04/17/2012 por Marcelo Paz Soldan
Escrito con sangre

Escrito con sangre


Escrito con sangre
Por: Mijail Miranda Zapata

Estocadas directas a la memoria y al corazón, así llegan a nosotros las primeras páginas de El amor según (editada ahora por segunda vez por El Cuervo). Sebastián Antezana (1982) y el lector escriben y reescriben la novela desde las profundas heridas del recuerdo, dibujando cada una de las palabras con sangre y dolor íntimos. ¿Cómo es posible alcanzar tales grados de individualidad e impersonalidad a la vez? Dice el poeta chileno Raúl Zurita: “Los seres humanos no somos mucho más que distintas metáforas de lo mismo y todos, más o menos, somos semejantes en nuestras angustias y miedos, en nuestra necesidad de amor, en nuestra perplejidad frente a la muerte”.
El punto inicial está marcado por la fotografía. Antezana parece muy ligado a ella, sin embargo reniega de su discurso, de sus simplificaciones, de la eternización artificial de puntos muertos, cuando en realidad lo artificial radica en la vida misma, en el complejo sistema de engarces y engranajes que invaden y se apropian de la experiencia vital. La concepción cosmogónica del mundo basada en ficciones enmarcadas en un complejo sistema de relojería. Ni siquiera la historia pudo rehuir de esta constante. Los historiadores, tan afectos a la “objetividad”, individualizan el devenir nacional y universal, haciendo de nuestra memoria colectiva una farsa, una mera representación subjetiva de lo concreto. Condensar esta experiencia es el propósito de la protagonista principal y ausente de El amor según, Mariana. Y la búsqueda es aún mucho más puntual. La simplificación, esa misma de la fotografía, que implica el contacto y la interrelación con la tecnología, enajena de nuestro contexto ese sufrimiento-encantamiento que proporcionaba lo industrial, ese remedo simétrico y preciso de la vitalidad. Por eso Mariana busca ensamblar un autómata a partir de su novio Zimmer, para propiciar el reencuentro con esa violencia primaria establecida en la construcción mecánica de la vida. Es así que la escritura de Antezana no resulta hermética. Responde a nuestro tiempo, a las redes sociales, al e-mail, a los smartphones, y a la trivialización que éstos ejercen sobre nuestros sentimientos y pulsiones elementales. Habría que aprender a sufrir, odiar y amar de nuevo. La novela responde también a la ausencia de horizontes generacionales, proponiendo la exposición-representación de lo real como aspiración estética, la deificación como aspiración vital. Ambiciosa tendencia que Antezana resuelve valiéndose de su única arma: la palabra, que es en última instancia el generador primario de toda ficción. Los códigos de la palabra subvirtiendo y apropiándose de las voces de la fotografía y la escultura. Porque la formación de un autómata es una verdadera gesta escultórica, de precisión milimétrica. Ese es el trabajo de Antezana (ganador del Premio Nacional de Novela 2008 con La toma del manuscrito), el de un viejo relojero empecinado en alcanzar la perfección en cada una de sus creaciones u oraciones. El joven novelista boliviano, cual nigromante de cuartos oscuros, captura imágenes detalladamente, pero quitándoles claridad, difuminándolas, ofreciendo un contexto cuasi real. Con el transcurrir de los fragmentos no puedo dejar de pensar en Wong Kar Wai y su memorable 2046.
Valiéndose de su buen dominio del lenguaje, Antezana hace que la violencia inicial vaya diluyéndose en un cadencioso cuento circular, casi hipnótico. Entonces la figura de de Penélope se hace patente como hito fundamental en la novela, su estructura radial así lo establece. Espera, reconstrucción, destrucción, ausencias en una ecuación que aparenta fugas tangenciales, pero solo las aparenta. Por otro lado, el uso de la narración omnisciente ofrece la cualidad de convertir el relato en una extensa exposición y representación de la vida que, como ya se dijo, nunca deja de ser eso. Una representación que se sustenta en la configuración psicológica de Zimmer, que ofrece lo mejor de Antezana: su capacidad para describir emociones y contradicciones inherentes a la intimidad humana. Más allá aún, esta descripción guarda el equilibrio entre el perfil íntimo de Zimmer, altamente humanizado, y la ya mencionada “ficción mecanizada” que encarna el proyecto artístico de Mariana. Otra muestra del virtuosismo del novelista que nunca traiciona su propuesta inicial.
Debo admitir que inicialmente me plantee abordar el trabajo de Antezana desde una perspectiva menos ambigua, más enfocada al debate que se plantea respecto a los límites de la concepción y la creación artística, a la definición del arte como tal, pero terminé subyugado a la efervescencia romántica-suicida de la novela. Caí rendido ante la violencia intrínseca al acto de amar. Ante la continua destrucción del yo y el ser amado, ante la traición, el desconsuelo y el desarraigo de los territorios de la bondad y la bienaventuranza. Cualquiera podría ser Zimmer. Cualquiera podría ser Mariana.
El amor según el que suscribe es una arte de guerra.

Fuente: La Ramona