05/09/2008 por Marcelo Paz Soldan
Ensayo sobre la poesía boliviana

Ensayo sobre la poesía boliviana

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Chairo con alguna notable poesía boliviana última
Por: Pedro Granados

El autor [peruano] reflexiona, luego de un viaje por ciudades bolivianas, sobre los versos que más le impactaron de la novel poética nacional.
1. Hace aproximadamente tres meses, y por 15 días (3 al 18 de febrero), viajé por Bolivia. Llevaba mi novela breve, En tiempo real, y colaboraba con Andrés Ajens en la presentación del número cinco de la revista Mar con soroche. De este modo llegué a La Paz, que es donde se inició esta especie de caravana literaria, pero también estuve en las ciudades de Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra. Aquí fui secuestrado sólo unos minutos, felizmente, porque mis policías-secuestradores quizá se amilanaron con un par de nombres locales que les endilgué; aunque fue en Cochabamba, camino nuevamente a La Paz y luego al Perú, donde hurtaron del todo mi billetera (siempre venida a menos, por cierto). En realidad, todos estos fragmentos de episodios hacían sentirnos en casa —y en tiempo real— a Juvenal Agüero (personaje de mi noblogas) y a mí. Experiencias donde se intercalaban, oportunamente, otras de belleza ante el paisaje que visitaba y, por supuesto, de alegría ante la gente que conocía o reencontraba. Entre ésta varios poetas que me regalaron, aparte de la amistad, también sus libros. Con algunos de estos últimos, más otros que compré, he cocinado este “chairo” casero con sus rociados pellejitos crocantes de chancho y todo.
2. En este chairo propongo que Humberto Quino (1950), Jorge Campero (¿1952?), Juan Carlos Quiroga (1962), Benjamín Chávez (1971), tanto como Vilma Tapia (1960) y Jessica Freudenthal (1978) podrían escribir, juntos, un extraordinario poemario apócrifo. Es decir, siendo una marca tan importante en los versos de todos ellos cierta idea de la naturaleza —inspirada, por lo general, desde la urbe—, se vuelve pertinente o entrañable lo ecológico. Por cierto, lo ecológico entendido en sentido muy amplio; aunque rastreado en aquellas obras por las frecuentes referencias a animales y, digamos también, al hábitat humano. Obvio, en Jaguar azul (Campero), en Coitus ergo sun (Quino), en Pequeña librería de viejo (Chávez), en los poemas de Vilma Tapia y, curiosamente también, hasta en los textos de Quiroga y Freudenthal.
3. En este sentido, estableciendo una atrevida y no menos arbitraria ecuación, a la actualización mágica y ritual del mito cosmogónico en Campero —a sus versos henchidos de gracia e intenso testimonio— le correspondería, más bien, el “pensamiento débil” de Chávez ilustrado en un bestiario —frente al “puma” de su colega— constituido por animales menores, en aprietos o de escaso prestigio: kiwi, pez, tortuga, perro fiel, etc. A estos dos poetas —en este aspecto, opuestos entre sí— se les sumarían también, aunque por distintas razones, otros dos autores con poéticas disímiles; se trata de la dupla Quino/Quiroga. Frente a la autoconciencia grave, demiúrgica, maldita y trascendentalista del primero: “Cosido a un cuerpo/ Oculto su mal/ Se desgrana el iluminado (subrayado nuestro)” (Mapa de poema), de clara estirpe rimbaudiana, nos topamos con el aire ligero y casual —radicalmente antidemiúrgico— de la poesía del segundo (quizá la propuesta más postmoderna entre todos ellos). Contraste entre Quino y Quiroga que considero fundamental para orientarse con cierta precisión a través del cada vez más abigarrado mapa de la poesía boliviana actual. Me estoy refiriendo a la línea imaginaria que ahora mismo dividiría a los epígonos de Jaime Saenz (1921-1986) de los otros; en lúcidas palabras del mismo Juan Carlos Quiroga, tendríamos pues:
“El uso elegante del mecanismo de la crítica a esa especie de agujero negro que ha constituido la poesía de Jaime Saenz. Casi indiferentes a la metafísica del lenguaje e inclusive a la trascendencia de la palabra, estos poetas [se refiere a los de su antología Siete acordes de la sinfonía del silencio] han descubierto que la escritura poética perdió no sólo su sentido, sino un lugar claro en el mundo.[…] Hay una especie de descreencia en la experiencia literaria, es decir, una falta de fe en el acto de escribir y en el acto de decir” (8)1.
