07/12/2012 por Marcelo Paz Soldan
Escribir para desmentir leyendas

Escribir para desmentir leyendas


Escribir para desmentir leyendas
Reseña a JFK, de Sergio Galarza
Por: Irina Soto Mejía

Escribir para desmentir leyendas. Desmentir el lugar otorgado a las cosas y a las personas. Ahondar en lo que está detrás de las leyendas cuando se logra esquivar esa absurda costumbre de inflar la realidad para hacerla más interesante. Escribir sin esas variaciones excesivas. Aceptar que las cosas son más que las etiquetas que empleamos para nombrarlas. Escribir sin mucha imaginación: decir lo que fue, no lo que hubiéramos deseado que fuera. Ese es el concepto de la novela JFK, de Sergio Galarza: desmentir.
Leer a partir de la mentira
Leer JFK no me resultó una tarea sencilla, y es que la sinceridad de su autor es abrumante. Quizás por ese motivo no me encontré con situaciones del todo extrañas. Aunque la novela sea la historia de un escort (¿caballero de compañía?) que recorre las calles madrileñas, debo admitir que el viaje por el inicio y el final de su adolescencia, el divorcio de sus padres, la muerte de su mejor amigo y su búsqueda de un nuevo inicio en los Estados Unidos son elementos de una historia que no siento completamente ajena. Eso de debe, probablemente, a la transparencia de las emociones convocadas en la escritura del autor peruano Sergio Galarza. En Bolivia, Perú o España, la forma en las que las personas son dañadas, es la misma. El regreso a los quiebres del pasado: esa adolescencia que adolecía, las separaciones, los duelos, el paso a la adultez, las aspiraciones -y sus fracasos- es, en el fondo, el mismo.
El protagonista y narrador del libro es JFK, pero ese JFK no abrevia a John Fitzgerald Kennedy, sino a Jota Fernández Klimkiewicz. Con ese detalle se revela el concepto del libro (y se inaugura el camino para su lectura): esta no es una novela sobre ‘Jei Ef Kei’, el presidente que fue idolatrado e inventado a la talla del nacionalismo de un país; este es el libro sobre ‘Jota Efe Ka’, un escort madrileño que habla sobre sí mismo desmitificando cualquier aura o etiqueta de la prostitución masculina, a tiempo de prepararnos para lo que se viene a lo largo del libro: “Si sólo se tratara de sexo lo confesaría. Diría que soy un puto y ya está. Pero yo hago algo que no todos pueden hacer: me trago su mierda”.
A lo largo de las páginas de JFK nos encontramos con las historias de Jota y las de los clientes, y, por esa causa, la novela tiene una fractalización interesante: primero, las historias que los clientes le cuentan a Jota; segundo, Jota narrando su historia al lector; y en tercer lugar, resulta curioso saber que el libro cuenta la verdadera historia que amigo real le contó a Galarza. La anécdota que dio pie al libro va así: cuando el amigo le contaba una historia de su vida como escort a Galarza, él increpó: “Esta historia es muy buena, ¿puedo escribir sobre ella?”, y el amigo respondió: “Vale, te la cuento toda”.
El autor explica ese motivo para el libro confesando: “Soy un escritor que considero que no tengo mucha imaginación, sino lo que hago es relaborar la realidad. Voy relaborando escenas, cosas que me van sucediendo o que me cuentan”. Así, JFK es una amalgama de los sabores y sinsabores de la vida de un amigo, el amigo de ese amigo, y los amigos del amigo de ese amigo. El peso de tantas historias, esa carga del dolor de otros, también convierte al lector –de alguna manera- en escort.
Instantes preci(o)sos
¿En qué dramas ahonda esta novela? En aquellos que se dan en instantes precisos: cuando Jota descubre que su familia no es más que un lugar imaginario… que una fotografía sobre la mesa que nadie quita de la mesa de la sala, porque ahí queda bien; el desmoronamiento de la idea del amor y la amistad como posibilidad de construir ‘mi familia’ cuando la mujer que Jota ama le dice que lo suyo simplemente no va a funcionar, cuando su mejor amigo muere; y el viaje por Estados Unidos como posibilidad reinvención de eso que ‘no nos gusta’, solo para conocer a personas tan infelices como él y descubrir que cuando eso que ‘no nos gusta’ está en nuestro cuerpo, todo viaje será fallido. Galarza sabe explorar esos acontecimientos detonantes que, en menos de un segundo, marcan nuestras vidas para siempre, porque nos llevan a tomar decisiones irreversibles.
El libro es altamente recomendable porque es un entrar en eso que hasta nosotros mismos deseamos ocultar, como dice Jota: “No tengo más recuerdos agradables de mi vida familiar. Podría maquillar algunas escenas de la rutina de fin de semana dominada por la televisión, o cambiarle el final a una de nuestras escasas salidas familiares que mi padre era experto en malograr, en su intento porque mi madre desistiera de planearlas. La cuestión es que no me apetece mentir y menos a mí mismo”.

Primera y segunda parte

La primera parte del libro (la que se desarrolla en España) es una serie de consecutivas incisiones en las verdades de JFK. En todos sus momentos desagradables, los odios, lo que no puede perdonar, como él mismo dice: “Las cosas que más quisiera olvidar son las mismas que gobiernan mis recuerdos”, todas esas cosas que, “Cuando te vas a dormir prometes que no [lo] volverás a hacer, y te acuerdas de todas las cosas que has prometido durante toda tu vida antes de dormirte. ¿Cuántas cumpliste?”
La segunda parte es la búsqueda de una salida. La luz que nos han prometido que existe al final del túnel: el viaje como oportunidad de reconstrucción, la promesa de la felicidad –que me parece- todos hemos visto siempre que llegamos a un lugar en el que nadie nos conoce. Sobre su llegada a Nueva York, Jota comenta: “Mi primera impresión, como la de cualquier extraño, fue que entre aquellas calles podía alcanzar la felicidad, volverme loco o arrastrar una tristeza eterna sumergido en el metro.”
Terminación
Sinceramente, considero a JFK una experiencia de lectura tan enriquecedora, que no estropearé la lectura de otras personas ahondando en el desenlace. Sólo debo dejar en claro que el libro es una afirmación, una posición clara acerca de una de las formas de hacer literatura: decir la verdad. El final del JFK no busca cambiar las vidas de los lectores, denunciar las condiciones de vida de los escorts, o hacer del mundo un mejor lugar. JFK es literatura pura, y punto. Como si el libro mismo hiciera eco de las palabras de Jota: “No quiero que nadie me perdone, ésta es la vida que he elegido y no hay nada más que decir al respecto”.

Fuente: Ecdótica