Por Vilma Tapia Ayala
La noticia de la muerte de Gustavo Cárdenas Ayad (Valle Grande, 1961-Santa Cruz de la Sierra, 2022) nos ha afligido profundamente a todos sus amigos, además de ser un gran poeta era un hombre excepcionalmente delicado, lo que en las relaciones con los otros siempre se recibe con gratitud y admiración. Por muchos años animó varios talleres de escritura. En colaboración con el crítico literario Juan Murillo Dencker, Poetangas fue el último espacio de formación literaria que dirigió.
Hace un poco más de diez años tuve la felicidad de acompañar a Gustavo en el acto de presentación de su libro Con versos (la hoguera, 2011) realizado en Cochabamba, para dicha ocasión escribí el texto que aparece a continuación, modificado en algunas líneas.
Verán que el último poema de este libro bien podría haber sido el primero. Se ha definido un círculo. Un círculo que encierra una confesión que va tomando aliento una y otra vez, a lo largo del libro que se cierra con una declaración: “Credo”, ‘yo creo’, yo doy fe a alguno, a algunos, a algo… Creo en los poetas y en la poesía. Si hay algo en lo que creo es en los poetas, manifiesta Cárdenas Ayad, también creo en los poetas de mi país: “Creo en la musicalidad / de Ricardo Jaimes Freyre… Creo en Roberto Echazú / gigante escultor del silencio… “. Rememorando a Eduardo Mitre y a otros de sus antecesores manifiesta creo en la peregrinación por la palabra y por la ausencia. Creo en el recorrido que de esta distancia hace la poesía. Creo en el alma de la luz, de la música y de las flores.
Con versos evoca conversación y conversión. Con-verso hubiese expresado quizá con aun mayor precisión lo que Gustavo Cárdenas Ayad logra en este libro. Con-verso soy, confeso, donado a la poesía. Sin embargo, el sentido del título se nos hace muy claro en la presencia de otras voces con las que el poeta dialoga. Cada poema se abre en la línea que acoge e ilumina lo que dijeron otros.
Con-verso, me equilibro sobre la línea tenue y peligrosa de la escritura, es en ese lugar donde yo me estoy, le dice Gustavo a Blanca Wiethüchter, acogiéndose al “silencio / de todos / los que / ya / se han ido”. Insiste: es de la escritura de lo que me ocupo. Doy vueltas entorno a la escritura. Poetizo. Vivo en compañía de la poesía, me miro en sus ojos. Me miro en el espejo de sus ojos. Y me escondo en ellos: “es una necesidad / no es un arte. / La realidad / es una espalda / armada / de colmillos/ y de garras.”
Si la realidad fuera lo que el poeta afirma que puede ser, el desplazamiento es, consecuentemente, una apremiante necesidad. Y es precisamente en el desplazamiento donde aflora la poesía. Veamos este poema que es un homenaje a Lezama Lima, a él y a esa estrella recién cortada que puso en el mundo:
La estrella me extendía sus brazos. Precipitada y caída en el transparente río de la noche. Mis manos se sumergieron en las aguas […]
En esas aguas discursivas, tal como las nombró Lezama, ¿si la realidad fuera espalda, la poesía sería rostro? Quizá ojos, mirada… Es en el espejo de esos ojos donde el poeta se refleja. Donde refleja su imagen. Donde refleja su historia, también su historia de amor. Su “love story”. Cárdenas Ayad, en este libro, sabe que puede confiar ese fragmento de su historia a la poesía. De su historia, lo que él rescata es un “claro de sol”, un ojo de agua, un fulgor. Un reflejo es una otra cosa, es otra existencia, otra exigencia, algo que late en un lugar que no es la antes definida por el poeta realidad espalda, garras, colmillos:
Este amor que no escampa […] quiero saber cuánto más la espero para apuntalar todos mis silencios y los aleros crujientes de estos versos.
Amor y poesía. El espejo doble suma complejidad y potencia a lo trabajado en este libro: pues lo que va a sostener y cobijar a la amada, va a ser lo mismo que sostendrá y cobijará al amante. Sin embargo, Gustavo Cárdenas Ayad no deja que resbalemos en la superficie de ingenuidad que todo idilio comporta. La palabra es alero, pero también es aires encontrados, es indócil potencia:
Yo te cuidaré Gacela mía del fuego del sol de la sal de la tierra de las ruidosas aguas y de los encontrados aires que transportan mis palabras.
En Con versos, el amor y la poesía, versos, finalmente, ambos, líneas de lenguaje, se reflejan a sí mismos dando lugar a un todo que se extiende en una posibilidad de sosiego y aun de esperanza para los que necesitamos de un más allá o de una otra cara de la realidad, diferente, opuesta, un re-verso. En ese anhelo, la metaforización del propio cuerpo ayuda a este y a todos los poetas a situarse en el mundo de manera bellamente expuesta: Mi cuerpo / tendido al cielo / se ha convertido / en pradera.
Así, la poesía y el amor son dados en este libro como alas para el desplazamiento hacia eso otro anhelado. Aquellos días… también el séptimo en esta mitología personal, el hombre “allí en la altura / de la altura / L / eyó un poema / de Miguel Hernández, / y / de sus ojos / se inauguró la lluvia”.
En la brevedad de sus formas, en su discreción, en su potencia dialógica que se cumple sobre todo al escuchar a los otros, esta poesía adopta en sí misma la vulnerabilidad y la fuerza del amor; también la gran tristeza y las flores alguna vez encendidas para el cuerpo del amor, consecución que es arte, mi querido Gustavo, una de las más bondadosas posibilidades de estar que se le ha dado al hombre.
Sea dicho una vez más en memoria de este querido amigo.
Fuente: La Ramona