05/03/2023 por Sergio León

El otro gallo de Jorge Suárez, 40 años

Dentro de la colección La biblioteca del Zorro Antonio, coordinada por Ana Rebeca Prada, la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés, bajo la dirección de Omar Rocha Velasco; y el Instituto de Investigaciones Literarias, coordinado por Alba María Paz Soldán, ha publicado El otro gallo de Jorge Suárez, 40 años. El volumen que tiene a Freddy R. Vargas M. como editor invitado, reúne 17 textos acerca de la vida y obra del destacado autor nacido en La Paz en 1931. Entre esos textos –debidos a la firma de Germán Araúz Crespo, Luis, H. Antezana, Débora Zamora, Gabriel Chávez Casazola, Martín Zelaya y Dora Cajías de Villagómez entre otros–, figura también una entrevista hecha a Suárez por Alfredo Medrano en la segunda mitad de la década de los 70 y una adaptación a historieta de El otro gallo, realizada por Carmen Valdivia y Hernando Rioja.

Se trata de un volumen de más de 230 páginas que además incluye interesantes fotografías de distintos momentos de la vida de Suárez, así como dos enlaces a canciones de su autoría, un verdadero rescate de esa su faceta compositiva tan poco conocida. En la entrevista hecha por Medrano, cuando Suárez es interrogado acerca de si cree que “Bolivia ha dado un ‘gran poeta’ en el sentido esquemático que se le da a este término, un poeta del nivel de Darío en Nicaragua, Neruda en Chile o Vallejo en Perú”, Suarez responde: “…sí. Franz Tamayo es un gran poeta en el sentido más pleno del concepto, pero creo que es necesario redescubrir a Tamayo y para ello hace falta, en primer término, desmitificarlo, olvidar que Tamayo es un poeta griego que describió el altiplano e ir hacia él sin prejuicio. Es para mí un poeta lírico, de aliento épico. Su poesía es desigual. A veces la profusión retórica aplasta el mensaje lírico, a veces la preocupación filosófica enfría el sentimiento, pero con frecuencia es plena y total. Hay que releer a Tamayo, seleccionar su obra, hacer un esfuerzo técnico para representar sus dramas líricos, de manera que al ser transmitidos mediante recursos escénicos se haga visible su contenido. Tamayo es, sin duda, nuestro más alto poeta”.

Aquí, como una invitación a leer este libro de homenaje a uno de los más destacados narradores y poetas de nuestro país, reproducimos el texto que escribiera Rubén Vargas a propósito del fallecimiento del autor de El otro gallo, incluido en la sección “Semblanzas y apuntes” de El otro gallo de Jorge Suárez, 40 años.

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JORGE SUÁREZ (1931-1998)

Por Rubén Vargas

El periodista Jorge Suárez murió el pasado 27 de julio en la ciudad de Sucre, donde residió los últimos años. Lo mató su propio corazón.

Suárez, nacido en La Paz en 1931, repartió su vida, con pareja pasión, entre la literatura y el periodismo. Estaba consciente, sin embargo, que cada una de estas actividades discurría en una temporalidad distinta. Al tiempo perentorio y cotidiano de la escritura periodística se oponía el tiempo sin tiempo de la creación literaria.

Su obra literaria no se distingue por su extensión sino por su intensidad. Debutó como poeta con Hoy fricasé (1953), un libro de sonetos de ácido humor político escrito con Félix Rospigliosi. El humor no lo abandonaría jamás, pero su verso pronto adquirió el tono que lo hace inconfundible. En 1959 vio la luz su Elegía para un recién nacido. Años más tarde, en los que seguramente trabajó silenciosa y pacientemente, publicó en simultáneo Oda al padre Yunga Sonetos con infinito (1976). Su obra poética se completa, ya en los años 90, con la edición de Sinfonía del tiempo inmóvil Serenata.

La poesía de Jorge Suárez tiene por lo menos dos vertientes. Por un lado, su oído estuvo siempre    atento a los aires populares, no solo en relación a los temas de muchos de sus poemas, sino también a una musicalidad que solo puede provenir del lenguaje de los hombres de esta tierra y este paisaje. Por otra parte, su forma de encarar los versos se nutrió fundamentalmente de las enseñanzas de los grandes poetas cultores de la forma, desde los vates del Siglo de Oro español hasta el modernismo de Rubén Darío. El conocimiento que tenía Suárez de esa poesía era enciclopédico y su prodigiosa memoria podía evocar decenas de poemas sin la menor vacilación.

El soneto fue la forma que cultivó con mayor pasión. Le fascinaba el rigor, la exigencia y la matemática verbal que supone su construcción. Suárez tenía una conciencia moderna de la literatura y un don verbal asombroso, por ello resultaba curioso su apego a las formas tradicionales. Una noche, hacia 1985, en Santa Cruz de la Sierra, donde vivió y trabajó largos años, cuando le pregunté sobre esta aparente contradicción, hizo un elogio de la perfección, del trabajo de relojería que supone la construcción de un alejandrino y terminó diciendo: “Sin el ajedrez y el soneto, quizás me volvería loco”.

Pero, a mi juicio, es en la narrativa donde Suárez alcanzó el dominio absoluto de sus facultades literarias. A su intuición para las tramas –en las que casi siempre hay un gesto de humor o ironía– se suma el dominio del ritmo, sin duda ejercitado en su poesía, para lograr una prosa efectiva en la que el desarrollo de la historia es conducido por una suerte de partitura secreta.

El otro gallo, cuento largo o novela breve que recogió en el volumen Rapsodia del cuarto mundo (1985), es ya un texto emblemático no solo de su obra en prosa sino también de la narrativa boliviana contemporánea. En él se combinan sabiamente su conocimiento profundo del país, una gran imaginación que siempre huyó de lo exótico y una relación amorosa al tiempo que irónica con la propia literatura. A través de la figura de Luis Padilla Sibauti, el Bandido de la Sierra, Suárez recrea entrañablemente el Santa Cruz tradicional, perfila memorables personajes y rinde un íntimo homenaje al arte de narrar.

Suárez encarnaba en sí mismo el encanto del arte de narrar: era un gran conversador. Más allá de una novela, podía discurrir hasta antes del alba conducido por su don para la plática. Más de un amigo –me incluyo entre ellos– ha lamentado que las magníficas historias que desgranaba en la conversación no hayan pasado al papel. Suárez, sospecho, hacía de esa suerte de promesa postergada el corazón de otro arte: la amistad.

Hay una faceta más de su actividad literaria que no se puede olvidar. En el tiempo que vivió en Santa Cruz de la Sierra, en los años ochenta, puso su gran conocimiento de la literatura y especialmente de las técnicas narrativas a disposición de un grupo de escritores en un taller. Esta experiencia es una de las más notables que se han dado en el país. Sus resultados se publicaron en el volumen colectivo Taller del cuento nuevo que, en su momento, significó la revelación de un grupo de escritores con un horizonte literario de gran originalidad.

Fuente: elduendeoruro.com/