10/09/2008 por Marcelo Paz Soldan
El otro cuento ganador del AXS

El otro cuento ganador del AXS

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El Diputado tiene quien le describa.
Por: Fabrizio I. Mariaca

Caminaba por la Plaza Murillo ojeando los periódicos y los libros piratas en los puestos; de repente, entre las obras de un tal García Márquez, llamó mi atención el título “El coronel no tiene quien le escriba”; me dio pena el pobre hombre y hasta pensé en escribirle. No pude comprar el libro, pues mi condición de desempleado me impedía ese tipo de lujos. Como el tiempo me sobraba, vagaba por el kilómetro cero de la ciudad buscando la vida.
Al girar y toparme con el imponente Palacio Legislativo, me invadió la necesidad de satisfacer de una vez por todas la curiosidad sobre la forma de trabajo de los Padres de la Patria. Quizás los encontraría haciendo leyes para generar nuevas fuentes de empleo o discutiendo soluciones a la crisis de nuestro golpeado país. Así, curioso y esperanzado, me dispuse a ingresar al Parlamento a ver la sesión extraordinaria que se llevaba a cabo en ese momento.
Una vez en el hemiciclo, percibí un suave efluvio que contrastaba drásticamente con el aroma que uno espera en tan elegantes y solemnes instalaciones. ¡¡Uyyyyyy!!, me dije, así debe oler un guante de boxeador en el décimo asalto o la entrepierna de un ciclista en la etapa final del tour de Francia. Como especulaba en voz alta, un hombre que estaba a mi lado tuvo a bien informarme que ese era la fragancia multiétnica y pluricultural by Democracy, explicación que me dejó totalmente satisfecho.
Sorprendentemente casi todos los diputados habían asistido y se hallaban ubicados en sus respectivos curules, aunque realizando las más diversas actividades. Uno de ellos masticaba la hoja conocida como millonaria o milenaria -dependiendo del punto de vista, oficialista u opositor, con el que analice la coca; un grupo comía pasankallas e ispis; otro tomaba café con llauchas e, incluso, algún Honorable trasnochado con cara de huevo poeta bostezaba y cabeceaba.
Un hombre alto y blanco que supongo era de la bancada cruceña, aunque no estoy seguro porque no lo oí hablar en inglés, había puesto los pies en remojo dentro de un bañador, tal vez para poder raspar sus callos más fácilmente. No faltó aquel que, prescindiendo de la popular Match 3 -seguramente por ser un producto de las perversas transnacionales- había optado por un método endógeno: dos monedas de un boliviano para eliminar la rala barba de su mentón pelo por pelo para así quedar presentable para cualquier posible entrevista en la televisión.
En la testera un diputado encorbatado con voz enérgica y sin bajar el dedo índice, y levantando de cuando en cuando el medio, ejercitaba la más orlada retórica en un speach de una hora y media en exquisito castellano cuyos sujetos centrales eran, a mi modesto entender, las señoras madres de opositores y líderes de movimientos sociales.
Inmediatamente, un parlamentario airadamente calificaba al disertante como k’ara mentiroso y amenazaba con poner en práctica el plan “Ratón Cerebro” para bloquear las carreteras, cercar La Paz en la siguiente semana y, si era posible, tratar de conquistar el mundo.
Al calor de la discusión aparecieron ondas, cachiporras, palos y cerbatanas con dardos envenenados. Volaban por el Parlamento dentaduras postizas y permanentes; a las paredes salpicaban borbotones de sangre, dientes de oro y acullicos enteros. Ni en la boca de un camionero ebrio había oído tan sofisticados vituperios; la alocuciones a las madrecitas eran lo menos fuerte que se decía.
A pesar de todo el alboroto, noté que ante mis ojos se desarrollaba un espectáculo democrático, porque en ese escenario se apreciaba la posibilidad de disenso que sólo el gobierno del pueblo permite. Se discutía cómo los unos podrían abrogar o derogar a los otros.
Sin lugar a dudas la sesión era extraordinaria, aunque estaba protagonizada por los más ordinarios representantes. Finalizada la sesión y controlado el pugilato que había ignorado por completo al noble marqués de Queensberry y ni que decir del reglamento de debates, me puse de pié más satisfecho que pre-púber salido de cine pornográfico. Por eso decidí que desde ese día utilizaría el tiempo que me sobraba para escribir las crónicas del Parlamento.
Como dije en la mañana, y ante el aburrimiento, había sentido pena por la soledad del pobre coronel del libro, al extremo de pensar en escribirle. Pero después de mi aventura en el Parlamento decidí no hacerlo. Mi vocación sería, en adelante, lograr que los diputados tengan quien les describa aunque el coronel no tenga quien le escriba. Así lo exigía la altura de las circunstancias.
Fuente: AXS