03/13/2020 por Marcelo Paz Soldan
El tiempo y lo igual en 'Universo 127' de Lucía Carvalho

El tiempo y lo igual en 'Universo 127' de Lucía Carvalho


El tiempo y lo igual en ‘Universo 127’ de Lucía Carvalho
Por: Iván Jesús Castro

En un tiempo de aceleraciones en todas las dimensiones de la vida humana, no así de otras formas de vida presentes en el entorno de lo real –desconocemos la concepción del tiempo en el mundo animal–, muchas percepciones de hombres y mujeres en otro tiempo (es decir en otro presente) han cambiado. Y no porque sea inevitable la transformación, sino por el sentido de la existencia del ser humano tanto temporal como socialmente. En este sentido, la aceleración del tiempo vivido no es el mismo hoy que el de Marcel Proust en su En busca del tiempo perdido. O el otro de Emmanuel Lévinas en Totalidad e infinito, que el otro, si existe, para el hombre del siglo XXI. Universo 127 de Lucía Carvalho es un texto que respira el aroma del tiempo presente y la visión del otro como un igual, individual, sobre todo.
Byung-Chul Han en La expulsión de lo distinto dice: «La interconexión digital total y la comunicación total no facilitan el encuentro con otros. Más bien sirven para encontrar personas iguales y que piensan igual, haciéndonos pasar de largo ante los desconocidos y quienes son distintos, y se encargan de que nuestro horizonte de experiencias se vuelva cada vez más estrecho. Nos enredan en un inacabable bucle del yo y, en último término, nos llevan a una “auto propaganda que nos adoctrina con nuestras propias nociones”». En el poema Eso no está en Wikipedia, Lucía Carvalho escribe: «Pienso en la inmensidad de la conciencia/ virtual que habita mi dispositivo móvil/ pienso en todas esas relaciones que han comenzado y/ terminado en este aparato de cuatro punto siete/ pulgadas y 326 ppi/ […] Pienso que ya no nos une el tacto/ ni nada relacionado con la presencia/ física nos unen estas historias de/ emojis/ esta historias bloqueadas en términos y/ condiciones estos recuerdos mutilados que yo/ elijo o no mostrarte/ pero que no se le puede ocultar a esta inmensidad/ radioactiva que guardo en mi bolsillo/ eterna y efímera». El otro, el distinto, en la perspectiva de la poeta, ya no está sujeto al contacto físico, ni visual ni corporal (un abrazo, un beso, una caricia, un adiós, etcétera).
El filósofo sur coreano, en La expulsión de lo distinto, también habla de la enfermedad de lo igual: «La proliferación de lo igual es lo que constituye las alteraciones patológicas de las que está aquejado el cuerpo social. Lo que lo enferma no es la retirada ni la prohibición, sino el exceso de comunicación y de consumo; no es la represión ni la negación, sino la permisividad y la afirmación. El signo patológico de los tiempos actuales no es la represión, es la depresión. La presión destructiva no viene del otro, proviene del interior». En este sentido, Lucía Carvalho expresa en el poema Detalles técnicos: «Crecen gusanos peligrosos/ que vienen de todas las cartas electrónicas que me enviaron/ Reviso./ Riesgo general: bajo/ Daño potencial: alto/ Distribución potencial: alta/ Infección reportada: baja/ El riesgo crece/ mientras sigo compartiendo palabras/ que solía esconder bajo asteriscos/ El daño crece/ mientras las letras son reemplazadas por números/ […] Estoy cubierta de/ larvas/ Infección fina1izada». Quienes hoy nos envían mensajes son nuestros iguales, pero terminan intoxicando nuestra conciencia por la velocidad con que se reproducen. Y en Dejaste mi computadora llena de virus, dice: «Me dejaste la memoria llena de virus/ yo creo que es más fuerte que un/ resfrío. Una fiebre amarilla/ Electro – fiebre – amarilla debe ser/ dice la abuela./ No puedo averiguar qué es/ Solo tengo esta memoria enferma». O en No soy un robot, aparece el grito desesperado del hombre contemporáneo que quiere ser reconocido como otro, no como un igual, sino como alguien distinto existencial: «No soy un robot/ Yo me asusto/ Yo grito./ Yo estoy aquí,/ quemándome/ por nada».
