01/19/2012 por Marcelo Paz Soldan
Entrevista a Máximo Pacheco: “La noche descorriendo el velo de la historia y luego volviéndolo a cubrir”

Entrevista a Máximo Pacheco: “La noche descorriendo el velo de la historia y luego volviéndolo a cubrir”


“La noche descorriendo el velo de la historia y luego volviéndolo a cubrir”
Por: Rodrigo Urquiola Flores

Siete preguntas a propósito de La noche como un ala (Premio Nacional Alfaguara de Novela 2010) de Máximo Pacheco Balanza
¿Qué significó ganar el Premio Nacional Alfaguara de Novela con La noche como un ala luego de haber quedado finalista dos veces con las novelas Huesos y cenizas (cuando el premio lo ganó Tito Gutiérrez con Magdalena en el paraíso) y con Retrato de ciudad con calavera en la mano (cuando el premio recayó en El agorero de sal, de Luisa Fernanda Siles)?
Máximo Pacheco: Significó sobre todo deshacerme del pesado fardo que representaba haberme propuesto ganar el premio después de haber obtenido (como vos lo señalas en la pregunta) dos veces la mención honrosa. No soy un escritor muy disciplinado y menos todavía un escritor frecuente. Mi primera novela la escribí el año 1984 y no volví a escribir otra hasta el año 2000 (aunque en este lapso hice unos cuentos y uno que otro poemario). La novela es un género que exige dedicación y sobre todo “obsesionamiento”, al menos en mi caso. Tengo que estar poseído por los personajes durante años para poder finalmente ponerme a escribir a regañadientes en unos cuantos meses. Cuando escribí Huesos y cenizas tras ese largo periodo de sequía literaria en que me había sumergido, la mejor opción para ver si era una buena obra era mandarla al concurso así que la mandé y logró la mención honrosa. Yo estaba muy contento con mi mención y me olvidé de la novela (la publicó la Alcaldía de Sucre gracias a gestiones de amigos el año 2004) y de la novelística hasta que una noche en un boliche uno de los jurados del premio me dijo (a buen entendedor pocas palabras) que yo no sabía escribir. Para demostrarle lo contrario (aunque dudo que él se acuerde de esa noche) me fijé el objetivo de ganar el premio algún día. Lo intenté el año 2005 con Retrato de ciudad con calavera en la mano, una novela sobre Sucre para lectores sucrenses. Un reconocimiento personal a mi ciudad y su mitología urbana. Con esta novela no sólo conseguí una mención honrosa en el concurso sino el afecto de muchos de mis conciudadanos y amigos que se reconocen en sus páginas y se identifican con sus personajes humanos y arquitectónicos. Finalmente, casi sin querer, gané el premio el 2010 y además de los beneficios económicos, significó entre otras cosas mi reingreso en el mundo de la literatura boliviana al que había entrado muy joven (cuando gané el premio San Andrés de novela si no me equivoco el 84) y del que había salido igual de rápido, para alejarme por un largo tiempo.
El título La noche como un ala da la impresión de que la novela narra una historia oscura y cerrada, y, cuando nos enteramos de que la trama se desarrolla en la época de la colonia, esa época de tantos territorios sin descubrir, se nos viene a la mente aún más oscuridad. La oscuridad como un ala, una noche que vuela. ¿Por qué este título –que parece aludir más a algún significado poético– para una novela con tendencia histórica?

