04/20/2012 por Marcelo Paz Soldan
Entrevista a Liliana Colanzi en Otro Cielo

Entrevista a Liliana Colanzi en Otro Cielo


A continuación, presentamos la entrevista “Esta generación está menos preocupada por retratar los procesos políticos que por explorar el territorio de la intimidad”, Juan Candal, Otro Cielo, Nº13, mayo 2011 (otrocielo.com). Este número de la publicación se estructura como un especial sobre literatura boliviana con otras entrevistas y minirreportajes que compartiremos próximamente.
Liliana Colanzi: “Esta generación está menos preocupada por retratar los procesos políticos que por explorar el territorio de la intimidad.”
Por: Juan Manuel Candal

(…) armamos un especial latinoamericano para incluir a autores chilenos, venezolanos, bolivianos, peruanos, etc. Sorpresivamente, no teníamos mucho de Bolivia. El amigo de la casa, Juan Terranova, había estado por esos pagos antes y me recomendó, entre otros, a Liliana Colanzi.
Hablar de su obra, a esta altura, es redundante (…) Lo que verdaderamente me sorprendió fue la persona. Liliana es la autora que todo editor desea para su sello: se interesa por tus sugerencias, propone activamente desde opciones de tapa hasta formas de presentar el libro, acepta revisar y revisar los textos y todo siempre con un entusiasmo que es contagioso y devuelve al ambiente literario algo de la frescura que perdió.
De talento innegable y futuro más que promisorio, he aquí una joven autora cuyos cuentos son tan bolivianos como carverianos, tan autobiográficos como arriesgados, complementados por anécdotas que le han sido contadas, porque como toda buena escritora, Liliana también es un vampiro.
– Liliana, normalmente preguntamos a los autores como empezó su interés por la literatura, cuando empezaron a escribir y finalmente como lograron acceder a publicar. Pero hace poco releía “La flecha del tiempo” de Martín Amis (en el que la historia de una persona se cuenta en reversa, como si estuviera siendo rebobinada) y se me ocurrió que sería interesante que adoptemos esta premisa: ¿Quién es Liliana Colanzi hoy? ¿Qué publicó? Desde cuándo viene escribiendo, cómo fue que comenzó a hacerlo.
Publiqué el libro de Vacaciones permanentes el año pasado en la editorial boliviana El Cuervo. También estudio un doctorado en literatura comparada en la universidad de Cornell (voy por el segundo año). En 2009 coedité, junto a Maximiliano Barrientos, la antología Conductas Erráticas, un experimento que quería buscar formas de narrar la experiencia personal desde la no ficción. Publiqué mi primer cuento a los 17 años y a los 19 formé parte de una antología muy controversial en Bolivia, Memoria de lo que vendrá. Tengo relatos en otras antologías y revistas (ya veo que no estoy respetando tu esquema, pero es que es muy difícil narrar todo de adelante hacia atrás). Escribo cuentos desde los ocho años, y desde entonces hasta que cumplí los 23 mantuve regularmente un diario (lo abandoné cuando me fui a vivir sola a Inglaterra). También he trabajado como periodista y ahora tengo una columna en The Clinic (Chile). Soy la hija menor de una familia grande y bulliciosa y supongo que me dediqué a escribir porque, tímida como era, siempre pasaba desapercibida. Una sensación que me acompaña desde chica es la de estar fuera de lugar en todas partes. Mientras crecí no conocí a nadie a quien le gustara leer, y de alguna forma llegué a la conclusión de que el interés por la lectura y la escritura era algo que debía ocultar. Creo que escribir fue en principio, el medio para lidiar con ello, para crear un mundo propio en el que me sintiera más a gusto.
– Para el Argentino medio no es muy claro el panorama narrativo actual de Bolivia. ¿Qué está pasando allá ahora? ¿Sobre qué se escribe? ¿Qué autores nuevos han logrado instalarse en medio de allá o habría que prestarles atención -y buscarlos- desde acá?
