11/08/2019 por Marcelo Paz Soldan
Escarlata Ciudad Blanca: La ciudad y sus muertas. De Adelas, Manuela y Eugenias de primavera

Escarlata Ciudad Blanca: La ciudad y sus muertas. De Adelas, Manuela y Eugenias de primavera

Retrato de Juana Azurduy de Padilla
Pintura de Carlos Sanz (1900)

Escarlata Ciudad Blanca: La ciudad y sus muertas. De Adelas, Manuela y Eugenias de primavera
Por: Rosario Barahona Michel

(Texto leído en la sesión extraordinaria del Concejo Municipal de Sucre llevada a cabo el 11 de octubre de 2018, día de la mujer boliviana, en el salón de la independencia de Casa de la Libertad, donde se firmó el acta que vio nacer a Bolivia.)
Hemos caminado la ciudad, o las ciudades bolivianas, mirándolas como a través de un particular caleidoscopio. Miramos las ciudades partir de su poética, de su música, de su arte, de sus personajes, etc. Somos, pues, entonces, testigos del tiempo, escritores de la historia de los vivos y de los muertos, y por supuesto de las muertas, que son nuestras, porque parte de nuestras muertas somos nosotros mismos, nosotras mismas. Todos venimos de una mujer, y así lo expresa la escritora Joyce Carol Oates en su novela titulada Mamá, cito:
Esta es la historia de cuanto echo en falta a mi madre. Algún día, de una forma única, será también tu historia; así, la historia de nuestras madres y abuelas son también, de alguna manera, nuestras historias.
Pues bien, confieso que al iniciar a escribir este texto, pensé en escribir acerca de nuestra inolvidable Adela Zamudio, quizá porque acabo de leer un par de cartas secretas a su médico de cabecera, el dr. Blanco, y si no fuese porque tengo una imaginación desbordada, juraría que Adela estaba enamorada. Pero, ¿por qué Adela?, quizá porque es cercana y suena a la voz de este octubre, mes de su nacimiento, y mes de la mujer boliviana.
Es pues ese “mito” del amor romántico el que provocó que precisamente Adela fuese criticada por el medio, ganándose motes por “solterona” o “rebelde” entre comillas. Pero no, hoy no mencionaré a Adela Zamudio ni su literaria pluma decimonónica de avanzada. Hoy, amén de otras mujeres importantes, quiero hablar de otra Adela, la Adela que nos compete, la Adela que nos interpela, la que nos mira desde su helada tumba, la Adela necesaria.
Hablar de esta ciudad y de sus muertas. Insisto, ¿nos hemos detenido a pensar en la ciudad, las ciudades y sus muertas?, según el ministerio público, se conoce que cada tres días muere una mujer en Bolivia, víctima de feminicidio. Y las preguntas, surgen, entonces, difíciles, a quemarropa: ¿La violencia fue mayor antes que hoy en día? ¿Algo ha cambiado para bien de las mujeres desde nuestro pasado colonial, al parecer siempre oscuro, misterioso, fantástico como el de las crónicas de Arzáns? Reflexionaremos, entonces, sobre ésta ciudad viva que lleva impresa a fuego en sus ojos antiguos la imagen de nuestras muertas. Pero, ¿por qué esta ciudad y sus muertas? Son varias e importantes las razones, ante todo las razones históricas:
a diferencia de Potosí, es en La Plata, en esta ciudad, donde como se conoce, estaba ubicada la poderosa Real Audiencia y otras instituciones importantes como la Universidad de San Francisco Xavier, la Curia Eclesiástica o Audiencia eclesiástica, ya que todos los casos de Charcas sobre matrimonios, divorcios o dispensas matrimoniales y- atención, ¡feminicidios!- se concentraban en esa instancia, generando desorden, retardación de justicia e ineficiencia procesal [1]. (Cualquier parecido con la realidad actual NO es mera coincidencia.)
Por consiguiente, este “carácter” jurídico, fuertemente institucional y ya para el siglo XVIII sumándose el “carácter” académico, imprime en esta antigua ciudad un intenso “cariz” señorial que prevalecerá a través del tiempo.