Máximo Pacheco: Muchos lectores me han hecho esa pregunta: ¿Por qué La noche como un ala? La verdad es que mientras escribo una novela no tengo la noción del título que va a llevar. Cuando acabé de escribir esta me pregunté ¿y ahora que título le pongo? Y estuve barajando varias posibilidades. Tenía una noción parecida a la tuya, pensaba que la novela narra unos sucesos que iluminan un pedazo de una historia que se oscurece al cerrar el libro y desaparece. Entonces me acordé de una frase escrita por un tío abuelo (hermano de mi abuela materna), un escritor prácticamente olvidado de inicios del siglo XX que se llamaba Ismael Vilar, que escribió un cuento que se llama El sentido de la honra en el que hay una frase que yo había utilizado como epígrafe de mi guión cinematográfico Lumpen proletariat y que dice así: “cada día llega el día y cada día se va, y cada día lo despide la esperanza y cada día es sombrío a pesar del sol. Y después del día llega la noche como un ala, la noche que, esperanza o crimen, todo lo cubre con igual dulzura”. Y entonces dije: maldición, ya lo tengo, tiene que llamarse La noche como un ala. La noche descorriendo el velo de la historia y luego volviéndolo a cubrir. Se me ocurrió eso, no sé si los lectores lo verán así. Supongo que sirve para darle un toque de misterio a la novela. En realidad, la colonia temprana no es un periodo oscuro al menos en el sentido de oscuridad (o de oscurantismo) que le daban los ilustrados a la edad media considerando que la razón es la que ilumina al mundo. Y la oscuridad de La noche como un ala es una oscuridad de esas en las que uno se divierte dando vueltas a tientas y de pronto toca algo misterioso y amorfo.
Abrimos La noche como un ala y lo primero que oímos es una voz parca y sobria, como en liturgia, el Kuraka Aira Ampu es sacado de su tumba y luego devuelto a ella para que no lo vean los demonios blancos. La muerte flota alrededor. ¿Qué es la muerte en la escritura de Máximo Pacheco?
Máximo Pacheco: En este momento no estoy del todo seguro. Cuando era un jovenzuelo casi adolescente y escribía mis primeros poemas, la muerte era, para mí, lo más importante. Mis primeros poemas estaban dedicados a explorar en el mundo de la muerte (mi primer poemario se llama no en vano Anatomía de la tumba) andaba buscando el secreto de la vida en las morgues y anfiteatros (en esos tiempos entré a estudiar medicina sin creer en ella para nada). Mi fascinación por la muerte me llevó posteriormente a la arqueología y probablemente también a la historia (orientación necrofílica que hubiera puesto iracundos a los historiadores de los annales). Cuando escribí Huesos y cenizas una novela que según un amigo transcurre “en el tiempo del alcohol y de la muerte” mi visión ya había cambiado. Me fui a vivir al campo y ahí vi morir a muchos de mis amigos afectados por el mal de chagas. Y ahí aprendí a ver a la muerte como algo natural, integrado a la cotidianeidad. Sin traumas heideggerianos como “el ser para la muerte” y esas cosas. Precisamente ahora estoy trabajando en un ensayo filosófico que se titula La intrascendencia de la muerte no sé muy bien en qué acabará, creo que me estoy metiendo en camisa de once varas. Espero salir indemne de la aventura. ¿Qué es la muerte en mi escritura? Creo que es una preocupación constante o una constatación preocupante. Pensándolo bien, la muerte siempre está presente en mis obras como un leit motiv. Toda la trama gira alrededor de la muerte. Aunque el tono del abordamiento ha ido variando con el tiempo, en un principio era muy solemne y saenziano con el tiempo ha ido adquiriendo un poco más de humor y liviandad. En La noche como un ala he querido contraponer las visiones andina y cristiana de la muerte, no sé si con muy buenos resultados. La respuesta está en manos de los lectores.
El licenciado don Diego Pozo del Llano sufre de dolores de estómago. Pedos sonoros y malolientes. A poco más de un año de la publicación de La noche como un ala, cuando recuerdas a este personaje, ¿qué impresiones se te vienen a la mente?
Máximo Pacheco: Siempre me ha interesado la historia del cuerpo. Y en este caso quería abordar el tema desde la novelística. La novela no se mete mucho con el cuerpo a no ser desde el punto de vista del sexo y la sexualidad, no he leído nada que hable de la decadencia del cuerpo y de los achaques que ocasiona el prolongado (o no tan prolongado) vivir. En mi novela Huesos y cenizas hay páginas y páginas sobre la decadencia corporal, el dolor y el placer que el cuerpo sustancia. En La noche como un ala le tocó la mayor carga al Licenciado Pozo, quizás porque el cacique está muerto y el jesuita no está tan viejo. Al leer las crónicas uno por lo general no se imagina el estado físico del escritor, se pone la atención en la parte intelectual. Mi personaje es un hombre viejo y gastado por la vida, cargando con su cuerpo como una expiación, un verdadero esperpento (feo y grotesco) pero a la vez simpático y bromista como suelen ser los ancianos. A esa edad y en esa época difícilmente podía tener dientes, si no mascaba la comida obviamente tenía problemas estomacales y así… A un año de la publicación de la novela, pensar en el licenciado Pozo todavía me pone de buen humor. Hubiera querido conocerlo y echarle unas conversaciones de horas con él. Igual con el padre Urreda y con el cacique. Siempre he sido muy amigo de los viejos y siempre he disfrutado de sus historias, de su conversación, de sus manías y sus ck’onaneríos. La macana es que ya todos se están muriendo y yo soy el que se está convirtiendo en viejo, achacoso y pedorro. Ahora que lo pienso, en todas mis novelas hay siempre un viejo.