De mi generación, habría que comenzar por Giovanna Rivero, Rodrigo Hasbún y Maximiliano Barrientos, que además son los más fáciles de conseguir porque todos ellos publican en editoriales españolas. Creo que Rodrigo y Maximiliano compartieron algunas influencias comunes importantes -Carver, Zambra-, pero sospecho que ahora cada uno ha emprendido su propio camino y tengo mucha curiosidad por ver lo que vendrá. Giovanna ha pasado del cuento erótico a la ciencia ficción y al gótico; a ella le interesa mucho lo freak, lo cual me encanta. Otros narradores importantes son Wilmer Urrelo, Sebastián Antezana, Daniel Averanga y Juan Pablo Piñeiro. Urrelo se inclina por el policial con influencias de Vargas Llosa; Antezana tiene una novela de aventuras que dialoga con lo meta, muy en la onda Perec; Averanga escribe cuentos de terror; Piñeiro ha rescatado el imaginario paceño y es mejor continuador de nuestros clásicos, Jaime Saenz y Urzagasti.
– Hace tiempo vi una entrevista a Edmundo Paz Soldán en la que hablaba de que la generación McOndo buscaba derribar un estereotipo (el del boom, el realismo mágico) y terminó construyendo otro (el de los marginales, etc.). ¿Notas alguna tendencia en tu generación?
Ya se ha dicho varias veces y creo que a fuerza de repetirse, corre el riesgo de convertirse en un cliché: que esta generación está menos preocupada por retratar los procesos políticos que por explorar el territorio de la intimidad, de la subjetividad, etc. Sí que hubo una rebelión muy fuerte contra la idea del escritor modelado a la manera de García Márquez o Vargas Llosa, es decir, del escritor comprometido con cierta ideología política, el escritor como el portavoz de la colectividad. La respuesta a una literatura épica y total fue volcar la mirada hacia los espacios mínimos, hacia las batallas interiores. Pero hoy hay mucha variedad, registros que van desde el realismo más tradicional hasta la literatura fantástica e incluso la ciencia ficción. Lo importante es que hay espacio para que coexistan varias voces y géneros.
– ¿Con qué literatura hispanoamericana tiene más relación, actualmente, la boliviana? He escuchado a algunos rescatar a figuras como la colombiana Laura Restrepo, por ejemplo.
Tengo la impresión de que la literatura boliviana dialoga todavía de manera muy intensa con la argentina, en especial con Borges y Cortázar. Y con la chilena. Bolaño, por supuesto, es una influencia fundamental.
– ¿Y qué ocurre con los autores jóvenes argentinos? ¿Llegan al mercado? ¿Hay alguno en particular que haya logrado cierta repercusión, aunque sea dentro del ambiente?
Juan Terranova publicó el año pasado Música para rinocerontes con la editorial El Cuervo y tuvo una excelente acogida (su cuento “Me das miedo Lucía”, una historia sobre sadomasoquismo que resulta curiosamente tierna, está entre mis favoritos). Por estos días saldrá, también con El Cuervo, Trayéndolo de regreso a casa, de Patricia Pron, y Los Lemmings, de Fabián Casas (Ensayos Bonsai, de Casas es un libro que he leído muchas veces y que siempre me sorprende): Acá los libros llegan con cuentagotas y tienen precios prohibitivos. Cuando estudiaba en Santa Cruz leía todo lo que se vendía en versión pirata; los libros de editoriales extranjeras menos comerciales que pasaban de mano en mano y en fotocopias, porque no las podíamos comprar, y estoy segura de que la situación no ha cambiado mucho desde entonces. Así que la apuesta de El Cuervo -publicar autores latinoamericanos contemporáneos que no pertenecen al mainstream– es genial. Por otro lado, Terranova y Casas ya han venido a Bolivia como invitados de eventos literarios -lo mismo Leila Guerriero y, por lo que sé, también vendrá pronto Federico Falco. Estas visitas siempre generan interés por la obra y las librerías se van animando a traer libros de estos autores. Sí existe un gran interés por lo que está pasando hoy en la literatura argentina; lamentablemente, faltan los recursos.
