05/18/2012 por Marcelo Paz Soldan
Entrevista con Carlos Mesa sobre la historia del arte boliviano

Entrevista con Carlos Mesa sobre la historia del arte boliviano


Revoluciones estéticas, cosméticas y las del otro tipo: Momentos históricos y la construcción de la cultura nacional en Bolivia
Por: Javier Rodríguez Camacho

Vaya momento para ser boliviano en España. La nacionalización de la TDE nos convierte en blanco fácil de bromas durante la primera semana de mayo, y a algún banco se le ocurre lanzar una tarjeta llamada EVO, cuya publicidad inunda las pantallas de todos los navegadores que nos ha tocado usar. Pero también nos enteramos del estreno de Los Viejos de Martín Buolocq en el Festival de Cine de Autor de Barcelona, dando continuidad al exitoso paso por la capital catalana de Diego Mondacca con Ciudadela en febrero pasado, y de la participación de un profesor visitante boliviano en el Master en Estudios Internacionales de la Universitat Pompeu Fabra. Es en esa capacidad, como académico e historiador, que decidimos entrevistar a Carlos Mesa, proponiéndole conversar sobre la historia del arte y la cultura en Bolivia.
Al darle un vistazo a la historia del arte boliviano durante el Siglo XX, sus hitos paradigmáticos parecerían indisociables de las transformaciones políticas acontecidas en el país. No en vano hablamos de la Generación del Chaco o del Cine Junto al Pueblo. Los periodos de cambios profundos –revolucionarios– suelen ser particularmente fecundos para el arte, al poner a la sociedad en una posición libre de inercia histórica. Es por ello interesante analizar cómo interactúan en el contexto actual el arte y la sociedad; viviendo como estamos un momento en el que la deriva del cine nacional ya es catastrófica, y el consenso respecto a los temas de la nueva narrativa boliviana la ve por completo desentendida de su momento histórico. Es más, poner en perspectiva la construcción de cultura en el Estado Plurinacional, contrastándola con sus contrapartes históricas, permite esclarecer las proyecciones y el horizonte histórico del actual proyecto nacional.
Son estos temas sobre los que dialogamos con Carlos Mesa, que no sólo mantiene una mirada historiográfica sobre este devenir, sino que ha sido en muchos casos protagonista del mismo. Indagando en el mestizaje como hecho transversal latente en la construcción de la identidad cultural boliviana, escuchamos las opiniones de uno de los últimos representantes de una estirpe de pensadores y artistas atraídos a la arena política –algo inusual en estos tiempos en los que el ciclo noticioso de 24 horas ha provocado que el nivel discursivo de la política se asemeje antes al espectáculo que a las pugnas retóricas de los viejos burgueses ilustrados. De Arguedas y Tamayo a Piñeyro y Mamani Mamani, pasando por Sanjinés y Alandia Pantoja, les presentamos a continuación lo que hace algunos días nos dijo Carlos Mesa en un café del pintoresco Paseo de Gracia barcelonés.
-Si para trazar un esquema de la historia boliviana en el Siglo XX es imprescindible incluir la Guerra del Chaco o la Revolución del 52, ¿qué hitos serían ineludibles para armar una historia del arte y la cultura en Bolivia durante el Siglo XX?
Yo diría que el Siglo XX en Bolivia, en el ámbito de la cultura y el debate sobre las ideas, surge en la discusión –no planteada directamente pero sí implícita– entre Franz Tamayo y Alcides Arguedas. Creo que Pueblo enfermo de Arguedas en 1909 y Creación de la pedagogía nacional de Tamayo en 1910, definen algunos de los aspectos más importantes de la controversia sobre la construcción de una cultura nacional, de una visión de identidad, de un conjunto de elementos que serían parte de un debate básico sobre cómo construir la sociedad boliviana.
