06/25/2011 por Marcelo Paz Soldan
Entre las horas con Ceci Romero

Entre las horas con Ceci Romero


Entre las horas con Ceci Romero
Por: Liliana Colanzi

Entre las horas es un volumen de cuentos que celebra la sensualidad. Con la palabra sensualidad no me refiero solamente al placer sexual, sino a la exacerbación de los sentidos que Cecilia Romero propone en sus relatos. Sus personajes se mueven entre la agonía y el éxtasis: borrachos con el olor del mar, aspirando el sudor del cuerpo ajeno, disfrutando del frío cortante y de la lluvia, perdidos en los colores del amanecer. La autora se toma su tiempo para crear la atmósfera donde transcurren las historias: sus relatos se detienen en los detalles mínimos, en las texturas, en los matices. “A mí me gusta escribir, en algún punto entre yo y el cuarto rojo me enamoré de las palabras, de cómo suenan, de cómo aúllan en las noches mientras cada quien apoya la cabeza para dormir”, dice la voz narrativa del relato “Pimientos rojos”. A Romero no solamente le importa la trama, sino también la atmósfera: la tonalidad del cielo, los sonidos de la noche, la temperatura del agua. Así, sus relatos van avanzando a través de elaborados mapas sensoriales.
Varios de los personajes de Romero son seres nómadas, pasajeros en trance que viven con intensidad su paso por lugares pequeños y remotos, como el vago que deambula en un pueblo de estibadores o la extranjera que perturba la paz de Tierra de Fuego. “Jamás podré estar al centro, esto es lo mío, vivir en la periferia, en el margen; al pie de página”, dice la joven que llega a Tierra de Fuego. Precisamente ese estar al margen es lo que les permite a las criaturas de Romero percibir lo que los demás ya no ven, ser testigos de los secretos de la comunidad. Nadia, la adolescente rebelde, ingresa al mundo de los adultos a través de su relación con un hombre mayor; sin embargo, la transgresión le costará el exilio. Los visitantes de “Tierra de Fuego” y “Tarde en Puerto Rojo” columpian entre la aceptación y el rechazo: parecería que las comunidades por las que pasan están a punto de aceptarlos, solo para terminar siendo tratados como sospechosos, como advenedizos.
Sin embargo, a pesar de la hostilidad que los rodea, los personajes de Cecilia Romero no dejan de transitar el mundo con la mirada curiosa. Incluso en las situaciones más siniestras, sus actos están llenos de una ternura vital. Los recuerdos, la memoria, también cumplen un papel importante en la estructura de Entre las horas. Los cuentos de Romero, casi todos en primera persona, utilizan el flujo de la conciencia y los flashbacks para desplazarse en el tiempo. En Hombre en baño maría, una mujer que desea ser hombre espera a su amante, una mujer casada y con hijos que no vendrá. Mientras aguarda la llegada de su amante, la protagonista revisa diversos momentos de su relación, pero también se mueve en el territorio de los sueños, entre la esperanza y la resignación: “Tengo dos historias para cuando vengas”, dice la protagonista. “La primera es de una chica que no quería pertenecer, la otra de una chica que se parece a Peter Pan. A mí no me persigue el cocodrilo del tiempo como al capitán Garfio, yo vuelo, sigo joven.”
Ese deambular de la memoria, ese aferrarse tercamente al mundo de los sueños está plasmado en todos los cuentos: “Yo escribo porque quizá no exista para mí otra verdad” dice la protagonista del último relato, “Pimientos rojos”, “porque, además de cocinar, escribir es ese placer que muerdo con todos los dientes y mastico y trago su sabor hasta el fondo. Mis pimientos rojos pueden atestiguar esa fijación por las caras y las cosas y cuando sueño y logro recordar lo que sueño, vuelvo a los treinta cuartos, la plaza que sigue en el mismo lugar. Y voy y vengo y estoy ahí por lo que ya no estarán.” Podríamos leer en clave este último cuento y decir que asistimos a una coincidencia entre la autora y sus personajes: para Romero la escritura es también un acto de placer y riesgo, y la mirada en torno al mundo es igual de curiosa. En Entre las horas, escribir se propone como la catarsis necesaria para celebrar la vida.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio