05/07/2010 por Marcelo Paz Soldan
El charangista de Boquerón de Cáceres Romero

El charangista de Boquerón de Cáceres Romero


El charanguista de Boquerón
Por: Marcelo Paz Soldán

“Hay que salvar, con sereno valor, la única senda que es del boliviano honor”
Marcha de los Colorados de Bolivia
El día de ayer se entregó el primer premio del Concurso nacional de Novela “Marcelo Quiroga Santa Cruz 2009” que es auspiciado por el Honorable Gobierno Municipal de Cochabamba – Oficialía Superior de Cultura, el que recayó en manos del reconocido escritor orureño radicado en Cochabamba, Adolfo Cáceres Romero (momentos antes su sobrino Fernando Cáceres recibió el primer premio del “Concurso de Cuento Adela Zamudio 2009”).
Adolfo Cáceres destacó que se trata de una novela histórica con muchos pasajes tomadas de la vida real de algunos de los caídos en la Guerra del Chaco (1932 – 1935), contienda bélica que libraron bolivianos y paraguayos. A pesar de ser una novela histórica, Cáceres Romero no dejó de lado sus licencias literarias para construirle a sus personajes vidas ficcionales.
Un sastre diría: “para muestra un botón”. Nosotros diríamos algo así como: “para muestra un párrafo”:
Boquerón abandonado
Víctor acaba de templar su charango. Tenía un caluyo en la cabeza y las notas se resistían a salir, en medio del trepitar de las armas, especialmente de las ametralladoras. Estaba en el galpón de sanidad, afectado por una fuerte disentería. Al no haber agua, corría el riesgo de deshidratarse; espera ser evacuado en cualquier instante, aunque no sabía quién se animaría a romper el cerco de los pilas. Había llegado a Boquerón castigado por confraternizar con el enemigo. Era el séptimo día de ese encierro, cuando se le aproximó el cabo Chiparani, que era chiquitano, para decirle que se alistara, probablemente saldrían muy de mañana por el sector de Yujra, al mando del subteniente Alberto Taborga. ¡Albricias!, se puso de pie. Tomó el charango y una vez más hizo vibrar las cuerdas con las notas de la Marcha de los Colorados. Ayes y lamentos enmudecieron; sólo las cuerdas del charango llenaban el ambiente; era como si un bando de golondrinas las sacudieran, ágiles los dedos, atentos los oídos. Más repuesto y radiante se lo veía al charanguista.
Fuente: Ecdótica