08/24/2023 por Sergio León

Escribir una ópera en muchedumbre

Por Mary Carmen Molina Ergueta

“¿Qué se hace cuando el viento araña? ¿Cuándo las palabras te queman la piel y el pensamiento y solo quieres desvestirte de ti misma y llenarte de otras voces?”. Este es un fragmento del libreto de la ópera Matilde: En las ojeras de la noche, que se estrena en Sucre los días 1 y 2 de septiembre, como parte de la programación del Festival Internacional Música para Respirar. La ópera está inspirada en la vida y el legado de Matilde Casazola, nuestra Matilde, cantautora y poeta chuquisaqueña que cumplió 80 años en enero. La particularidad del libreto de la obra es que se trata de una apuesta de escritura colectiva que no convierte a Matilde en estatua, sino que conversa con ella y su universo poético. Magela Baudoin, Paola Senseve, Ros Amils, Denisse Arancibia, Adriana Lea Plaza y Alba Balderrama –escritoras, dramaturgas, poetas, gestoras, críticas, cineastas, artistas, feministas– se juntaron, leyeron y escribieron juntas alentadas por el fuego de una poética de vida y arte, inquieta y fuera del sistema, que hizo del mundo su rincón de creación. A continuación, una entrevista colectiva a la muchedumbre que escribió el libreto de la quinta ópera en la historia de Bolivia.

¿Cómo abordaron la figura de Matilde Casazola para la escritura del libreto de la ópera? ¿Cómo surgió el personaje de Mati?

Magela Baudoin: Invité a estas cinco escritoras (Denisse, Alba, Paola, Ross y Adriana) que respeto mucho por su talento y trabajo y porque cada una tenía un “don”, una mirada diferente que ofrecer. Ellas son poetas, narradoras, periodistas, dramaturgas, feministas, cinéfilas, grandes lectoras, mujeres que saben reírse de sí mismas. Yo quería una escritura en muchedumbre, digamos que este es el concepto, en honor a la propia Matilde Casazola, cuya ética y estética de trabajo pasa de lo colectivo a lo individual para retornar nuevamente a lo colectivo. Además, la ópera ha sido un género fundacionalmente masculino, donde grandes autores, hombres, escriben en solitario (el gran genio individual) sobre mujeres (Carmen, Aída, Violetta, Madame Butterfly, entre muchas otras). Esta ópera está escrita en colectivo por seis mujeres y, esto es lo más extraordinario, con la poesía viva de la autora. Era muy importante para mí no hacer una conmemoración, no convertir a Matilde en estatua, sino una conversación con ella y con su obra, que es todavía el gran misterio de la literatura boliviana, pues ha sido muy poco (o casi nada explorada) siendo, paradójicamente, tan vasta y tan fundamental.

Trabajamos durante meses viendo óperas, películas, leyendo libretos de otras obras contemporáneas, poesía (leímos mucho a Pizarnik y a Sor Juana, por ejemplo), series, teatro, fotografías, escuchando música. Yo he estudiado toda la obra de Matilde por mucho tiempo y, por supuesto, la revisamos minuciosamente con mis compañeras. De ahí imaginamos una ópera punk (que luego Cergio transformó en una apuesta musical completamente experimental y extraordinaria), con una chica díscola, que no encaja en el mundo, que escribe febrilmente y que no sabe qué hacer con todo ese ardor/dolor. Una suerte de Alicia un poco dark, que se encuentra un verso de Matilde en la barra de un bar y le vuela la cabeza. De ahí en más, esta cuenca nocturna es una sucesión de preguntas sobre la vida, el lenguaje, el arte, el pozo de la escritura, los tormentos o las obsesiones de la imaginación, sobre la mirada y la voz y también sobre cuándo dejar a la madre. Nuestra Mati camina su propia tormenta, entiende que la escritura ocurre en el cuerpo y en el pensamiento, se vuelve trompo, cigarra, baja al infierno interpelada por las desaparecidas y las muertas de nuestro tiempo, enfrenta a Dios, conversa con Matilde y se despide de ella porque ha entendido que nunca se escribe en solitario, que no somos voces descalzas. Después, está el día.