Paralelamente, Arguedas y Tamayo marcan a su vez hitos literarios con Raza de bronce –que sin ninguna duda es una novela fundamental, a pesar de que Arguedas es un escritor complicado, pues en general es el ‘malo de la película’ y eso genera un conjunto de lugares comunes sobre su obra. Sin embargo, yo creo que Raza de bronce es una novela extraordinaria y esencial. Para hacer un vínculo con el cine, creo que Yawar mallku tiene el planteamiento básico de Raza de bronce, al punto de que los finales de ambas obras son exactamente iguales, en un ejemplo que permite unir cabos. Por su parte, Tamayo genera un tipo de poesía –algo abstrusa para mi gusto, pues he tenido que leer algunos de sus poemas con un diccionario al lado–, que se constituye en un elemento fundamental del modernismo. La otra figura señera en el ámbito de la poesía es Ricardo Jaimes Freire, que [con Tamayo] marcan la inserción de la poesía boliviana en una corriente mayoritaria del modernismo.
Desde el punto de vista de la narración, hay que preguntarse cómo se construye el imaginario del mestizaje. Ahí tenemos dos referencias clave además de la visión del mestizaje de la “pedagogía” de Tamayo: Augusto Céspedes y Sangre de mestizos, con ese cuento tan extraordinario que es “El Pozo”, que nos permite trabajar sobre la generación del 32, de la Guerra del Chaco; y luego la novela característica que es La Chaskañawi de Carlos Medinacelli. Por cierto, Medinacelli es también uno de los críticos más agudos de la literatura boliviana, que plantea una re-conceptualización de lo estético en el ámbito literario. Desde luego, podríamos mencionar como un precedente en las letras bolivianas, más referido al Siglo XIX pero en una de las líneas centrales del pensamiento boliviano –en el sentido estricto, criollo, blanco–, a Gabriel René Moreno con una lógica muy importante para la reconstrucción de la historia. Yo creo que esos son los puntos de anclaje, más Adela Zamudio que abre la creación literaria hecha por mujeres –a pesar de que la pionera es Lindaura Anzoategui, en el siglo XIX–, que con ese poema emblemático, que en el mejor de los sentidos podría ser una pancarta feminista hoy en día, que es “Nacer hombre”, establece una visión de respuesta, de contracorriente, de desafío, extraordinariamente importante.
En el ámbito de la plástica, las dos grandes figuras son Cecilio Guzmán de Rojas y Arturo Borda. Guzmán de Rojas con un proceso de construcción creativa que culmina con el indigenismo pero que tiene elementos interesantes en esos ensayos delirantes y tardíos en su obra de la pintura coagulatoria. En el caso de Borda, tenemos un pintor que mezcla un espíritu profundamente anarquista, una lógica en la línea de pensamiento vinculada al trabajo como elemento dignificador, la crítica del arte, por supuesto su enfrentamiento con Guzmán de Rojas plasmado en su famoso cuadro “Crítica del arte moderno”, una versión surrealista de diversos temas típicos y una lógica autodestructiva en su vida que es tan característica de los autores malditos. En el ámbito de la escultura podríamos mencionar a Marina Núñez del Prado como un hito fundamental. En su caso estamos hablando ya de la década de los años cuarenta y su madurez como creadora en la década de los años cincuenta y sesenta. Quizás inspirada en Henry Moore –si pudiéramos citar alguna influencia en su obra de parte de algún escultor internacional- Marina establece una vinculación extraordinaria de los materiales y de sus temas de inspiración, sublimando no solamente la fuerza de la tierra, sino el descubrimiento de la mujer en su plenitud. Tampoco podemos olvidar a Emilio Villanueva en la arquitectura.
En el ámbito del cine aparece José María Velasco Maidana con Wara Wara, una película emblemática no solamente por su construcción cinematográfica y su capacidad narrativa, sino porque vuelve sobre el debate entre el blanco, el indio y el mestizo, la discusión de lo indígena, la opción de futuro del país, que está siempre dando vueltas. Los artistas de la primera mitad del Siglo XX estaban fuertemente condicionados por este debate, presente en Guzmán de Rojas, en Velasco, en Arguedas, en Tamayo, etc. Por ello creo que el nacimiento del Siglo XX en la cultura está en 1909 y 1910, porque ese es el debate que va a marcar las búsquedas creativas en el arte boliviano hasta la revolución del 52, cuando se produce un proceso de transición importante.
