Por Ernesto Flores Meruvia
Es la fractura del aparente absoluto, ese despertar de la quimérica normalidad, que atropella súbito a la conciencia del individuo, quien, en su mero acto accidental, absorbe y rinde cuenta de la gran mentira social, a saber, el disfrazado respeto a la libertad.
Como si fuera un pecado o una ofensa directa, existen cosas de las que no se pueden hablar, acciones que no se deben hacer e incluso pensamientos que no se deben tener; es pues entonces cuando la incomodidad de la propia normalización impuesta en la realidad social se vuelve un escozor del cual parece no existir alivio, la bota aplastante en el rostro que no conseguimos quitar; pero todo esto que menciono no es para nada una novedad, más aun, creo que la idea de poder y deseo, como artífices de un sacrificio ominoso a la sagrada libertad del individuo transferido a la exclusión, no es solo propiamente político como solemos pensar, ni tampoco de otra índole en particular, sino que es intrínseco a toda relación humana y contingente a todo proceso institucional, de la naturaleza que fuese este.
Como de manera inaugural el racionalismo fue al modernismo, es así también que con ello se instaura una nueva dicotomía vigente aún en nuestros días, pues el ¨saber¨ y sobre todo la posesión de la razón frente y por encima de la locura es objeto del segundo principio de exclusión externa de los discursos: separación y rechazo; ¿pero acaso esta diferenciación es correspondiente a una distinción autentica del que tiene realmente la verdad o del que no? Juega pues aquí un factor elemental para entender esta pregunta, y es que en esencia, la verdad en este principio de exclusión poco o nada tiene que ver con el propio motivo de la exclusión, ya que el rechazo al loco no reside su causalidad en tener o no, la certeza de algo, sino que es su singular discurso diferenciado, el que necesita decodificarse y desenmascararse para hallar migajas o un rastro de ella, que muy pocas veces e incluso nunca se logra encontrar, pues la locura se define por las palabras del loco, que son escuchadas pero anuladas en importancia y privadas de su circulación social por el atento silencio del cuerdo, quien lo lleva a la marginación, y finalmente a su tipificación respectiva dentro del parámetro institucional de este principio, los psiquiátricos.
No hay un suficiente motivo o una excusa elocuente que nos podrían brindar aquellos quienes pronuncian sus defensas ante tal esquema de poder, cuando las reminiscencias nacionales nos traen a la figura del poeta cruceño, Hugo Montero Áñez, un caso que despierta nuestra inquietud al saber que tal lucidez, inteligencia y sensibilidad sea posible en un entorno tan peculiar como es el Instituto Psiquiátrico Gregorio Pacheco, en Sucre. Montero estudió abogacía y trabajó por un tiempo en la base aérea, a la edad de 20 años fue internado por primera vez en el psiquiátrico, desde ese entonces su vida se vería inundada de dificultades e infortunios, pero el alma poeta no se vio frenada en absoluto, es más, me atrevo a afirmar que el carácter particular de su obra corresponde justamente a esa inspiración, al modo de ser sensitivo y meditativo absorbido en un entorno de exclusión.
En el año 2017, la editorial PASANAKU nos presenta por fin, un conjunto de obras terminadas del poeta cruceño, recopiladas en el libro Panacea, en él podemos denotar claramente la búsqueda incansable y casi a gritos por manifestar una amalgama enorme de emociones humanas, en las que resaltan por sobre todo: la inconformidad, el amor, la paciencia, la pena y el miedo; todo esto además, puede apreciarse a través de una óptica diferente en el filme-documental, Mar Negro, un proyecto ambicioso de ocho años iniciado en el 2010 y finalizado en el 2018, bajo la dirección de Omar Alarcón. La cinta realizada casi en su totalidad en los ambientes del psiquiátrico de Sucre, es un adefesio crudo que retrata y plasma de manera muy singular, no solamente la vida de Montero en la clínica de locura, sino que nos demuestra una pasión pura e ineludible de esa otredad de la razón, a saber, de la sinrazón.
Idilio
No sé por qué te quiero tanto, /te quiero con locura, con ardiente pasión, /te llevo en la memoria, te sueño, te idolatro /y deliro con tu amor. /Cuando estás lejos te siento más cerca /y prefiero no verte, tu mirada me atormenta, /dice muchas cosas /que a mi alma enternece. /Tengo miedo al pensar que si te hablara /te disgustes, me reproches, me desprecies. /Ya ha pasado mucho tiempo de este idilio /adolorido /y mi amor es cada día como gotera en la /piedra.
Es pues, cuando se trata de catalogar al otro dentro de las sábanas de la sinrazón por quien se ha visto conveniente que si la tenga, y cuando el esfuerzo que genera los saberes discursivos por aquellos quienes instauran el ser de la norma en un mundo subsumido y empoderado por conductas normalizadas, abandona totalmente e ignora absurdamente de que no somos seres neta y meramente cognitivos, sino que existe siempre el aparato dionisiaco dentro de cada uno de nosotros. Aquella configuración instintiva de lo humano que hace que seamos seres voluptuosos, vehemenciosos a la pasión por los aspectos intrínsecos que nos brindan las ideas de la vida y de la muerte mismas, es así que quien lleva el cabrilleo intenso en una profunda oscuridad es en muchas de las ocasiones el loco que poseemos en nuestro interior, la locura en ese sentido no es más que un parte constituyente del ser, es el reflejo simétrico de la razón que no tiene por qué entrar en pugna con ella, ni mucho menos ser el motivo de la exclusión y de la censura injusta en un medio biopolítico.
Mar negro
En esta noche negra y fría /escucho sonar una banda que está muy cercana, /y esa música me trae tu recuerdo. /Me parece que esa música es del mar, /del mar negro que ha sido nuestro amor, /mar negro, siempre negro, /porque en su cielo nunca brilla la esperanza. /Sin embargo te quiero eternamente /aunque un mar negro sea nuestro amor, /aunque mi corazón se ahogue en el recuerdo /como se agita el mar en la marea. /Y pienso que si tú escucharas el acento de esta /música /sin que tú quisieras movería tu corazón al huracán.
Si hay algo ineludiblemente certero que nos puede demostrar la vida y obra del poeta Hugo Montero es que; no es para nada atrevido ni presuntuoso afirmar que esa sinrazón debe acogerse con pompa y banda en cada uno de nosotros, en sentido de gloria por esa comunión constante que promueve la pasión por los elementos de la vida más allá del bien y del mal, porque es eso justamente, no un conflicto ni una anomalía, mucho menos un estado salvaje de la razón presente fuera del espectro de lo social, la locura es una virtud, una fiesta cerebral.
Fuente: La Ramona