01/11/2019 por Marcelo Paz Soldan
En memoria de Ricardo Pérez Alcalá

En memoria de Ricardo Pérez Alcalá


En memoria de Ricardo Pérez Alcalá
Por: Harold Suárez Llápiz

Nacido el 30 de julio de 1939 en Potosí, Bolivia; cuna interminable de artistas, Ricardo Pérez Alcalá fue admirador desde siempre de algunos de los grandes representantes del arte universal, se conmovía al observar el gran oficio del sevillano Diego Velásquez, la fantástica luz que proyecta la pintura de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, además del dibujo y la genialidad de Leonardo Da Vinci. También hablaba muy a menudo acerca de la calidad pictórica del artista español Antonio López. Pero por sobre todo el multipremiado pintor boliviano tuvo como un importante referente en la acuarela contemporánea al pintor estadounidense Andrew Newell Wyeth.
El maestro dueño de los colores imposibles murió en agosto de 2013, cobijado dentro de la casa que él mismo como arquitecto diseñó y tardó más de diez años en construir, cuidando cada detalle de la misma para que pudiera asemejarse a algún bello hogar surrealista que bien podría haber pintado en alguna de sus magistrales acuarelas. Una residencia extravagante que por sus características se asemeja a la Casa-museo de Salvador Dalí en Portlligat, pero con un toque muy personal del estilo barroco-mestizo. En este refugio ubicado en la Zona Sur de la ciudad de La Paz habían 3 estudios-talleres repartidos en diferentes ambientes. Es que Ricardo Pérez Alcalá se propuso vivir como un artista dentro de una verdadera obra de arte.
Gran defensor de arte de oficio, se quejaba constantemente por el silencio y el oprobio al que era sometido injustamente por las mafias de artistas que operan en el arte y que benefician solo a algunos pocos artistas que acuden a las bienales y concursos internacionales de arte sin merecerlo. En múltiples ocasiones se le había escuchado lamentarse por el maltrato recibido por el hecho de mantener siempre intactas sus convicciones sobre el arte. Creía que en el arte predominaba el oficio manual a partir del dibujo y del manejo del color trabajando sobre el caballete y el bastidor, ante el “facilismo” o el “casualismo semi-controlado,” según sus propias palabras.
Era considerado uno de los mejores acuarelistas del mundo y ha sido el artista boliviano que mas reconocimientos y premios ha conseguido en su larga trayectoria artística. En México residió 14 años y es considerado uno de los grandes maestros de la acuarela en aquel país, prestigio que obtuvo en la década de los 80 después de ganar cuatro veces consecutivas el Premio Nacional de la Acuarela Mexicana.
“Intercambiando lealtades” Oleo s. lienzo. Ricardo Pérez Alcalá

Aunque parezca contradictorio, al analizar su acuarela sucede que irónicamente Pérez Alcalá era un “antiacuarelista”, porque trabajaba ajeno a los cánones propios de la acuarela tradicional inglesa que pregona que esta técnica no debería demorar más de dos horas en su ejecución, pues pasado este tiempo ya no es acuarela. Sin embargo, considero que la espontaneidad de la acuarela tradicional tiene sus propios atributos: puesto que imprime al papel manchas frescas, la hace más impresionista y sencilla. Además se trata de una acuarela de primera intención, es decir espontánea, realizada en el mismo lugar, sin valerse del recurso de la fotografía y aprovechando la luz natural.
Para Ricardo que dominaba como pocos la técnica de la acuarela, acatar esta escuela y realizar este trabajo de tan solo manchar era un aburrido facilismo que se asemejaba a un simple boceto de estudio. Desde luego que se podía desenvolver en ella sin ninguna dificultad también, pero con el gran oficio que desarrolló en la técnica del agua pudo llegar a elaborar una acuarela de tendencia realista e hiperrealista con sorprendente calidad, aunque demorando en su ejecución incluso hasta varios meses, empero trabajándola al mínimo detalle, castigando al papel con una infinidad de veladuras al aplicar el color y además otorgándole como muy pocos artistas un plus, un elemento extra que marca la diferencia: su gran dosis de creatividad.
Extraordinario colorista, resolvía cada pieza con un minucioso manejo técnico aprovechando muy bien los efectos pictóricos muy luminosos y los tonos de luz ligera y traslúcida que ofrece esta compleja técnica a través del blanco papel de acuarela. Un esteta cultivado, Pérez Alcalá manejaba de manera magistral la luz, con una paleta sobria y elegante, imprimía en sus acuarelas misteriosas atmósferas inquietantes y en otras obras deja entrever, sin ninguna miseria humana alguna mirada nostálgica, evocando constantemente desde las huellas del tiempo transcurrido, hasta la cotidianidad de su entorno, rescatando pictóricamente la belleza de las cosas simples. A partir de allí surge el talento para plasmar en sus acuarelas como nadie las texturas de las paredes de las casas envejecidas, de sus antiguos y desgastados portones, objetos antiguos que solía atesorar en su taller o evocar una precaria cocina de algún rincón olvidado.
“Amanece el presagio” Acuarela s. tabla. Ricardo Pérez Alcalá