-Es llamativo que la mayor parte de los hitos vinculados a la Revolución del 52 parezcan ser más bien institucionales: la fundación del Instituto Cinematográfico Boliviano, el Primer Festival de Música Autóctona, etc. Sin embargo el enlace conceptual con el debate del que nos habla, no podría ser más directo.
La Revolución del 52 es la cristalización de ese debate en hechos objetivos, en transformaciones que incorporan a un núcleo fundamental de la sociedad en el papel protagónico que no había tenido. La Revolución del 52 genera a su vez su propia construcción de cultura, pero esa construcción está basada en las búsquedas de los artistas que mencionaba en la brevísima revisión de la primera mitad del Siglo XX que acabo de hacer. El 52 va a marcar la afirmación del mestizaje con esa referencia tan mexicana. La idea del ‘hombre cósmico’ de Vasconcelos es una influencia incuestionable en lo que fue el pensamiento cultural boliviano en el 52. A partir de ese momento se da otra búsqueda que va a irse concretando recién en la década de los años sesenta.
En el caso del cine, la creación del Instituto Cinematográfico Boliviano es un elemento impulsor para formar gente que pudiera realizar un cine de calidad. Pero las mejores películas de la década de los años cincuenta no van a producirse en el seno del ICB, sino en la producción independiente de Jorge Ruiz y Augusto Roca a través de “Bolivia Films”. La obra maestra de la época es Vuelve Sebastiana de 1953, pero alrededor de ese filme hay una media docena de documentales –Los Urus, por ejemplo– donde está presente una búsqueda antropológica de las raíces. Hay un elemento obsesivo, reiterativo en la cultura boliviana, que está muy vinculado a dos cosas: la búsqueda y el desentrañamiento de los valores autóctonos originarios, marcados y simbolizados en el mundo indígena, y por otro lado a una visión andinocéntrica, por las razones obvias, referidas al fuerte desarrollo de la sociedad en el área andina y el todavía menor impacto de la cultura cruceña en el espectro nacional. Ahora bien, el 52 desde el punto de vista del cine va a culminar con el surgimiento de Jorge Sanjinés, un heredero de Ruiz, con Revolución en 1963. Posteriormente Sanjinés jugaría un rol fundamental en el desarrollo del “Nuevo cine boliviano”, junto con Antonio Eguino. El primero a mi gusto tiene tres obras fundamentales: Ukamau, Yawar Mallku y La nación clandestina, que colocan a Sanjinés como la figura central y definitiva del cine boliviano. Por su lado, Eguino con Chuquiago logra una particular aproximación a una ciudad tan compleja como lo es La Paz, en un filme que además resonó mucho con el público.
En el ámbito de la plástica la influencia de la revolución mexicana se vuelve a mostrar, en este caso en el muralismo boliviano, que va a contar con cuatro figuras, dos de ellas fundamentales en el muralismo y otras dos que desarrollan una obra posterior de otra naturaleza: Walter Solón Romero y Miguel Alandia Pantoja, y Gil Imaná y Lorgio Vaca, que llegan a trabajar como un equipo al darse la creación del Grupo “Anteo”. Estos artistas realizan murales muy importantes en las ciudades de La Paz y Sucre, vinculados al magisterio, a la revolución, al petróleo, y que tienen su culminación en el “Monumento a la Revolución”, en mi opinión la obra más acabada de este proceso. El interior de este monumento tiene un ángulo de Alandia Pantoja y otro de Solón Romero –los muralistas más extraordinarios del arte boliviano, vinculados por supuesto a la influencia de la gran trilogía de muralistas mexicanos. En el caso de Lorgio Vaca tenemos el desarrollo de una tarea muy importante en el muralismo en cerámica, que se realiza en Santa Cruz a partir de la década de los años sesenta, setenta, ochenta y noventa, al influjo del crecimiento de Santa Cruz como un centro urbano que genera demanda de obras de arte. En el caso de Gil Imaná, se aprecia una transición hacia la visión de lo indígena, y en especial de la mujer indígena, que evoluciona de la influencia de Guzmán de Rojas con sus propias características. En la veta del arte abstracto, que parecería no tener un ámbito de desarrollo particularmente fértil en las líneas maestras de la Revolución, tenemos artistas de gran factura, como María Luisa Pacheco y Alfredo La Placa, que se vinculan al arte internacional y las corrientes vanguardistas de esa época. En la arquitectura surgen también figuras relevantes, entre las que resalta Juan Carlos Calderón, con dos o tres obras maestras, la más importante probablemente el Palacio de Comunicaciones en La Paz.