Una conclusión importante hasta acá, entonces, pasaría por comprender la ciudad como una corte pequeña, una ensoñación peninsular, si se quiere de aquellos primeros juristas que instituyeron este aparato judicial en estos lares. Esta ciudad entonces, como un espacio de poder civil efectivo, evidente y real que otras ciudades no lo eran, un sistema de justicia profundamente masculino, lleno de complicidades varias. (Y de nuevo, cualquier parecido con la realidad actual NO es mera coincidencia.)
Pues bien, a la entrada del pueblo de Yotala, se levanta un pequeño santuario donde duermen para siempre los huesos de Adela Cárdenas, cariñosamente conocida como Adelita, Mamita Adela o difunta Adela. Las paredes cubiertas de recordatorios por los gracias concedidas y también cebo negro a causa de las muchas velas que se le encienden, así como los pétalos de flores caídos de los ramilletes que se le ofrendan, son prueba fiel de que Adela no ha muerto, porque vive en la memoria de los que van a rezarle, en su mayoría, madres que piden por sus hijos. Por tanto, Adela, es considerada una santa, una santa campesina, lejana al ideal de santas y vírgenes europeas como la hermosa doncella Santa Lucía nacida en la Italia de 283 o Santa Teresita de Ávila en la España de 1515). No. Nuestra santa es de herencia indígena sin duda, no es virgen, ni guarda la blancura de las santas que lucen en los altares de las iglesias.
La fotografía de Adela al pie de su nicho lo expresa todo: cabellos largos y negros que caen por sus hombros como un río oscuro y sinuoso, ojos diáfanos y tristes, pero un asomo de sonrisa tan lejano como si abarcara el mundo entero en su voz de madre de ocho hijos. Se dice que es milagrosa porque sufrió tanto en vida que su alma-podríamos decir- encontró el camino de la felicidad, perviviendo a través de su muerte. Adela fue asesinada hace unos 20 años atrás por su propio esposo a causa de haberla visto conversando con el amigo de éste. La mató con una pedrada y luego cercenó su cuerpo a la mitad. Por tanto, sólo mínimos miembros se encuentran enterrados en esa cripta a la entrada de Yotala, donde precisamente fueron hallados sus pocos restos.
“La han matado, por eso su alma se quedó en este mundo”, recita de memoria el adolescente llamado Roger, guía clandestino de turismo, que por unas monedas narra la historia de la santa popular.
Aquella vez, me quedé pensando en la sabiduría del chiquillo, y poco después encontré entre mis archivos, queriéndolo o no- no se saben los extraños sinuosos caminos del inconsciente- un documento de enero de 1824, extraído del fondo EC expedientes coloniales [2] en la ocasión de trabajar una consultoría sobre violencia de género. Se puede leer en la portada:
Seguido de oficio. Causa criminal contra Manuel Dávila por muerte que infirió a su amasia Manuela García. [Amasia para el contexto colonial que aún se vivía, significa, amante, o querida]
Aunque el caso es de Cochabamba, llega a la Real Audiencia de La Plata. Aquel hombre la había asesinado en estado de ebriedad, pero salió libre, porque gozó de varios testigos- todos hombres, por cierto- que impidieron que quedara en la cárcel. Y así, el caso se desvaneció en el tiempo, mientras el alma de Manuela García, como también el de Adela debe haber quedado deambulando en este mundo, pues el caso duró mucho tiempo más, en medio de un ir y venir de expedientes, desde Cochabamba a Chuquisaca, desde Chuquisaca a Cochabamba. El desgaste de la circunstancia, la pesada carga procesal de la Real Audiencia y los malos caminos aseguraron que el caso se cerrara por sí solo, por retardación de justicia. [Si el presente caso suena parecido a nuestra realidad, pues no se trata de ninguna coincidencia. Hoy en día gozamos de caminos asfaltados y redes sociales, internet por doquier, y los feminicidios siguen a la orden del día, en manos de jueces y juezas cansinos.]