Pero Ricardo no se limitó a pintar los consabidos bodegones, portones antiguos y paisajes, al contrario, siempre estuvo innovando composiciones imaginativas. Era un creador nato y su genialidad no tenía límites para explotar al máximo esta compleja técnica a la que jerarquizó como ningún otro. La gran creatividad al realizar una acuarela es, sin lugar a dudas, una de las características que lo diferenciaba del resto de los artistas, facilitada por un absoluto dominio del dibujo de trazo suelto y seguro, que le permitía ir más allá de lo formal, logrando dotar a su pintura de un rico contenido. Incluso ha reivindicado el difícil retrato en la llamada técnica del agua, también de compleja ejecución. Durante su carrera ha retratado a varias personalidades de México y Bolivia. Es interesante el hecho que Pérez Alcalá es tal vez el artista boliviano que mas veces se ha autorretratado en la historia; debe haber pintado aproximadamente unos trescientos autorretratos en diversas técnicas. Por otro lado fue uno de los artistas bolivianos más prolíficos y es que los mas de 6.000 cuadros pintados en sus más de 60 años como pintor reflejan su gran capacidad y enorme disciplina de trabajo.
Es que el maestro ha revalorizado esta antigua técnica llevándola a otro nivel de valoración estética, a diferencia de antaño, cuando se la consideraba una técnica menor, nada más alejado de la realidad porque es a través de ella que el maestro ha materializado desafíos antes inimaginables. Un alquimista de la acuarela, Pérez Alcalá, en su constante búsqueda de nuevas formas de expresión utiliza una compleja y extravagante técnica que el denomina “acuarela sobre tabla“, que consiste en un preparado de yeso sobre una superficie de madera, que permite una menor absorción de la acuarela en relación al efecto que logra ésta en el papel, otorgándole mucho más brillo e intensidad al color.
También destacó como reconocido arquitecto, escultor (Artífice de muchas obras importantes en diferentes ciudades del país) y por ser uno de los mejores dibujantes que se a visto en Bolivia. También destacó en sus inicios como caricaturista. Por cierto, muy pocos saben que el multifacético Ricardo Pérez Alcalá comenzó su carrera artística siendo muy joven, trabajando como ilustrador en la revista “Cascabel“, allá por el año 1964, cuando todavía estudiaba la carrera de arquitectura en la ciudad de La Paz. Es interesante el hecho que el maestro solía firmar sus caricaturas con el seudónimo de “Cardo“.
“Voy a aportar algo a la humanidad, dije, y me convertí en pintor” Ricardo Pérez Alcalá.
A todo ello se sumaba su extraordinaria calidad humana, talentoso chef autodidacta, experimentado jugador de ajedrez y gran anfitrión (un auténtico Gourmet). Quienes tuvimos la oportunidad de comer en su casa siempre destacábamos su talento en estos menesteres y su predisposición para ofrecer una mesa bien servida.
“Aposento” Acuarela. Ricardo Pérez Alcalá