Por lo tanto, frente a la nítida y prestigiosa figura del poeta huidobriano o nerudiano, creador y poseso, tendríamos acaso las borrosas pinceladas —y sobre papel reciclado o de despacho— de los poetas a lo Nicanor Parra. Obviamente, quedan asimismo perfiladas el resto de posibles complementaciones y, sobre todo, de otras subsecuentes oposiciones; por ejemplo, la de Quino/Campero. Al respecto, cabe señalar que —entre todas las otras comparaciones— quizá sea este paralelo el más automático y socorrido hasta ahora: urbe/campo, subjetivismo/exteriorismo, racionalidad política/racionalidad mítica, etc. Sin embargo, otros debates son también posibles; como el Quiroga/Chávez, mientras la diferencia no sea únicamente la del sentido del humor del primero frente al segundo (¿paradigma Cortázar/Sábato?).
4.En cuanto al aporte de las poetas mujeres respecto de aquel poemario apócrifo, pienso que es absolutamente necesario. Dado el caso, postulo que, por ejemplo, los poemas de Vilma Tapia y Jessica Freudenthal son opuestos y, asimismo, también complementarios:
“Pósate en mi mano gorrión hazme mansa” (Vilma Tapia, De Luciérnagas del fondo); Circe no duerme.
Toca la piel y la convierte en animal: en perro, león, cerdo, serpiente, araña…
Circe duerme ya, no está el Vellocino.
Ulises está lejos.
Sólo está la muerte circundando su lecho.
Circe duerme ya.
Jessica despierta. (Jessica Freudenthal, De Hardware)
Sin embargo, a su modo —y en su género— considero que las propuestas de ambas poetas son análogas a las de Jorge Campero y Humberto Quino. Me explico. Mientras Tapia intenta rescatar y comunicar la esencia o el aura perdida de las cosas (entre éstas la de uno mismo o las de la diversa y compleja naturaleza), la poesía de Freudenthal, en palabras de Quino, “se desposa con una lúcida conciencia del desengaño […] es al mismo tiempo una abertura sobre el horror de vivir, de amar, de morir” (9)2. Coinciden entre ellas también, eso sí, y contra lo que pareciera guardar ahora mismo muy poca importancia, en que las dos elaboran sus versos con el rigor y el cuidado y el pleno acierto del decir.
5. En todo este contexto, y ahora entre los representantes de la poesía del oriente boliviano, la poesía del consagrado narrador Homero Carvalho (1957) merece un comentario aparte. Sus temas marcadamente locales parecieran reelaborar, extemporáneamente, una suerte de indigenismo camba; sin embargo, mirados mejor, pronto se nos revelan antimelancólicos. Carvalho, además, no pretende hablar por otros; por el contrario, como en el caso del Inca Garcilaso en Los comentarios reales, lo suyo es un soliloquio donde el diseño de su arcadia (Los reinos dorados) funcionaría más bien como una utopía: “En los territorios/ de los Reinos Dorados/ el mundo sigue naciendo/ sin pasado que nos gobierne/ ni tristeza que nos condene/ el mundo es hoy y nosotros/ los amantes de este nuevo tiempo”. De algún modo, este autor nacido en el Beni ensaya una forma de amnesia del álgido presente que, tal como lo expresa bellamente su coterráneo Nicomedes Suárez-Araúz, “no significa la negación de la memoria, sino la expansión de la conciencia” (28)3. Diametralmente opuesto en su poética a la de Juan Carlos Quiroga, de Homero Carvalho rescataríamos, para la escritura de nuestro poema virtual, sin duda alguna el fervor: avis muy rara hoy en día.
6. Soy consciente de que mi panorama de la poesía boliviana última no es completo ni, mucho menos, exhaustivo; apenas si me he manejado con alguna, entre aquella culta y escrita sólo en español. Simplemente he pretendido, trazando una hipotenusa imaginaria, hacer un corte —espero en algo productivo— a una sandía exhuberante y en apariencia muy apetitosa. No existe el poema perfecto y, personalmente, el que aún no se ha escrito presumo siempre sea el mejor. Pienso que parte del problema puede radicar en el inadecuado talante o perspectiva del yo poético. Desde su pacto inicial —y decisivo con el lector— algunos autores quieren pasar por listos, otros por simpáticos o elocuentes, y no faltan algunos que, en vez de tratar de enternecernos, apelan de entrada a nuestra filantropía. Este pequeño texto no ha querido sino llamar la atención, en última instancia, sobre estas cosas. Es decir, que en tanto autores individuales nuestras obras pueden exhibir verdaderos hallazgos verbales, pero arrastrar también
—en relación con el lector— involuntarias imposturas del yo poético. Creo que esto tiene que ver, sobre todo, con nuestra educación
—tradicionalmente autoritaria, bancaria y clasista en toda Latinoamérica— antes que con nuestra sagrada subjetividad. Relación autor- lector que, en el caso particular de la poesía, lo es todo o casi todo en este mismo arte. ¿Quién dijo que la poesía está hecha sólo de palabras? Aquel poema ideal parecería ser más bien un conjunto orquestado y proporcionado de distintas cosas a través de una acaso frágil y opaca, pero no menos persuasiva, voz poética. ¿Urgente moción entonces, y ya en pleno siglo XXI, a favor de una práctica poética boliviana de corte colectivo?
Fuente: www.laprensa.com.bo