09/30/2019 por Marcelo Paz Soldan
El crimen convive con nosotros.

El crimen convive con nosotros.


La novela social
Por Gonzalo Lema

Es simpatiquísimo el derrotero de la novela policial en el mundo: del entretenimiento a la denuncia social. Del papel barato y cubierta ordinaria a la tapa dura. De la silla del tren a los estantes de la literatura selecta. No lo hubiera imaginado Edgar Allan Poe (1809-1849) ni sus seguidores del siglo XIX; quizás ya lo entrevió Arthur Conan Doyle (1859-1930), pero fue con Raymond Chandler (1888-1959) que su destino de interpelación mordaz y permanente contra el estado de cosas de la realidad quedaría muy claro. En nuestros años, Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) escribió “siempre desde la izquierda sin afiliación”. Esa enunciación, en España, quería decir contra Franco y los franquistas, contra los corruptos de cualquier gobierno y contra los separatistas. La novela policial no cesa de denunciar. Su sangre lo reclama.
No sólo que es la literatura que más se vende en cualquier idioma. Es también un éxito en el cine y fundamentalmente en la televisión. Sus series atrapan a los espectadores: bala por aquí y por allá. Los cadáveres se encuentran en los contenedores de basura, en los oscuros callejones, y toda la corrupción de las familias encopetadas debajo de las alfombras. Mientras lo que llamamos comúnmente novela sitúa al narrador en una atalaya alta que le permite observar el lejano horizonte, la novela de crimen invierte su posición y ubica la atalaya cabeza abajo, en la cloaca social, en el oscuro depósito de la desmemoria, y desde esa profundidad narra lo que muchos quisieran callar y olvidar para siempre. En su morosa y ardua investigación se va haciendo la luz. No es extraño encontrarse con novelas que ventilan por los cuatro costados lo que tanto el Estado, como el gobierno y las elites de poder bien quisieron esconder. La literatura siempre ha sido indócil y los políticos lo saben. Por eso no debe extrañar a nadie que la censura exista y se practique con esmerado refinamiento.
Las ciudades masificadas han diluido su control social. De simpático vecindario han devenido a una cosa amorfa donde nadie conoce a nadie, y donde a nadie le importa nada. ¿Acaso en nuestras propias ciudades sabe alguien el nombre de quién camina por la acera? Ahora son conglomerados de anónimos y solitarios. Seres tristes, huérfanos, casi aterrorizados de salir a la calle, que pueden pasarse días sin escuchar su voz. Su propia voz, digo. Si tuviéramos confianza en nuestros datos estadísticos, afirmaríamos sin dudar que en diez años el 90 por ciento de los bolivianos ha de vivir en las ciudades. Es más: que el 70 por ciento radicará en el eje. Con esa explosión demográfica la novela policial, la novela de crimen, la novela negra ha de pulular. La gente debe saber que, en la oscuridad de la noche, algo se mueve además de Santa Claus.
El crimen convive con nosotros. Lo que tanto temíamos, ya llegó. A cualquier hora y en cualquier lugar. Desde ese punto de vista, nuestra bella América Latina, matices más, menos, es lo mismo. La gente desata su impotencia contra el desconocido nacional o foráneo. En muchos barrios, contra el pobre. Lo golpea. Lo quema. Lo mata. La pobreza siempre ha sido muy sospechosa. Los desplazamientos como el venezolano, forzado por las circunstancias, las masivas migraciones internas promovidas por políticas de gobierno generan reacción de los receptores. La Policía no se da abasto. La misma Policía se vuelve sospechosa. Es una realidad fértil para todo lo que en conjunto llamamos crimen. El ecocidio, un ejemplo novedoso, es un crimen que, por de pronto, ha atragantado de susto a mas de un funcionario de gobierno. Están los crímenes reiterados. En buenas cuentas, está toda la gama. La realidad de aldea ha dado un vuelque de panqueque y ahora nos parecemos a las metrópolis vecinas que nos inspiraban terror. A ver quién de los apresurados candidatos a la alcaldía nos podría comentar sus planes al respecto.
Toda la ficción criminal de Raymond Chandler me parece cierta. En sus páginas encuentro la realidad. Cada novela es un buen trozo de ella. Si se lee con la debida atención, se pasea por Los Ángeles, sus lindos paisajes naturales y coloridos sociales. Detrás de ese panorama, está la corrupción sin límite, el crimen de toda índole y la indefensión. Su prosa es magnífica porque toda novela maravillosa es, ante todo, buena prosa. Su novelística es una estupenda denuncia social. La buena literatura es una trinchera de resistencia contra el abuso de poder.
Fuente: Los Tiempos