Muy pocas personas saben que Ricardo Pérez Alcalá fue mi mentor en el coleccionismo de arte y el primer maestro que me enseñó a valorar el arte de oficio y el tratamiento del color. Me la pasaba escuchándolo hablar durante horas sobre la luz y los colores imposibles, que sólo un maestro de manos prodigiosas como él lograba plasmar en una acuarela. Artista brutalmente honesto, culto, sabio como pocos y de mirada escrutadora, el maestro me obsequiaba conversaciones que no tenían desperdicios. Yo, un agradecido receptor ansioso por aprender. Él valoraba mi inquietud por el arte y hablamos una vez mas al respecto en nuestro último encuentro, a fines del año 2012, cuando lo visité en su casa-taller y tuvimos la oportunidad de almorzar juntos. Hablamos por un lapso de cinco horas del arte y de la vida.
No dejaba de sorprenderle encontrar en mí un espíritu joven y entusiasta (de hecho admiraba mi pasión temprana por el coleccionismo de arte). Y es que cuando nos conocimos hace mas de diez años yo era tan solo un humilde estudiante de medicina que empezaba a adquirir con mucho esfuerzo y privaciones piezas de arte boliviano contemporáneo. El decía a todos que yo era el coleccionista más joven de Bolivia. Tiempo después, cuando me dediqué a la investigación y difusión del arte boliviano en los medios de comunicación, me decía que al difundir a los artistas nacionales llenaba un enorme vacío y no dejaba de darme ánimos para que continuara con esta loable labor. De hecho, cuando veo lo mucho que se habla y se escribe sobre él en la prensa, ahora que no está entre nosotros, me siento orgulloso por haberlo homenajeado y honrado desinteresadamente en vida, escribiendo varias reseñas que daban a conocer su impresionante carrera artística. Mil anécdotas tengo para seguir contando acerca de mi amistad con Ricardo Pérez Alcalá, a quien tuve el orgullo de conocer. Lo menos que podía hacer para honrarlo después de su partida era escribirle estas humildes líneas.
El meastro Pérez Alcalá
Formó a varios artistas muy destacados, entre ellos el acuarelista cochabambino Darío Antezana, (hijo de su mejor amigo de toda la vida, Gíldaro Antezana). Como educador en la Escuela de Bellas Artes de El Alto también preparó a dos artistas de la nueva generación y que ahora destacan por cuenta propia: Monica Rina Mamani y Rosmery Mamani Ventura, quienes supieron aprovechar al máximo la enseñanza personalizada de su maestro. Sembraron mucho trabajo en el taller y cosecharon mucho oficio y talento. El decía: “El que escucha olvida, el que mira recuerda pero el que hace aprende”. EL maestro predicaba con el ejemplo porque creía fervientemente en el trabajo duro y honesto de taller. Era un hombre muy humilde y generoso con todos: colegas, amigos, familiares, y hasta con los trabajadores que empleaba en las muchas construcciones que dirigía.
“Reclinado sobre mi tumba” (1992). Ricardo Pérez Alcalá

Es curioso el hecho que el maestro siempre adoptó una actitud reflexiva sobre la muerte, en buena parte de una obra siempre asociada al realismo mágico, hiperrealismo y surrealismo, pero que con el devenir de los años fue tornándose más críptica, melancólica y (sin contaminarse demasiado), fue acercándose a su contemporáneo y amigo Gíldaro Antezana. Alguna vez dijo: ” Lo que subyace es lo que me interesa de las cosas… me interesa el arte solo cuando hay misterio”. Tal vez por eso decide autorretratarse en una impactante acuarela sobre tabla que él mismo denominó “Reclinado sobre mi tumba” (1992); obra cumbre y una especie de testamento pictórico donde el maestro se encuentra reclinado sobre una lápida mirando de frente al esteta, y al mismo tiempo de espaldas mirando a la muerte misma. El gran pintor boliviano se pinta como resucitado, inmortal, como sólo un artista de su estirpe puede quedar grabado en la memoria colectiva de la sociedad y en la retina de todos los que disfrutamos del buen arte.
Dicho autorretrato también dice mucho acerca de la nobleza de Ricardo Pérez Alcalá, puesto que sobre la imagen de su cuerpo pintado se observa el esqueleto de un gallo, reminiscencia de Gíldaro Antezana, aquel hermano y colega que encontró en la vida, que al igual que él supo ejercer fielmente los oficios de pintor y gallero. Ricardo no se cansó de evocar durante toda su carrera al amigo desaparecido, allá por los años 70.
En la parte superior de la lápida se puede observar una pequeña puerta que conduce hacia una dimensión desconocida, y muchos papeles de acuarela flotando y dispersándose en el tiempo. “Reclinado sobre mi tumba” se acerca una vez más a su contemporáneo colega cochabambino, puesto que adquiere un carácter íntimo, lúdico, profético, críptico, simbólico y representativo. Por las características mencionadas, dicha pieza resume toda su obra artística.
Seguramente el maestro abandonó este mundo mientras estaba inmerso en un sueño eterno, que lo transportó a algún misterioso lugar donde aún continúa pintando y dibujando sobre un mágico caballete, esta vez acompañado por el mismísimo Gíldaro, su entrañable amigo. Y es que el decía: “Lo único que le pido a la vida es morirme con el último brochazo”. Ricardo Pérez Alcalá cumplió el sueño por el que luchó toda su vida: vivir y morir como un artista. Ahora nos deja como legado una valiosa obra que trascenderá por siempre la barrera física de su muerte. Y es que los verdaderos artistas descansan y jamás mueren.
Fuente: sopocachi.org/