Universo 127 da cuenta de la fragmentación del tiempo. El tiempo atomizado del cual habla Byung-Chul Han en El aroma del tiempo: «La gente se apresura de un presente a otro. Así es como uno envejece sin hacerse mayor. Y por último, ex–pira a destiempo. Por eso la muerte hoy en día es difícil». En Cables y ruiditos, lo expresa así Carvalho: «Esos días parecen horas/ las horas parecen minutos./ Interrumpidos/ por cristales./ […] Todos los días parecen mensajes./ Interrumpidos/ por caritas formadas con signos de/ puntuación/ Anunciadas por vibración». Y así entre mensajes y sonidos y vibraciones y notificaciones la generación digital pronto se hace vieja sin aún haber llegado a ser mayores. Por eso hoy es natural, según Byung-Chul Han: «Las prisas, el ajetreo, la inquietud, los nervios y una angustia difusa caracteriza la vida actual. En vez de pasear tranquilamente la gente apremia de un acontecimiento a otro, de un infierno a otro, de una imagen a otra». No sin razón en el poema El otro día vi un video en internet, dice la poetisa cruceña: «La galaxia de mi cabeza/ se va armando con retazos/ con arrugas/ a punta de/ hilo y aguja/ millones y millones de vista/ Pauso al video./ Tu galaxia en mi cabeza/ Aplicación desactivada/ Seguimos sincronizadas». Esa sincronización característica de nuestra vida actual y toda la galaxia digital en nuestra cabeza están acabando con la muerte del sujeto, ahora más que ayer, cuando Michel Foucault anunció su muerte. Lucía Carvalho en Baño María lo expresa así: «Este cuerpo/ se come así mismo/ como guiso». Hemos pasado de la antropofagia a la autofagia. Esta destrucción por tanto no viene de fuera, de la exterioridad, como diría Enrique Dussel, sino de la mismidad del ser humano.
El desaparecido Eduardo Punset en El viaje a la felicidad escribió: «La falta de esplendor es el reflejo de la notoria ausencia de una emoción llamada felicidad, ya que los humanos […] soportan un déficit inesperado de este bien por causas estrictamente evolutivas». Este déficit se ve aún más agudizado por la ausencia de reconocimiento del otro, del distinto, porque la lógica de lo igual permeabiliza nuestra interacción no solo virtual sino también social. En el poema Me gusta lo que me gusta, lo dice claramente Carvalho: «Yo sigo dándole me gusta/ a los comentarios bonitos que dejan en mi/ foto a los videos de perritos madres/ koalas bebés/ focas saxofonistas/ nada natural/ solo una nutria mamá con su hijito sobre la panza/ Yo sigo dándole me gusta/ a las opiniones como la mía/ porque así se hace grandota/ hasta no entrar en esta pantalla/ hasta salpicarte toda la cara/ Y yo sigo dándole me gusta/ a los chistes que no me ofenden». En este aroma de derrumbe de las narraciones de sentido caben algunas preguntas: en un tiempo fragmentado, con un sujeto escindido y el naturalismo de lo igual, ya no nos montan en cólera ni alientan inconformismo alguno, ¿somos felices?, ¿podemos pensar todavía en que el amor y la felicidad son narraciones que pueden dar sentido a nuestra existencia?
A pesar del clima de incertidumbre con una aceleración del tiempo en continuos presentes, sin pasado ni futuro, y, un sentido estancado, todavía hay lugar para algunas narraciones, como el reconocimiento de los derechos de las mujeres o los niños; y que es posible todavía pensar en un mundo donde el diferente sea visto como otro embarcado en la existencia; porque somos seres hechos para un sentido, sea este de felicidad o fraternidad o simplemente ser seres humanos. Termino este recorrido por Universo 127 de Lucía Carvalho con el poema Paraste de contar, que refleja en medio del sinsabor de la vida un destello de justicia: «Tomaste prestado su cuchillo/ y una, dos, tres/ Sangre/ cuatro, cinco, seis/ Estómago/ siete, ocho, nueve/ Tripas/ diez, once, doce/ Auto./ Paraste de contar/ Lamiste tu libertad/ No más cuentos/ No más monstruo/ Tras las rejas/ Tu Libertad».
El tiempo y lo igual están presentes en los versos de Universo 127 porque la poesía es el alma de su tiempo y el poeta (o la poetisa) la voz de esa palabra que se hace eco del misterio del tiempo, del otro, del universo, del lenguaje, de lo desconocido, del devenir de las cosas, de los acontecimientos cotidianos. Y porque es capaz la poesía de percibir las termitas que van minando el sentido de vida humana y su espesor.
Fuente: Puño y Letra