Otra Manuela, esta, de 1808, tuvo igual fortuna [3]: El trámite comienza con la denuncia interpuesta por el padre de Manuela, don Francisco Rojas. Cito: “Francisco Rojas capitán de milicia de la tercera compañía de la doctrina de Moromoro jurisdicción el partido de Chayanta como más haya lugar en derecho parezco ante V.S. y digo: que tuve una hija legítima llamada Manuela de edad de 38 años más o menos la cual hacía mucho tiempo que vivía fuera de mi casa y potestad, esta infeliz había contraído por mayo o junio del presente año una amistad ilícita bajo la palabra de matrimonio con un hombre pasajero y pardo al parecer llamado Manuel Mendoza que en uno de los expresados meses había llegado a su casa y advertida de que sería muy doloroso a su padre y parentela el matrimonio que pensaba contraer con semejante hombre, cuya condición y conducta ya la había experimentado, revocó arrepentida su pensamiento y le previno que se fuese, pero apenas había pronunciado las primeras palabras cuando la contestación fue haber arrancado su cuchillo aquel alevoso y dándole tantas y tan mortales puñaladas por el pecho y otras príncipes [4] partes del cuerpo que en un instante acabó la vida sin poder alcanzar sacramento alguno”
Al igual que los anteriores, el caso no alcanza resolución alguna ya que al parecer el asesino permanece libre y continúa su vida como si nada hubiese sucedido.
Pero tampoco podemos dejar pasar de largo los intentos de feminicidio. Según la red ERBOL, en la primera mitad de 2015 se registraron más de 2.700 agresiones graves a mujeres en la provincia cochabambina de Cercado. Uno de ellos es el siguiente: Una niña de 12 años fue agredida por su novio adolescente de 16 quien fue detenido por tentativa de feminicidio, pero ella no pudo resistir los daños y entró en profundo estado de coma. El hecho ocurrió en Sacaba cuando los adolescentes, compañeros de colegio agredieron a la pequeña, en total estado de ebriedad. Los culpables fueron enviados al Centro de Infractores con detención preventiva, pero se desconocen los detalles, y quizá como en los siglos pasados, la documentación de la niña anónima llegó a la corte suprema de esta ciudad blanca. Y surgen de nuevo las preguntas: ¿Gozarán de libertad sus vejadores? ¿Habrá dado justicia a esta pequeña el estado boliviano? ¿su caso dormirá cual bella durmiente en los juzgados? O finalmente ¿Estará muerta esta niña sin nombre? Para nuestro caso, la llamaremos Eugenia, como un hecho casi, casi accidental.
Y si esto sucedía en nuestra Bolivia actual, en La Plata de 1816, existía otra Eugenia, éste sí, nombre real, y se apellidaba Grosoley.
Ella misma, una decidida, fuerte, valiente Eugenia Grosoley inicia su memorial ante la Real Audiencia, cito: “Eugenia Grosoley, pobre e infeliz mujer en los términos más conforme a derecho ante la acreditada justificación de usted parezco y digo que me quejo civil y criminalmente contra Francisco Castaño por el hecho inhumano y otros que ayer 31 del próximo pasado en la noche ha ejecutado en mi persona”. Narra su calvario, cito: “esperando el silencio de la noche vino a mi casa a eso de las 10, y llevándome con feroces sablazos, presa a la suya, de propia autoridad, asegurando su puerta de calle, me puso en total desnudez sin dejarme ni aún con las medias, me atrincó [5] fuertemente a un potro o escalera que su inhumanidad preparó de antemano y con un verdugo [6] comenzó a atormentar mi débil cuerpo sin que en nada me valiese haberle hecho presente el incordio [7] abierto con que actualmente me hallo que de él he padecido más de 3 meses, y estando criando mi hijo de edad muy tierna el que dejé abandonado en mi tienda, todos estos ruegos no sirvieron a aplacarlo de alguno modo, antes si siguió con más crueldad atormentarme por el espacio como de dos horas con los más despiadados golpes que a saber y sin defensa recibí desde los pies hasta la cabeza. Quedando al fin semimuerta y él cansado pero no satisfecho de atormentarme me hizo amanecer en la misma desnudez y cruel estado.”
Para resumir el resultado de este caso, Eugenia fue presionada por extrañas fuerzas (léase amenazas y amedrentamientos de su agresor) para retirar la denuncia que tan valientemente había interpuesto en la Real Audiencia, y por supuesto, éste quedó libre.
