01/26/2018 por Marcelo Paz Soldan
El bueno de Álex Ayala

El bueno de Álex Ayala


El bueno de Álex Ayala
Por: Cecilia Lanza Lobo

El otro día dije que no había visto mudanza más organizada que la de nuestro amigo Álex Ayala. Todo agendado como en un plan de rodaje –la mudanza, el viaje del cronista–: los últimos talleres del año, la venta de la casa, el auto, las cosas grandes, luego las pequeñas; más tarde las miniaturas, los objetos, esos retazos de sí mismo.
Luego, el traslado, la fiesta de despedida y la despedida de verdad que es ésta, con los libros aquí paridos, esas wawas bolivianas tan suyas como nuestras. Una agenda que seguramente hace honor a Karim, su mujer, como productora de campo, y da cuenta también del modo ordenado, minucioso, con el que Álex trabaja sus crónicas, y su mudanza.
Qué bueno que haya sido así porque ésta no es sólo la presentación de los tres libros reeditados sino un encuentro para agradecer a nuestro gran cronista y amigo Álex Ayala.
Álex ha sido el gran obrero, el gran albañil, ladrillo a ladrillo, letra a letra, taller a taller, en la consolidación de la crónica como narrativa cada vez más vital en nuestro periodismo, en nuestras letras.
Hace algunos años leí un texto de Javier Marías que titulaba Malos y Malditos escritores. Se refería a ese discutido-discutible dilema ético que plantea no si un mal tipo puede ser un buen escritor, sino qué elegimos nosotros como lectores. El caso es que, una vez más he recordado ese texto pensando en Álex Ayala.
Porque sus textos, esas crónicas que él escribe y que uno lee, sólo pueden estar escritas por un buen tipo. Se nota a la legua. Por más esfuerzo que él haga, sus crónicas son buenas. Son las crónicas de un buen tipo.
Y es que esa es, por lo menos en el oficio de la crónica, una condición insoslayable que Álex la practica y la predica. Por la simple razón de que la materia prima de la crónica es la gente, son las personas, una a una, absolutamente únicas, con sus vidas únicas y sus historias únicas, y que por el simple hecho de compartirlas, ¡zaz!, te flechan ahí adentro y no pueden, pues, ser tu “fuente” –lo ha dicho Álex– sino otra cosa: tus cómplices (tus amigas, tus amigos).
Más que una relación, se construye un vínculo. En el caso de Álex, sucede: ahí está por ejemplo Américo Estévez, Saxoman, Manuel Sillerico o Carmen Rosa. Personajes, obsesiones, amigos.
He dicho: eso no hubiese sido posible sin la mirada amorosa del cronista. Por eso no voy a hablar del lugar común, ese de que Álex, como todo cronista, llega al lugar de los hechos cuando todos se han ido detrás de la primicia pues entonces encuentra las historias que vale la pena contar.
Voy a hablar de la mirada amorosa del cronista Álex Ayala. Y la mirada del extranjero.
Muchas veces dije que la crónica era/es una escritura femenina. No me refería al sexo de la crónica, sino a la sensibilidad. Pues les diré que quien escribe crónica, compañeros, es pues un poco hembra.
Porque la oralidad es básicamente, históricamente, femenina. La escucha paciente también, y por lo general en la cocina, alrededor del fuego. Porque los asuntos de la vida cotidiana, doméstica –los traslados, la vida de las cosas, la vida de la muerte–; ocuparse de ellos, mirarlos, tiene todavía fuertes rasgos femeninos.
Encontrar aquellos detalles pequeñitos, diríamos insignificantes, “invisibles” en las cosas, los hechos o las personas, sólo es posible con esa mirada paciente, amorosa, enamorada. En esa espera (casi maternal) suceden las revelaciones al modo saenciano: aparecen las historias que se esconden delante de nuestros ojos.
Así es la mirada de Álex Ayala. Amorosa –femenina– y de rayos X. Una mirada que es capaz de encontrar una buena historia allí donde nadie más la ve. Nada por aquí, nada por allá, donde clava el ojo convierte a cualquier persona en personaje, el gran protagonistas de ese universo de loosers en el que Álex se mueve, como todo cronista que se precie.
Acabado el romanticismo tan propiamente femenino de aquella mirada amorosa, cabe aquí su equivalente masculino, más conocido como olfato periodístico.
Porque Álex lo tiene, por supuesto. Y me temo que aquella certeza, aquella puntería del martillo que da en el clavo tiene que ver, asimismo, con la mirada del extranjero.
No, no se asusten. Porque aquella es una mirada doble: la del extranjero que mira con sorpresa y con distancia, y la que mira aquello que nosotros ya no vemos de tanto pasar por ahí.
La primera es inevitable. Y es una paradoja, claro. Álex se acerca, se empapa, llega al fondo y de pronto toca esa glándula política que este país lleva inflamada y latente, y entonces adopta la profesionalidad de un cirujano.
Quizás ese haya sido su conflicto personal-amoroso con este país que ha adoptado como suyo y al que no ha podido todavía destripar en su escritura al modo carnívoro. Lo ha hecho quizás mejor, a su modo prolijo: él no habla de política, cita a otros. Su modo tiene la sutileza de la palabra precisa, pulcra, que devela ese país jodido, para que quien se sienta aludido se chante el guante.
Sus primeras crónicas, escritas quizás sobre todo para un público extranjero, hablan del país como el país. Sus textos más recientes dicen “nuestro país”. La distancia se ha acortado.
Y la mirada de aquello que nosotros ya no vemos de tanto pasar por ahí, es la gran lección que nos deja este “vascollita” que ha sabido mirarnos con esa mirada amorosa. Aquí están, como regalo, como entrega generosa de sí mismo a este país, sus textos. Qué manera de trabajar, qué manera de decir: aquí está, les dejo mis ojos.
Y te llevas nuestro corazón, Álex querido. Juntos hicimos el Pie Izquierdo, esa wawa quizás prematura que sin embargo está ahí firme en la historia de los malabarismos de nuestro periodismo latinoamericano.
No es casual que estemos justamente ahora pariendo un nuevo proyecto de periodismo narrativo, Rascacielos, esta vez bajo el paraguas de un medio grande –Página Siete–. Están allí y estoy segura que estarán allí muchos de quienes has formado en todo este tiempo en que has hecho de la crónica un apostolado.
Fuente: Ideas