03/27/2015 por Marcelo Paz Soldan
El aporte de Ignacio Prudencio Bustillo

El aporte de Ignacio Prudencio Bustillo

Prudencio

El aporte de Ignacio Prudencio Bustillo
Por: Fernando Molina

Muchos lectores se preguntarán “¿quién fue Ignacio Prudencio Bustillo?”. Por alguna razón, este nombre siempre aparece así en las referencias a este autor, con los dos apellidos; probablemente porque el segundo lo heredó de un abuelo célebre: Rafael Bustillo, intelectual que contrarió a su clase y su región al convertirse en un enérgico diplomático del gobierno de Belzu. Pero Ignacio Prudencio fue algo más que el nieto de Rafael Bustillo. Para ser tajante, diré que fue el mejor articulista sobre temas históricos y artísticos que tuvimos, pese a lo escaso de su obra y lo corto de su vida. Y sus Páginas dispersas forman uno de los tres o cuatro libros más amenos e interesantes que un boliviano haya escrito sobre Bolivia.
Páginas dispersas fue compilado y prologado en 1946 por Carlos Medinaceli. Probablemente siguiendo a Medinaceli, que no en vano destaca como uno de los antecesores del nacionalismo que forma parte de la ideología oficial, la Vicepresidencia reeditó el libro de Prudencio; se trata de un gesto digno de encomio, ya que Prudencio fue un predecesor de Medinaceli como puede serlo un escritor cercano de otro, que sin saberlo contagia a éste con sus esfuerzos, pero no perteneció al mismo linaje ideológico. Al mismo tiempo –quizá poniendo las cosas otra vez en su lugar– el comité seleccionador de la Biblioteca del Bicentenario no incluyó a Prudencio en ella. (Como se sabe, esta colección también es una iniciativa de la Vicepresidencia).
Medinaceli admiraba a Prudencio, a quien conoció brevemente en Sucre, y un par de sus ensayos versan sobre él o lo toman en cuenta. Prudencio fue un escritor menos agudo y original que el autor de La inactualidad, de Alcides Arguedas, no fue propiamente un crítico, ni siquiera uno tan poco prolífico como Medinaceli, sino más bien un historiador literario, un biógrafo de hombres de letras, un reseñista. Entre otras muchas cosas… En cambio, escribía con mayor corrección y elegancia, con una facilidad para la metáfora que le permitía tratar los asuntos más difíciles con las palabras más sencillas, y con una concisión tan maravillosa que sintetizaba medio siglo en dos párrafos, sin dejar por eso de decir algo relevante.
Su curiosidad se desplazaba en todas las direcciones, desde la filosofía de Nietzsche y Bergson hasta las obras teatrales representadas en Francia entre 1919 y 1922, pasando por las modernas teorías jurídicas. Publicó una biografía, un estudio histórico, un manual de filosofía del derecho. Tiene un par de crónicas de paisaje y costumbres. Escribió sobre todo esto pero obviamente leyó sobre muchas más cosas. Su mayor interés fue la literatura nacional; su género, la divulgación cultural; su ambición, la erudición; su modelo, Menéndez Pelayo (lo imagino); su tragedia, una enfermedad mortal que truncó sus sueños y despilfarró sus enormes posibilidades.
Adolfo Costa Du Rels escribió sobre Prudencio y la generación de intelectuales sucrenses, a la que ambos pertenecieron, un texto –recargado como suelen ser los suyos– en el que reconstruye vívidamente el ambiente enternecedor, mezcla a partes iguales de mojigatería, ingenuidad e ínfulas, de Sucre durante la segunda década del siglo XX, así como la vida que sería heroica, si no fuera también provinciana y patética, de sus intelectuales. Decir “intelectuales” es ya decir “insatisfechos”, puesto que en Bolivia casi nadie que toma la pluma deja de sentirse un predicador en tierra de infieles, rodeado por filisteos que solo piensan en el yantar y no leen ni reflexionan y, por tanto, no para de desesperarse, de enajenarse del medio y de enojarse contra los que lo rodean. El ejemplo por antonomasia lo constituye el susodicho Medinaceli, autor talentoso pero depresivo, pesimista y autodestructivo.
En cambio Prudencio Bustillo –lo testimonian las memorias que se escribieron sobre él, pero sobre todo su obra– tuvo una personalidad positiva y valerosa, que le permitió ponderar con ecuanimidad, sin envidia, la obra de los otros, a quienes aplaudió siempre el “patriotismo” de ocuparse de los asuntos bolivianos en un país que pasaba de ellos; y que lo llevó a escribir textos luminosos, agradables, que estimulan y contagian. Resulta elocuente el hecho de que su último trabajo, su “canto de cisne”, como dice Medinaceli, no fuera una de las denuncias terribles de éste sobre la injusticia providencial que malogra a los escritores bolivianos por medio de la incomprensión del inexistente público y, según los casos, por la pobreza, el alcoholismo o la muerte prematura. Por el contrario, el último texto que Prudencio firmó fue un bello y conmovedor llamado, con jaspes irónicos, a apresurarse y completar la obra emprendida, antes de que el destino inevitable impida la continuación del esfuerzo.
Patriota fue Prudencio, al ocuparse de nuestras cosas mientras se moría, para que lo leyera quizá un puñado, y valiente para confiar en que pese a todo habría en el futuro un Medinaceli que lograría que su obra fuera recordada.
Otros de sus discípulos, Guillermo Francovich, lo incluirá en su tomo sobre el Pensamiento boliviano del siglo XX, aunque cometiendo el error de presentarlo como un ideólogo (el “último positivista” que da un paso del liberalismo tradicional a la preocupación por la “cuestión social”), el mismo fallo que luego se cometería con el propio Francovich. En realidad, Prudencio solo se hacía eco de las nuevas ideas que comenzaban a aflorar en el mundo; ideas que comentaba a sus estudiantes y lectores, no sin pasarlas primero por el filtro de un racionalismo ilustrado. Advirtió el ascenso del socialismo, pero no quiso –o no tuvo tiempo– de sucumbir a su influjo. Leyendo Páginas dispersas uno no logra encontrarse con el Prudencio que Francovich retrata, como señaló Gonzalo Mendieta en un artículo reciente. Ambos fueron periodistas culturales y ensayistas, poco interesados en los aspectos prácticos de la política. Ambos fueron artistas de la curiosidad, cuya vastedad hizo notables sus vidas. Ambos escribieron algunas de las páginas más límpidas de nuestra bibliografía.
“Y tú, campesino que arañas la tierra para hacerla producir sus frutos, no dejes que el sol de este día muera sin plantar un árbol, sin echar una simiente –pide Prudencio–, porque mañana, cuando no seas, ellos hablarán por ti mejor de lo que puedan hablar tus hijos… El hombre no existe más que por sus obras; aquel que nada ha hecho, pasa por la vida como un fantasma”.

Fuente: Ideas