¿Cómo describirías la poética de Casazola, expresada en su poesía y en sus canciones?

Paola Senseve: Releer a Matilde para la escritura de este proyecto ha sido una de las cosas más lindas que el trabajo implicó. Releer y re-escuchar material que forma parte de nuestra educación sentimental y cultural fue tan enriquecedor como pedagógico. A cada paso encontramos señas, regalos y una batería de imágenes y simbologías que se fueron repitiendo en su obra de vida y que nos ayudaron a reconocer los lugares que teníamos que visitar en el texto. Matilde ha escrito consistentemente sobre la escritura y sobre su vocación, en cada espacio, en cada situación. Verbalizó sobre lo que le interesaba y no de la poesía. Trabajó un lenguaje desaforado e inquieto. Tejió sus obsesiones a punta/o de imágenes indelebles, que han sobrevivido al tiempo. Con una complejidad transparente que no se viste de opulencia ni de intelectualismos innecesarios, los temas que le preocupaban se ven reflejados en toda su obra: la política, la ética de la escritura –y, por supuesto, de la vida–, la muerte, los afectos, la identidad, el autoconocimiento y la pertenencia.

¿Cuáles fueron los desafíos de escribir una ópera a partir de una figura de la cultura popular? 

Denisse Arancibia: Como hija de chuquisaqueños y conociendo de cerca a la sociedad capitalina, he crecido cantando las cuecas de la Matilde. Ya de grande entendí que no se trataba de la música sino de la poesía. Y también entendí que Matilde es un personaje sumamente amado y respetado por los chuquisaqueños.

Escribir dialogando con lo que significa la Matilde como mujer, poeta y compositora fue un reto muy grande. ¿Cómo escribir sobre algo que ya está perfectamente bien escrito? ¿Cómo citar sus versos con respeto y creatividad? Creo que la clave fue decidir conectar con Matilde desde la manera en que nos interpelaba a cada una, desde su poesía o nuestras experiencias individuales al haberla conocido o intercambiado algunas palabras con ellas. El texto se construyó desde nuestra admiración, nuestros cuestionamientos y la experiencia corporal que es leerla. No nos quedamos en la cueca, ya hay muchos músicos bolivianos tratando de adornar y reajustar sus cuecas; no íbamos a cometer el mismo error nosotras leyendo su poesía. Intentamos crear una atmósfera que exprese lo que a nosotras nos pasa cuando la leemos y escuchamos con su voz raposa y con tan solo una guitarra o una pluma en mano.

¿Cómo la escritura de Casazola (poesía y canciones) alimentó la escritura colectiva del libreto de la ópera?

Adriana Lea Plaza: Hubo temas recurrentes en el universo que tiene la escritura de Matilde que, evidentemente, aportaron a la creación colectiva del libreto. Matilde tiene un Dios muy íntimo, muy personal, muy suyo, a quien recurre de una manera frecuente en su poesía, y nosotras sabíamos que este Dios debía ser parte de nuestro proceso. Más que sus letras, diría que fueron los temas y los lugares fijos e imprescindibles en la voz de Matilde a los que acudimos. Por ejemplo, Matilde tiene un bellísimo poema sobre un ángel con el ala rota, este ángel tan bello estuvo en nuestra mente desde un comienzo, hasta que encontramos un lugar especial y perfecto para él a medida que fuimos descubriendo la historia que queríamos contar. También fue crucial adherir elementos y objetos muy matildeanos como la guitarra y el poncho a algunas de las escenas.

Matilde hace también hincapié en la creación en muchedumbre y el solo hecho de que seis mujeres hayan escrito este libreto de ópera es un homenaje a la forma que la poeta tiene de ver la música y la poesía. Cada una de nosotras tenía una forma muy distinta de escribir y creo que eso fue precisamente lo que enriqueció el proceso: nos escuchamos, discutimos, dialogamos y trabajamos de una manera muy linda.