– A su vez, tanto el anteriormente mencionado Paz Soldán, como Giovanna Rivero, como vos, han logrado, cada uno a su manera y con distintos alcances, publicar y comenzar a trascender fronteras. ¿El momento literario de Bolivia es más o menos propicio que el de otros países latinoamericanos?
Este año es importante para la literatura boliviana: Giovanna publicó hace poco, junto a Terranova y Andrea Jeftnovic, Crónicas de Oreja de Vaca, con la editorial Bartleby en España. Periférica acaba de lanzar simultáneamente dos libros de Maximiliano Barrientos: la novela Hoteles y el volumen de cuentos Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer. El nuevo libro de relatos de Rodrigo Hasbún, Los días más felices, sale con Duomo en septiembre. Edmundo publicó Norte con Mondadori a principios de año. Nunca antes tantos autores bolivianos habían publicado simultáneamente en España; para Bolivia, esto es una especie de big bang.

– ¿Cómo es eso de la Literatura Comparada? Y ya que estamos comparando, qué paralelos entre la literatura anglosajona y la latinoamericana pudiste encontrar.

La verdad es que no sé. Quería irme de Bolivia y por suerte me aceptaron en Cornell. Ya me habían advertido que el programa era bastante teórico, pero no estaba ni remotamente preparada para discutir la cosidad de la cosa de Hegel, por ponerte un ejemplo. Mi aproximación a la literatura no pasaba por la literatura, mi acercamiento era más intuitivo. En la ficción yo buscaba cosas diferentes de las que buscaba la academia: quería aprender a ser escritora, no profesora. Al leer me fijaba el ritmo, en la prosa, en la construcción de los personajes, y no necesariamente en los temas o el contexto. Odié el primer semestre. Me esforcé mucho y no entendí nada. El invierno, además, fue fatal. No pude escribir y eso me generó cierta frustración, especialmente después de haber pasado por un buen periodo creativo del que salió Vacaciones permanentes. Recién ahora, después del segundo semestre, creo que comienzo a comprender de qué van algunas discusiones, y hasta empiezo a seguirlas con gusto. Ha sido fascinante estudiar la vanguardia europea de los años 20 y 30 y compararla con la neo-vanguardia latinoamericana de los 70, por ejemplo, o leer El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, junto a Los pichiegos, de Fogwill, en un curso de narrativa apocalíptica y post-apocalíptica. Todavía estoy tomando clases. lo mejor de la universidad es que te permite explorar a tu antojo, pero al mismo tiempo te obliga a concentrarte, a enfocarte.
– ¿Por qué publicar un libro de cuentos (“Vacaciones permanentes“, 2010, El Cuervo; de próxima aparición en edición argentina) y no una novela? ¿Has escrito novela alguna vez u por el momento tu pulso literario encuentra su lugar en el cuento?
Hay corredores de largo aliento; yo funciono mejor en las distancias cortas. Al menos por ahora. El cuento me permite condensar mejor la intensidad de una historia. Cada vez que he intentado escribir una novela no he llegado más allá de las veinte páginas, me disperso. Será por eso que estructuré Vacaciones permanentes como un libro de cuentos que se puede leer como novela fragmentaria; me resultaba más fácil ir pensando en las historias una por una, de forma independiente. Eso sí, quería que todos los cuentos estuvieran vinculados, que compartieran los mismo personajes, las misma atmósfera, de manera que un relato fuera capaz de iluminar al siguiente. Tenía la cabeza en los libros como Hijo de Jesús, de Denis Johnson, Drown, de Junot Díaz, o Natasha, de David Bezmogis. De todos modos, no me quita el sueño la idea de no escribir novelas.
– Sin embargo, “Vacaciones permanentes” es un libro mentiroso, porque sus cuentos conforman una unidad también, por lo que si bien no llega a ser una novela restellada, tampoco es un rejunte de relatos. ¿Cómo surgió este entramado y cómo supiste que era suficiente?
