11/08/2008 por Marcelo Paz Soldan
El dinosaurio de Homero

El dinosaurio de Homero

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El dinosaurio de Homero
Por: Adolfo Cáceres Romero

(El escritor beniano Homero Carvallo ha propuesto a sus lectores El Dinosaurio, una antología de 14 cuentos cortos, inspirada en el famoso relato de Augusto Monterroso, que el mismo Carvalho seleccionó de diversos autores de la literatura universal como también de escritores bolivianos. Adolfo Cáceres ofrece un análisis de esta recopilación)
La Editorial El País, de Santa Cruz de la Sierra, se esmeró con una edición de lujo, empastada, con ilustraciones y páginas de diversos colores, al publicar El Dinosaurio, antología digna del gusto de nuestro gran Homero Carvalho, que no sólo seleccionó los mejores minicuentos de la literatura universal -sin olvidarse, desde luego, de los autores de su patria-, sino que además, nos ofrece, en su prólogo, uno de los estudios más enjundiosos sobre este género.
El título de la antología, aparte de hacer alusión al célebre microcuento de Augusto Monterroso, exalta la memoria de ese desaparecido narrador guatemalteco. El primer cuento procede de la Biblia, escrito por Moisés en el Génesis, con inspiración divina.
Hay que leerlo para gustarlo mejor, junto al resto de los 74 cuentos de este volumen. Este ejemplar no es tal por su brevedad ni por su concisión; no es tan simple como lanzar una frase ingeniosa y ponerle el marbete de minicuento; es la concentración de todo lo que se siente y expresa, sin decirlo; ojo, lo que se calla es el todo estético; es decir, lo que se cuenta es lo que no se explica ni detalla, sino lo que se sugiere, con una intensidad propia del verso.
Este texto (o microcuento) es como el soneto en el amplio mundo de la poesía, sólo que el soneto encierra su contenido en 14 versos, mientras el minicuento lo hace en una oración, sin importar si es simple o compuesta. Principio y final sorprenden, como en los mejores cuentos de Maupassant o Chejov.
Homero los ha extraído, como todo buen lector y además narrador, de lo más recóndito de sus lecturas. Así nos lo da a entender cuando dice: “Los cuentos breves que son objeto de esta presentación, también se esconden entre novelas, sonríen irónicamente desde poemas y epigramas, espían desde ampulosos ensayos, se mimetizan en misteriosos tratados filosóficos y se manifiestan, ni duda cabe, en todo su esplendor, en una página virgen seducida para recibir las palabras precisas que germinen en un cuento breve”.
En lo que va del siglo XXI, en el ámbito de la narrativa universal se perfilan muchos cambios y tendencias que, desde luego, arrancan de otros tiempos, especialmente del siglo XX.
Un escritor inconforme, siempre va a estar en busca de algo nuevo; el mismo Flaubert, al final de su vida, procuraba renovarse escribiendo una novela sin tema. En 1880, le planteaba a su amigo Turguenev ese su empeño. Escribía Bouvard y Pecuchet y no la pudo concluir, murió al año siguiente. Mi primera novela, La mansión de los elegidos (1973), según Mario Vargas Llosa, que la leyó en 1969, como jurado del Premio Guttentag, carece de tema, lo que ya es mucho para mí.
Volviendo al minicuento, nos cabe decir que este género es uno de los más antiguos, si no el primero; por temporadas se pone de moda y no falta quienes creen que es propiamente nuevo. Son eternos. Han estado siempre entre nosotros, los lectores, en los libros y en la calle, sólo que nos faltaba alguien que, como Homero, los descubriera y nos los pusiera al alcance, para deleite de los gustos más exigentes.
Los minicuentos son un desafío a la imaginación de todo buen lector. Los tradicionalistas y dogmáticos, que sólo esperan que un autor les cuente algo con detalle, como están habituados a leer sin el menor esfuerzo para entender sus textos, no son aptos para este tipo de lectura.
Los compadecemos por lo que se pierden, aunque nos cabe la esperanza de que sean lo suficientemente porfiados como para madurar en su intento, aún teniendo en cuenta que la mayoría de esos dogmáticos jamás salen de la jaula en la que se han metido, contentándose con la repetición de aquello que les permiten ver sus barrotes.
Los editores de El País, comprendiendo el esfuerzo de Homero, procuraron resaltarlo, como ya dijimos, con una edición digna y adecuada. Ese esfuerzo, nos lo cuenta, cuando dice:
“Los autores de esta antología son muchos y, tal vez, he cometido excesos al incluir a desconocidos junto a consagrados. Así como tampoco he considerado siquiera aclarar los países de origen de cada autor. Creo que no importa tanto, porque la idea es la de compartir la lectura de estos cuentos cortísimos y que los lectores se maravillen como yo lo hice cuando los leí. Es conveniente aclarar que, en esta búsqueda, no he querido abusar de esa referencia mayor que es Cuentos breves y extraordinarios de Jorge Luis Borges y su amigo Adolfo Bioy Casares.
He preferido escarbar en otros libros, en suplementos y revistas literarias, en la Web; he molestado a amigos, hasta dar con la muestra que es una propuesta personal, un breve canon en cuya selección se lucen algunos ciudadanos de la república de las letras, esa patria soñada que nos une por encima de las mezquinas nacionalidades.
¿Qué más podemos añadir para cerrar este comentario y dar paso a que los lectores disfruten de esta singular antología? Tal vez agradecer a su antologador, haciéndole sentir que su esfuerzo no fue en vano, lo mismo que a su editor: Ricardo Serrano.
Fuente: El Deber