¿Cómo trabajaron juntas? ¿Cómo tomó forma la idea de escritura en muchedumbre? 

Alba Balderrama: Somos hijas de nuestro tiempo y respondemos a un linaje de mujeres que alguna vez, como nosotras, sintieron el ardor de la palabra, el deseo de nombrar nuestro mundo, de recorrerlo sin importar las reglas, las fronteras, el apellido, el color o si es pasto, tierra o cemento lo que pisamos. En ese linaje está presente y bien viva la voz de Matilde Casazola, una voz que trata de desaparecer; de no ser absorbida por las modas, la corrección o el canon. Una voz que no tiene escuela, ni padres y que más bien ejerce resistencia a las violencias (acordémonos que en Argentina recibe una horrible golpiza y pierde un ojo, por ejemplo) y se reconoce en ellas.

Cuando Magela nos convocó para escribir un libreto para una ópera sobre Matilde, inmediatamente las seis sentimos refulgir, desde la poesía, desde los escenarios, desde sus libros, desde la vivencia personal, desde el feminismo, desde el cine, desde bandas musicales, desde la palabra misma, el sentimiento de que éramos parte de una misma estirpe. Que nuestros caminos por la escritura respondían a esa lucha por encontrar una voz con potencia, no anónima, “bastarda”, indócil, sin miedo al error o la desaparición. Fue inicialmente una inspiración.

Magela nos compartió un ensayo suyo que fue como la punta del ovillo que desató todo. En el texto “Violeta Parra y Matilde Casazola: muchedumbre, bastardismo y viaje a la semilla” (2022) nos metimos seriamente a entender el acto creativo en muchedumbre. Tiene que ver con la idea de la “conciencia bastarda” desarrollada por María Galindo, entendido como “un campo heterogéneo de pensamiento y de acción, alejado de todo purismo, productivo en el contacto, la contaminación mutua y la hibridación”. Es decir que al carecer de un “apellido”, el famoso abolengo, una escuela, un escudo, tenemos la libertad de despojarnos de las “ficciones monolíticas” que tratan de explicar la identidad y nos permiten transitar entre los mundos rurales y citadinos, la poesía y el canto, la academia y la calle, los museos y las peñas, la cueca y la ópera, la guitarra y el piano. Es en esos espacios que podremos “leernos y reconocernos unas a otras sin perder las diferencias, sin reducir las diferencias a una sola matriz, a una sola posibilidad o a una sola genealogía” (Galindo, 2021).

Nos despojamos de nuestros ámbitos, nos asumimos bastardas y fue algo casi mágico porque crecimos en respeto a las ideas que cada una tenía y ganamos en visiones. Por momentos parecíamos cuervos de tres ojos, porque dos de nosotras estaban en Nueva York y nos contaban las óperas y adaptaciones que habían visto; Magela, también en Estados Unidos nos pasaba poemas, textos, videos; Denisse, que es de Sucre, contaba, con su visión de guionista y dramaturga, sus experiencias con Matilde, sentíamos las calles y las tocadas en la casa de la poeta y se podía sentir ese otro ambiente; Ros, con su vivencia de librera y feminista nos ponía frente a escenarios dolorosos de las mujeres desde un lugar muy íntimo y personal y también referencias de cantantes punk. Cada una volcó el cuerpo y la vivencia como mujeres y como escritoras en el libreto de la ópera.