El 52 también estimula la incorporación del arte popular musical de forma explícita. Anteriormente, se encuentra varios esfuerzos por hacer culta la música popular: El ballet Amerindia del mismo Velasco Maidana es un ejemplo de ello, o Adrián Patiño y el conjunto de compositores que están a salto de mata entre el arte popular criollo-mestizo, donde dominan la cueca, el bailecito y el taquirari. En el contexto de la revolución se da la aparición, muy importante para el desarrollo de la música folklórica posterior, del Primer Festival Indigenista de Música que se da en 1956, marcando la inserción del mundo indígena como contribución musical, con formas y con una estética, una visión distinta de la que habíamos visto, en el mundo artístico nacional. En ese sentido, Voces de la tierra de Jorge Ruiz es un ejemplo muy interesante, también en 1956. A partir de ahí se encuentra una inclusión que yo vería en su momento más extraordinario en los discos Folklore y Folklore 2 de Domínguez, el Gringo [Favré] y Cavour, donde se estructura una incorporación de la música criollo mestiza con la música indígena autóctona. De ahí parte la sofisticación de Wara, ya en los años setenta, que con su disco Maya hacen a mi gusto la obra más importante de aporte creativo en el campo del folklore fusión en la música boliviana.
En el caso de la literatura, es importante subrayar que no tenemos la ‘gran novela de la revolución’. Hay alguna obra, por ejemplo de José Fellman Velarde, que no han tenido la repercusión crítica que merecían, y la trilogía más importante que es la de Jesús Lara sobre el proceso de la Reforma Agraria. Probablemente entre ellas Yawarninchij sea la más importante, pero es interesante ver la obra como un tríptico que plantea el antes, el durante y el después de la Reforma Agraria. Este es un elemento importante, más si consideramos la dimensión y lo significativa que es la Reforma como el hecho básico de la revolución del 52.
Posteriormente, en la creación literaria se produce un salto, generando lo que Oscar Rivera Rodas definió como la “Generación del 69” por su vínculo con la guerrilla del Che Guevara, y que va a tener sus dos novelas referenciales en Matías el apóstol suplente de Julio de la Vega y Los fundadores del alba de Renato Prada, referentes fundamentales de una generación influida fuertemente por el Boom en sus construcciones literarias y tratamiento del lenguaje. En la poesía y la novela después nos topamos con la figura que proyecta una gran sombra sobre la generación post setenta y del Siglo XXI, que es Jaime Sáenz. En lo personal, prefiero a Sáenz como poeta antes que como novelista, pero consigue con esa novela totalizadora que es Felipe Delgado, consolidarse como un referente inexcusable. No puedo olvidar a Pedro Shimose, revolucionario con Poemas para un pueblo incluso antes de ganar el premio Casa de las Américas con Quiero escribir pero me sale espuma; pero me quedo con su madurez poética en “Bolero de Caballería”. Es más, Shimose, Sáenz y Cerruto son una trilogía (con Camargo), de referentes muy importantes de esta parte del arte boliviano.

Fuente: La Ramona