En La noche como un ala nos encontramos con descripciones de paisajes que parecen pintados en cuadros que tranquilamente podrían estar expuestos en museos que hagan referencia a la época de la colonia. ¿Qué rol juega la pintura en esta novela?, y más allá, ¿en tu manera de escribir?
Máximo Pacheco: La pintura juega un rol importantísimo en el catolicismo pos-tridentino y por tanto en las indias. No podríamos imaginarnos la colonia sin la pintura y la escultura al servicio del culto. Y pienso yo que las culturas andinas hacían lo mismo aunque sin figurativismo. De todos modos, nuestra visión de la colonia (al menos la mía) está mediada por las pinturas y esculturas. Una gran parte de nuestros conocimientos sobre la vestimenta, el aspecto físico (las miradas, las sonrisas, las posturas) vienen de los cuadros. He trabajado en un museo de arte colonial y supongo que mis descripciones son pictóricas porque mi visión del pasado viene más de los cuadros que de los documentos. Me he pasado horas y horas de mi vida (especialmente del tiempo en que escribí La noche como un ala) observando encandilado las pinturas de Bitti, de Holguín, de Berrío y de tantos otros pintores anónimos de la colonia. En parte por mi interés de pintor en la técnica y en parte por un interés obsesivo por desentrañar los misterios del pretérito. Me alegra mucho que eso se note en la novela. Yo me imagino el ambiente de la ciudad del Cuzco en La noche como un ala con esos tonos grisáceos y medio sombríos de Holguín. Después de todo para mí escribir es como pintar. Como poner un cuadro en palabras. ¿Te imaginas lo capo que sería el que ponga un cuadro del Bosco en palabras?
En La noche como un ala existe una clara comparación entre dos fiestas. Por un lado está la fiesta de los indígenas y por otro la fiesta de los conquistadores. ¿Fue tu intención hacer esa comparación aludiendo a algunos hechos de la historia boliviana reciente?
Máximo Pacheco: No. No fue mi intención. Leyendo a cronistas y tratadistas del siglo XVI (Acosta, Polo…) me enteré de que los indios del Cuzco celebraban en la fiesta de Corpus la fiesta del sol o intiraymi. Habían subsumido sus propias creencias en las católicas y aunque oficialmente reverenciaban a Cristo transustanciado en el pan, por “abajo” seguían adorando al sol. Quizás la iglesia promovió esta relación porque las custodias empezaron a hacerse con la forma de un sol radiante, “oficialmente” se convirtió en la misma fiesta. Obviamente esto tiene que ver con la historia reciente en los Andes. Pero nuestra historia religiosa (quiero decir la de la actual Bolivia) no es la misma que la del Cuzco. Los cuzqueños exportaron su religión hacia el Collasuyo – Charcas. El culto al sol en estas latitudes a la llegada de los españoles era relativamente nuevo. Llegó junto con los incas pocos años antes de la conquista. Era una creencia recientemente asimilada. La novela transcurre en el Cuzco, el centro de difusión del culto al sol. Así que la relación entre la novela y la realidad nacional boliviana sería un poco forzada. Nosotros éramos relativamente nuevitos en el Tahuantinsuyu.
Más allá de la lucha entre conquistadores y conquistados hay una guerra religiosa. Aquella fe que mueve montañas también es capaz de mover ejércitos. Desde un punto meramente religioso y volviendo a la comparación entre épocas de nuestra historia, ¿cómo interpreta Máximo Pacheco los sucesos que acontecen ahora en nuestro país?

Máximo Pacheco: Mi estimado Rodrigo, vos sabes que la fe en general mueve más ejércitos que montañas. Aunque en la colonia temprana en las indias el estado español no necesitó, curiosamente, de un ejército regular para mantener su dominación. Quizás ejercían formas más sutiles y sofisticadas de violencia (entre ellas la hegemonía religiosa). En cuanto a los sucesos que acontecen en Bolivia qué te puedo decir. Creo que en términos generales y desde un punto de vista meramente religioso como planteas, vamos por buen camino. Hay una revalorización de la religiosidad andina y libertad para practicar la religión que uno quiera. No creo en las religiones empoderadas, me parece bueno que el estado sea independiente de la religión como reza nuestra constitución.
Fuente: Ecdótica