05/05/2010 por Marcelo Paz Soldan
El vuelo de la esfinge

El vuelo de la esfinge


El vuelo de la esfinge
Por: Luis Andrade

A un año de la publicación de El vuelo de la Esfinge de Rosse Marie Caballero
Cuando leí por primera vez el original de la novela El vuelo de la Esfinge de Rosse Marie Caballero, experimenté algo así como un satori (1), como una revelación que surgió repentinamente desde lo más profundo de mi espíritu; era una respuesta que a la vez era una pregunta, a un enigma que me había planteado, quien sabe de modo inconsciente hacía mucho tiempo: ¿Cómo leer una novela? ¿Cómo leer una obra artística hecha con lengua, por medio de la lengua y gracias a la lengua? ¿Podrá ser leída como un informe técnico?, ¿cómo un ensayo histórico o sociológico?, ¿como una crónica periodística? Por supuesto que no. Y cuando digo “cómo”, no me refiero en estricto al aspecto meramente direccional o no direccional de la lectura, sino a la actitud que el lector de una novela debe tener ante el corpus, a esa búsqueda, detrás de cada palabra, cada frase, cada oración, cada párrafo, cada capítulo de uno o varios nuevos sentidos y nuevas significaciones, cada vez más amplias y profundas, ya que el lenguaje literario, cuya propiedad esencial se define por su literariedad, abre un texto a la multiplicidad significativa, a la polisemia, a un juego múltiple y dinámico de sentidos, mucho más aún si el artista, en este caso la novelista, si bien sabe lo que dice –no, lo que quiere decir– dice además, sin saberlo otras cosas que jamás ella misma sabe que dijo, y que sólo la lectura de un lector común sensible o la de un lector crítico puede percibir.
Sin pretender ser irónico, diría que una novela debe ser leída, del comienzo al final, de principio a fin, eso claro está si se trata de una novela con una estructura narrativa lineal, pero si bien eso también se hace con una novela que nos plantea una estructura más compleja, donde se entrecruzan e imbrican distintos planos espacio-temporales; p. ej. una novela in media res, que empieza la narración por el final de la historia, u otras con búsquedas de formas y técnicas narrativas más radicales y novedosas (2), con éstas también es posible plantear una lectura no lineal, no en cuanto a la estructura superficial del texto, sino en cuanto a la estructura profunda es decir a la búsqueda de nuevos sentidos y significados, así en plural; puesto que como no existe una sola lectura posible de una misma novela, por un mismo lector en tiempos, situaciones y circunstancias diferentes, sino muchas lecturas posibles, también no existe una sola lectura, sino muchas, para lectores distintos en tiempos, situaciones y circunstancias diferentes; de ahí que una misma novela sea muchas novelas según tantos lectores existan, y según el tiempo, la situación y las circunstancias de cada lector; esto, sin hablar de un tema más complejo como es la lectura de una novela traducida a otra lengua. Traduttore traditore, reza la conocida locución italiana, y creo que siguiendo a H. Bloom podríamos confirmar y afirmar que toda traducción es una interpretación y toda interpretación una tergiversación, pero ese es un tema que rebasa las intenciones del presente prólogo.
Mas, eso no es todo, ya que aquí el meollo del asunto radica, no solamente en el enfoque o el punto de vista que tiene el lector ante el corpus de una novela, sino que, en nuestro caso, se trata de que la novela, motivo de este prólogo, ha sido escrita por una mujer, desde el punto de vista de mujer, con un “lenguaje de mujer”, con una sensibilidad de mujer, y a base de la experiencia y la cosmovisión de una mujer, y es de ahí que aquí surgen las preguntas de Perogrullo: ¿Cómo leerá un hombre una novela escrita por una mujer?, ¿cómo leerá la misma novela otra mujer?, y ¿cuáles serán las diferencias en cuanto a la connotación de dichas lecturas? ¿Un hombre y una mujer leerán del mismo modo una novela escrita por una mujer? ¿El punto de vista, la sensibilidad y la cosmovisión masculina, en cuanto a la lectura de la literatura creada por una mujer, podrá plantear una percepción distinta que una lectura femenina? Yo creo que sí, ya que desde siempre, y hasta hace menos de un siglo, prácticamente, no existía una literatura propiamente femenina, no tanto en poesía como en novela; lo que sí había era una literatura escrita por mujeres que escribían como hombres, es decir como varones. Durante siglos la literatura escrita por mujeres, fue sólo un mito, puesto que tanto la creación de novelas, como casi todas las artes eran de propiedad exclusiva del sexo masculino. La emergencia de la mujer dentro del campo de la cultura, en igualdad de condiciones que el varón, es un hecho relativamente reciente, mucho más si hablamos de la literatura latinoamericana contemporánea.