Luego de este proceso de intercambio de textos, canciones, de escoger fragmentos de los poemas de Matilde, perfilamos a Mati, una joven que está encontrando su voz, que quiere escribir y se topa con Matilde. Ella, Mati, en la ópera sigue también su proceso en muchedumbre, como Matilde o la Parra o nosotras seis, que nunca cantaron solas, que siempre buscaron ser un “nosotrxs”. “Hay que vestirse de otro para finalmente poder encarnarse en uno mismo” (Baudoin, 2022). Una vez visualizada y construida Mati, el texto se organizó en seis partes que siguen a Mati y Matilde desde sus distintos rostros: la hija, la mujer, la cantautora, la que toca la guitarra, la amante fulgurosa, la poeta, la escritora, la caminante, la que no renuncia y no se deja atajar. Luego intervenimos una a una las partes, hasta que quedó un texto donde montón de voces se dejan afectar, se intercambian, crecen juntas y siguen a Matilde.

Ahora la obra sigue escribiéndose, resistiéndose a quedarse en un solo lugar, va mutando, transitando otros territorios, con la intervención de la partitura, de la voz que la interpreta, de las didascálicas e intervenciones del Teatro de los Andes. La escritura en muchedumbre permite esto, que la obra se vaya hibridando, se vaya armando y desarmando, sin enclaustrarse, sin enemigo, saliendo y volviendo del viaje hacia lxs otrxs.

¿Qué búsquedas artísticas o de otro tipo articularon su trabajo colectivo en el inicio y cómo estas búsquedas se transfiguraron hasta la conclusión de la escritura del libreto de la ópera?

Ros Amils Samalot: Pensando juntas nos dimos cuenta de las resonancias actuales que nos traía Matilde y que estas tenían mucho que ver con nuestro contexto de reflexión política. Esta es una de las lecturas que nos llamaba más la atención de su obra, la crítica social, la resistencia a las imposiciones del deber ser mujer y, de ahí, la vida como una exploración que normalmente nos es prohibida. Por eso, en nuestro momento histórico nos pareció que tenía mucho sentido que Mati, nuestro espejo en Matilde, tuviera una actitud crítica frente al mundo, tomando esto de nuestro camino como feministas y de la contracultura punk, como lugares de resistencia y creación.

El feminismo de Matilde es intuitivo (Mujeres Creando) y vital, no necesita nombrarse como tal, pero se experimenta en muchos de sus versos trasladándonos a sus experiencias de vida. Matilde escribe como mujer que salió huyendo del estrecho corsé e hizo del mundo su rincón de escritura. Huyó del matrimonio en varias ocasiones, huyó del mandato de maternidad, huyó de ser una voz expuesta a la mirada masculina, confrontó la injusticia social en su poesía sin necesidad de apropiarse de ella, con honestidad, mostrando sus propias fisuras e imperfecciones. En este mundo sobresaturado de discursos impostados, regresar a autoras como Matilde Casazola es un sopapo necesario, dado con maestría y cariño. Para pensarse mujer sin caer en lo que se espera de una mujer, para ser, crear y compartir.

Tratamos de poner a conversar a los muertos de Matilde, como los que aparecen en La juventud caída en Teoponte, con nuestras muertas por feminicidio, siguiendo el hilo histórico de la injusticia. Cuando Matilde nos dice “Se escurren, sigilosas / por la pared, sus lenguas: / escriben signos raros / y misteriosas fechas. / Las llevo como fieles / guardianas, a mi puerta” podemos leer a nuestras muertas y recordar que por ellas no daremos ni un minuto de silencio. Matilde escribe en su contexto político y Mati puede entender que es el mismo que vivimos hoy y que esas conexiones son las que nos hacen parte de la creación en muchedumbre.

Tomamos el punk como filosofía política –no como género y estética apropiada por el capitalismo– en tanto punto de partida fructífero para construir el encuentro entre Matildes. Hay resonancias punk en la obra, no desde lo musical, pero desde el lugar de búsqueda en la ruptura con lo establecido, de una contracultura que tiene en el arte su principal veta de subversión. El personaje de Mati busca en los versos que encuentra de Matilde ecos de sus propios desafíos y las respuestas le dan patadas al manual de autoayuda. La noche, la bohemia, el arte, la poesía, la música como espacios que deben ser alterados, como dice Magela, cambiando el foco de la creación como “acto compartido”.

Fuente: Puño y Letra