Para empezar a escribir necesitaba saber absolutamente todo sobre mis personajes: quiénes eran, cómo habían crecido, las cosas que los habían marcado. Incluso si este background no aparece de manera directa en los cuentos, para mí era esencial saber que esas cosas bullían entre ellos. Una vez que tuve claro esto, pude empezar a imaginar más historias con los mismos personajes. no tenía idea de cuando iba a parar. Escribí el primer cuento de Vacaciones permanentes una noche a fines de 2008 y terminé el último mientras viajaba en un avión a mediados del 2010, pero uno de los personajes, Analía, había estado conmigo desde hacía años. En versiones anteriores la pintaba un poco más heroica; en Vacaciones permanentes es un personaje ambivalente, atormentado por sus contradicciones. Supe que era suficiente cuando, después de escribir y rescribir y perder por completo el sueño, me di cuenta de que estaba empezando a detestar el libro. Además, había dejado a Analía justo en las puertas de la vida adulta y, por más que me esforzara, no podía ver lo que esperaba después.
– Uno supone que los cuentos que protagoniza Analía no han terminado aquí. no me refiero a si los vayas a publicar o no, pero apostaría que existen más relatos.
Algunos cuentos se atascaron en el camino, pero no los protagonizados por Analía: creo que a ella me la saqué de encima, al menos por un tiempo. Me interesan más los personajes que se quedaron en los costados, experimentar con otras voces. Si vuelvo a escribir sobre Analía, tengo la impresión de que será de manera tangencial. Al principio creía que mis personajes iban a crecer conmigo, pero ahora me doy cuenta de que Vacaciones permanentes fue una especie de carta de despedida a una etapa de mi vida y un tributo a ciertos autores que me obsesionaban por esos años.
– Es extraño que hayas elegido cerrar el libro con un cuento muy fuerte pero protagonizado por un personaje sideral en el libro. Si, estructuralmente, hubiera sido más lógico terminar con un relato que tuviera por protagonista a Analía, ¿cuál es la razón de darle este orden?
No había previsto que Analía iba a acabar por robarse el libro, así que no me preocupaba que desapareciera en algún momento del libro. Por otro lado, me gustaba la idea de comenzar con un cuento en Bolivia y cerrar con otro que transcurriera en algún lugar muy distante en todo sentido de Bolivia, como Estonia. En todo caso, muchas de las decisiones que tomé al ordenar los cuentos estuvieron guiadas por la intuición.
– La pregunta es obvia, pero también es obligada: ¿cuánto hay de vos en Analía? Y no me refiero a la consabida respuesta de que “todos nuestros personajes tienen algo de nosotros”, sino, particularmente, a si parte de su extenso y movido anecdotario tiene un correlato con tu vida.
En Vacaciones permanentes he utilizado nombres de hoteles, bares, colegios y calles que conozco. Como Analía, yo viví en Inglaterra y trabajé de mesera. Al igual que ella, era muy despistada y una vez me echaron del restaurante. También fui a un colegio católico estricto y me llevaba muy mal con los curas. Algunas de las historias tienen su correlato con experiencias personales, viajes, peleas, anécdotas. Sobre todo este último: he robado muchísimo de historias de familiares y amigos. una vez, revisando viejos emails, encontré uno en el que un amigo me contaba cómo había pasado la noche en la comisaría después de que lo encontraran quemando basureros en la calle. Esa historia aparece, casi idéntica a como me la contaron, en “El fin de semana estaré bien”. Lo de hacer autostop es parte de mi propia experiencia adolescente. Pero Analía es una ficción y todo lo que ocurre es, finalmente suyo.
– Para el autor novel, que puede llegar a leer tu libro, ¿qué fue lo más difícil de armar “Vacaciones permanentes“? Uno sospecha que elegir los cuentos que entrarían y los que no, pero esto se basa en mi suposición de que existen más relatos que estos siete.
El problema no fue tanto elegir los cuentos, sino mantener la coherencia entre ellos. Quería que el lector pasara de uno a otro con fluidez pero, al mismo tiempo, que cada relato se sostuviera solo, sin necesitar de los demás. También dudé con el nombre de los cuentos: al principio el libro estaba estructurado de acuerdo con la cronología de los personajes.