La mujer había estado durante siglos condenada al exilio de la cultura y el arte y, por consiguiente, de la literatura, y cuando se le permitió escribir, si se le permitía, tenía que hacerlo como hombre, es decir como varón, pues la dictadura de la estética masculina se habría de imponer secularmente hasta el surgimiento de un punto de ruptura, gracias a la toma de conciencia de la mujer, en cuanto a su condición de ser humano, y el descubrimiento de que podía crear un mundo literario visto con ojos de mujer. Las búsquedas estéticas, la tradición siempre había estado dirigida, o mejor regida y monopolizada por cánones estético-machistas. El hombre, el varón era el centro del universo, el heredero del poder divino, el que había sido creado “a imagen y semejanza de Dios”, creador de universo y, por supuesto, de la novela; La mujer siempre era un personaje secundario, una “extra” que se diluía en la trama y el argumento masculino, y que era sacralizada, sólo en cuanto madre, en cuanto a ser meramente reproductor, no productor, de la especie humana. Y no habrá ninguna mujer, de que se tenga noticia, hasta Virginia Woolf (3) (1882-1941) que logra romper el mito, para crear una narrativa auténticamente femenina, y descubrirnos aquel maravilloso mundo de misterios, aparentemente inexistente hasta entonces, inaccesible por inexpresado, ante la psicología, la percepción y el espíritu masculinos. Es así que Virginia Wolf abre ante la percepción humana un nuevo universo de la literatura hasta entonces desconocido, que llega para enriquecer el acervo artístico humano, cerrando el ciclo de la creación estética literaria, con la aparición de la otra mitad del ying-yang.
Y es aquí donde nos encontramos con Rosse Marie Caballero, poeta, narradora y escritora boliviana –que más que boliviana es latinoamericana; y más que latinoamericana, universal–, como heredera en línea directa de la más acendrada, y ya rica, tradición woolfiana, de la cual es tributaria, pero con un concepto auténticamente personal y latinoamericano, que ahora nos entrega una novela lírica con un sugerente y provocativo título El vuelo de la Esfinge. Todos saben que, según el archiconocido mito griego, la Esfinge, era un animal –¿no será una “animala”?– fabuloso que, apostado en el monte Pikión, camino a Tebas, proponía enigmas a los caminantes y devoraba inmediatamente a quienes no acertaban resolverlos, hasta que apareció Edipo y la venció respondiendo al enigma que le había planteado, por lo que, vencida, se precipitó a lo más profundo del mar para no volver jamás. Eso reza sucintamente el mito, pero en el título de esta obra, la autora nos dice que la temida Esfinge alza vuelo: ¿hacia dónde? ¿por qué? y ¿qué o a quién representa, simboliza o metaforiza en esta obra este ser mítico? Este misterio podrá ser descifrado y el enigma resuelto, sólo y tan sólo leyendo la novela, no existe otra manera. Vamos, no temamos, enfrentémonos con la Esfinge como Edipo, respondamos al enigma que nos plantea, leamos esta novela cuya novedosa propuesta narrativa es inédita, al menos en lo que al contexto nacional y, tal vez latinoamericano se refiere y que, además, es otra prueba más de la persistente, yo diría incluso, fecunda y afortunada búsqueda de nuevas formas narrativas que caracteriza a las narradoras y narradores latinoamericanos de nuestro tiempo. Miro el tablero y muevo: P4AR: abro la partida, ahora juegan las negras, las posibilidades del juego son infinitas.
NOTAS
(1) En el budismo Zen, “especie de iluminación por la que penetramos en la vida y esencia de las cosas, y captamos el significado inexpresable de alguna cosa o hecho totalmente ordinario que hasta ahora nos había pasado por completo desapercibido”. (R. A. Blyth, Haiku, Tokio, Hokuseido, 1968).
(2) El ejemplo clásico de este tipo de novela es Rayuela (1963) de Julio Cortázar; una de las novelas más renovadoras de la narrativa hispanoamericana de nuestro tiempo, totalizadora y combinatoria, que rompió con numerosos moldes técnicos vigentes hasta entonces, escrita en capítulos “intercambiables”, “capítulos prescindibles” –citas, recortes de prensa, notas de humor– planteando cambios geográficos, temporales y culturales del protagonista, etc.
(3) Novelista y ensayista inglesa, considerada como una de las más brillantes figuras literarias modernas, a quien se debe el empleo de fórmulas que ha incorporado plenamente la novela contemporánea. Ocupa un lugar importante junto con Joyce y Proust. Obras: Fin del viaje, Noche y día, El cuarto de Jacob, Al faro, Las olas, etc.