06/28/2013 por Marcelo Paz Soldan
El Dr. Lofstrom cuenta su parte de la historia de Y en el fondo tu ausencia

El Dr. Lofstrom cuenta su parte de la historia de Y en el fondo tu ausencia

Y en el fondo tu ausencia

Presentación de la novela Y en el fondo tu ausencia, de Rosario Barahona Michel
Por William Lofstrom

Con motivo de la publicación de su novela premiada por el décimo cuarto concurso de la novela en Bolivia, Rosario Barahona me ha honrado doblemente. En primer lugar, en un gesto de inmerecida generosidad y, equiparándome con sus padres, dedicó la novela a los tres, dedicación que me conmovió profundamente cuando la leí por primera vez. Además, me pidió que tomara parte en esta presentación de su obra premiada, solicitud a la cual accedí gustosamente.
Hace ya varios años Rosario fue mi alumna en la cátedra de Metodología de la Investigación Histórica de la recién creada carrera de historia de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca. Siendo la primera promoción de historiadores en egresar de dicha universidad, mis alumnos formaron un grupo muy heterogéneo y muy interesante, medio centenar de personas que incluía gente mayor, algunos profesionales formados en otras disciplinas; jóvenes recién egresados de la secundaria, tanto aquí en Sucre como de otros departamentos; personas de ciudad y de pueblo chico, gente de intereses muy variados y preparación bastante disimilar.
La monografía final que mis alumnos prepararon para dicha materia consistía en una investigación hecha en las Escrituras Públicas de La Plata para el período 1700-1825. Estos protocoles notariales están reunidas en centenares de tomos gruesos custodiados en esta institución y, gracias a la iniciativa de su antigua directora Marcela Inch Calvimonte, fueron catalogadas, con índices, en el año 2004.
Para orientar este trabajo final de la cátedra de Investigación Histórica, escogí los nombres de más de 50 personas que habían dejado, en las escrituras públicas, importantes huellas de su existencia aquí en la Villa de La Plata durante el siglo XVIII y los primeros 25 años del siglo XIX. Repartí los nombres, puestos en papelitos o bolos, a los alumnos, utilizando mi sombrero como recipiente.
Me acuerdo claramente que Rosario Barahona me contó, en una de las entrevistas que sostuve periódicamente con todos mis alumnos para monitorear el progreso de su investigación, que ella estuvo un poco decepcionado con el nombre que le había tocado en el bolo. El papelito decía “el doctor don Josep de Suero González y Andrade”, un clérigo de quien, hasta ese momento nadie sabía nada.
Rosario me confesó que hubiera preferido que le tocara el nombre de una mujer, pero no obstante su pequeña desilusión, se lanzó a una investigación meticulosa en las Escrituras Públicas de La Plata en busca de información sobre este clérigo desconocido. Ya avanzada su investigación, viajó por su propia iniciativa a Potosí para seguirle las pistas dejadas por este personaje en las escrituras notariales archivadas en el Archivo Histórico de la Casa Nacional de la Moneda.
El resultado de sus pesquisas fue un ensayo cuidadosamente sustentado en fuentes primarias, admirablemente organizado y –demás es decirlo en esta ocasión– elocuentemente redactado. Dicho trabajo final de la cátedra de Investigación Histórica, junto con 16 otros, fue publicado en el año 2010 en un libro intitulado Diecisiete personajes de La Plata virreinal. Pero Rosario guardaba, y buen guardado fue, un secreto. El presbítero don Josep de Suero González y Andrade, enfoque de su ensayo, estaba destinado a convertirse en uno de los tres principales protagonistas de la novela que presentamos, Y en el fondo tu ausencia.
No soy crítico literario, ni mucho menos, pero he leído bastante en la literatura del llamado “boom latinoamericano” de novelistas, tendencia dentro de la cual esta novela cuadra perfectamente. Contiene algo del realismo mágico de Gabriel García Márquez; la sensibilidad femenina de Isabel Allende; y el inconfundible sabor local que caracteriza las obras de la mexicana Ángeles Mastreta. Además, en las palabras del acto del jurado del décimo cuarto Premio Nacional de Novela fechado el 28 de noviembre de 2012, la novela de Rosario Barahona

“destaca por su coherente estética, su correcto uso del lenguaje, a través del cual rescata una época perdida entre la Colonia y la Independencia. Sobresale la permanencia, como un fantasma, de una voz en segunda persona, susurrante, casi a la deriva, que navega, junto a la misma locura que narra, hacia aguas aparentemente desconocidas. La narrativa aborda una dimensión poética que logra construir una historia conmovedora y verosímil”.