– Estabas consciente, imagino, de que titulaste al libro como un disco de Aerosmith. ¿Hubo alguna intención en ello?
En realidad el título es un tributo a la primera película de Jim Jarmusch. no es mi favorita de Jarmusch, pero el monólogo inicial del protagonista, el joven vagabundo Chris Parker, me gusta mucho: “He conocido montones de personas. Y salí con ellos, conviví con ellos, los observé actuar su pequeño papel. Y para mí esa gente es como una serie de habitaciones parecidas a todos los lugares donde he estado. Entras por primera vez, curioso, a una nueva habitación: una lámpara, un televisor, cualquier cosa, y al cabo de un tiempo la novedad desaparece por completo. Entonces solo hay esta especie de angustia. Probablemente no sabes de qué hablo. De cualquier forma, la cuestión es que después de un tiempo algo te llama, una voz te habla. Y eso es todo. Hora de irse a otro lugar”. Me parece que los cuentos dialogan con esa sensación de inquietud, de desarraigo, de curiosidad y de hastío.
– ¿Qué importancia tuvo el trabajo -si es que lo hubo- de tu editor en Bolivia? ¿Fue un ida y vuelta o el libro es más o menos tal cual el manuscrito que presentaste?
Fernando Barrientos, el editor de El Cuervo, decidió publicarme después de haber leído solamente tres cuentos. Lo suyo fue un acto de fe. El Flaco siempre ha sido un gran cheerleader y eso es lo mejor que puede esperar un autor de su editor. En cuanto al proceso de edición: vos sabés que los inviernos en Ithaca son interminables, durísimos y nevados. Para conservar la cordura, Edmundo organizó en casa un taller con otros estudiantes que estudian en Cornell. Durante casi un año, el día del taller fue el momento más esperado de mi semana, y ahí discutimos todos los textos de Vacaciones permanentes. Tuve la suerte de tener como lectores rehenes a Edmundo y Rodrigo. Y desde Bolivia, Maxi me mandó varias veces sus comentarios.
– Olvidemos por un momento la injusticia de las siguientes preguntas y hagamos como en la televisión, donde te presionan sin más: elegí un puñado de autores de cabecera, tanto de habla hispana como de lenguas extranjeras y contame qué es lo que encontrarás en ellos.
En Kerouac, la urgencia de volcarse a la carretera, de experimentar. En Hemingway, la economía y la fuerza. En Bolaño, el coraje, el excelso. En Fogwill, la cadencia, la sensualidad. en Salinger, la ternura. En Natalia Ginzburg, el ritmo, la vitalidad. En Jorge Campero, la iluminación.
– A bocajarro, un listado de 10 cuentos que integrarían la Gran Antología Colanzi.
Sin ningún orden en particular, aunque hago trampa porque son once:
“Emergencia”, de Denis Johnson.
“Asiáticos”, de Federico Falco.
“El club de los suicidas”, de Stevenson.
“El ojo Silva”, de Bolaño.
“Llamándonos”, de Fogwill.
“Nieve”, de Giovanna Rivero.
“Una hermosa niña”, de Capote.
“Un relato muy corto”, de Hemingway.
“La América salvaje”, de Wells Tower.
“Alma”, de Junot Díaz.
“El tío Wiggily en Connecticut”, de Salinger.

– ¿Estás escribiendo en este momento? ¿Tenés planeado publicar algo próximamente?

Estos últimos meses, mientras escribía los ensayos para la universidad, me la pasé escuchando música (The Magnetic Fields, Fleet Foxes, The Brian Jonestown Massacre, Nick Drake, The Doors, Lord Huron, Morrisey, The Jesus & Mary Chain) y hay algo en el story-telling de las canciones que se me fue metiendo dentro. La división fragmentaria, pero a la vez el latigazo contundente de cada línea, la poesía: todo eso es lo que me interesa explorar. Vacaciones permanentes, pese a su estructura estallada, es un libro de cuentos bastante clásico. Tengo la intuición de que me estoy moviendo hacia un terreno más cenagoso pero, ojalá, también más vital.

Fuente: Otro Cielo