Y ahí tenemos la historia, o parte de la historia de esta ciudad reflejada en las historias de estas mujeres que nos sirven para producirnos algo, algo por más pequeño que sea, un escalofrío, un temblor, una lluvia interior, un sobrecogimiento inesperado para ponernos a re(pensar) que no son hechos aislados, siguen ocurriendo hoy como en el pasado, y por tanto, que no se constituyen en un “fenómeno” actual.
El año pasado, en Chuquisaca, varios medios de comunicación replicaron, molestos, pues un día cualquiera los altos y blancos muros de un recio templo amanecieron pintados son sendos grafitis feministas.
Surgen, entonces, las preguntas, en embestida: ¿Por qué nos escandalizamos por una pintura o grafitti? Y ¿Por qué no nos escandalizamos ante estos hechos mortales registrados en documentos históricos cuando los vemos reproducidos cientos de años después en los noticieros?
Los feminicidios e intentos de feminicidios son monstruos irreversibles de vida y de muerte, porque la víctima, aunque sobreviva no volverá a ser jamás la misma.
¿Qué sucede en las ciudades de este nuestro actual estado plurinacional donde los expedientes judiciales de nuestras muertas permanecen durmiendo el sueño de los (in) justos?
¿Qué sucede en esta ciudad, centro histórico de justicia como lo fue en nuestro pasado colonial, que retarda los casos de feminicidio?
(Pues bien, la sangre escarlata de estas mujeres y de otras en circunstancias parecidas queda sellada en nuestra memoria de los siglos, como una resolana brillando en las paredes blancas de esta ciudad, y al respecto creo que no es necesario decir nada más.)
Pero, ¿podemos, desde la historia y la literatura que surgen a partir de la vida misma, hacer algo?
Pues sí, la principal respuesta a todas las preguntas de este texto es que podemos tomar conciencia. Las dos Adelas, las dos Manuelas, y las dos Eugenias ejercieron, cada una a su manera, una lucha solitaria al mundo patriarcal que les tocó vivir, que no es demasiado diferente al actual. Contextos distintos, sin duda, historia y comprensión de las mentalidades, también, distintas, pero eso sí, todas comprendieron, comprendemos, la significación revolucionaria de ser mujer. Revolucionaria porque aunque murieron primero fueron determinadas para vivir. Adela enfrentó al mundo con 8 hijos por detrás, Manuela, aunque muerta ya ocupó largos dictámenes de los doctores de la Real Audiencia, tanto así que no pudieron olvidarla en mucho tiempo, Eugenia redactó su propio memorial de autodefensa, en 1816, y así podríamos relatar las historias de miles de mujeres.
A guisa de conclusión
Hoy he querido hablar de la vida y de la muerte, porque en ellas se condensan todos los secretos literarios del mundo. La consigna es clara: tomar conciencia para aprender de nuestras muertas. No sólo recordarlas en el día de los muertos con velas y oraciones, sino aprender del oficio de comprender nuestras muertas y sus vidas y sus mundos, sus sangres. Otra historia, otra palabra, otra mujer, otro ser. La otredad, pensar desde la otredad, la alteridad, la sororidad.
En su poema Primera noche, Blanca Witchutter escribe: “Esperar es padecer la mirada de las cosas que disimulan muertes intensas”
Y ya no podemos esperar más, padecer más la ineficacia del sistema, los atroces silencios. Comenzar por hablar abiertamente de estas muertes intensas es actuar sin disimulos, sin victimizarnos por la experiencia de ser mujeres, sino, sobre todo, vencer las mezquindades de nuestras sociedades, las discordias, los conformismos arraigados, y hasta los inviernos patriarcales, para abrirnos, por fin a una primavera.
Notas:
[1] Así lo comprueban nuestras investigaciones y análisis teóricos sobre la Curia eclesiástica.
[2] Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB) EC 1824, 32.
[3] ABNB EC 1808,123
[4] Principales.
[5] Sujetar, retener.
[6] Al parecer en este caso, el verdugo que menciona es una especie de látigo o correa.
[7] Abceso.

Fuente: mantisnarrativa.com/