La referencia del jurado de “la voz en segunda persona” me impulsa a tratar de aclarar, en términos muy generales, la estructura novedosa de la novela Y en el fondo tu ausencia. Básicamente hay dos narradores principales cuyas historias alternan en los 118 breves capítulos de la obra. Son el mismo presbítero Josep de Suero, ya viejo y al borde de la locura, que en un monólogo interior lamenta el desperdicio que ha sido su vida.
La otra narradora es una niña chuquisaqueña, María del Carmen de Gil y Echalar, que habla en voz alta con su hermana mayor, Juana de Dios de Gil y Echalar, quien apenas responde, debido a la locura que poco a poco se posesiona de ella, enajenación provocada por las muertes sucesivas de su madre en parto, de su padre y de sus cuatro hermanas menores. Un tercer personaje importante en la narrativa es la parda libre Santusa Nava, la curandera que con sus menjunjes y pociones, y con su parloteo continuo, trata de rescatar a la niña Juana de Dios de su locura, y en el proceso narra la historia de su vida.
La novela de Rosario Barahona también es un continuo desfile de otros personajes secundarios, todos con un sabor neta y deliciosamente chuquisaqueño. Ellos son íntimos amigos míos. Los conozco a fondo porque son personas de piel y hueso que existieron aquí a finales del siglo XVII y que aparecen en varios de mis trabajos de investigación histórica. Ahora también son íntimos amigos de Rosario, y para los que leen esta novela, se convertirán también en amigos suyos. En sus páginas ustedes toparán con:
• El Oidor Honorario de la Real Audiencia de La Plata, doctor Juan José de Segovia, natural de Tacna, amigo y asesor jurídico del presbítero José de Suero, y dos veces magnífico rector de la Universidad de San Francisco Xavier;
• Doña Joaquina de Urtisverea Rodríguez Venero y Lobatón, octava marquesa de San Juan de Buenavista, con mayorazgo en el Cusco y gran acaparadora de ahijados;
• El doctor Ángel Mariano de Toro, Escribano de Cámara de la Real Audiencia de La Plata de los Charcas, y pretendiente a la mano de la niña Juana de Dios de Gil;
• Doña Manuela Gómez, cortesana y dueña de una casa de tolerancia en la plazuela de La Merced, con siete hijos naturales en siete de los caballeros más distinguidos de la ciudad, incluyendo tal vez el padre de la niña Juana de Dios de Gil;
• El presbítero Agustín de Otondo, hermano mayor del Marqués de Santa María de Otavi, obispo de Santa Cruz de la Sierra, y compañero de cacería del presbítero Josep de Suero en la hacienda de Cayara, en Potosi; y
• El doctor don Gregorio de Olasso y Silva, rector del Real Seminario de San Cristóbal y luego de la universidad, deán de la catedral, gran coleccionista de libros y hombre con un secreto bien enterrado en su pasado.
Para concluir, vuelvo a referirme al bolo de papel que, de una manera totalmente arbitraria, determinó el tema que le tocó a Rosario Barahona para su trabajo de investigación, trabajo que –como hemos visto– le encaminó hacía la novela premiada que he tenido el gusto de presentar esta noche.
Quiero darle a nuestra autora Rosario Barahona otro bolo de papel, con otro nombre, para que le sirva de inspiración de otra novela. Se trata de doña Teodora Barahona, vecina de Chuquisaca y comerciante, quien en 1829 hizo confeccionar un inventario y tasación de los bienes de su tienda, documento incorporado a una escritura pública con fecha de noviembre de 1829 que se encuentra en el Centro Documental de la Universidad de San Francisco Xavier en la Calle Aniceto Arce.
Fuente: Ecdótica