se convierte a la lectura, todo habrá valido la pena. También quisiera agradecer a mi familia, por el apoyo categórico; especialmente a mi padre, por llevarme a conocer la luna del campo, y a mi hermano Diego, por las estupendas ilustraciones del libro y por las horas que pasamos juntos corrigiendo los mismos. Igualmente, mi gratitud a esos narradores, poetas, dibujantes, músicos de jazz y tantos otros que, con sus palabras, sus versos, sus viñetas y su swing han coloreado mis días y han hecho del mundo un lugar más habitable.
Para finalizar, me gustaría decir que la felicidad se parece a la luna. Siempre está ahí, sólo que no siempre podemos verla. Así que tratemos. Busquémosla. Levantemos la cabeza e intentemos descubrirla entre unas nubes en forma de pato y unas estrellas asustadizas.
Está ahí.
Créanme.
Un día la he visto.
Fuente: Ecdotica