Por Adán Rámirez Serret
La necesidad del ser humano de trascenderse a sí mismo es tan intrínseca a su naturalizar como el acto de hablar. La idea puritana de concebir a una humanidad que no altere su conciencia es tan absurda como imaginar una especia sin medicina o tecnología.
Se es humano porque se habla, se inventa, se cree y se altera la conciencia. Estos son, precisamente, algunos de los temas de La mirada de las plantas, la más reciente novele de Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967). Un autor que tener en el radar por su erudición, por su talento y por una obra consolidada que pone Latinoamérica de cabeza y demuestra que es una forma objetiva de hacerlo con la brillantez de Paz Soldán.
La mirada de las plantas sucede en la Amazonia boliviana, es un trópico exuberante en donde un grupo de científicos inventan la alita, una droga que es un alucinógeno para trascender al mismo tiempo que descubrirse a sí mismos. Una especie de LSD en el trópico que se mezcla con la vida moderna de las redes. Todo esto en un futuro un tanto distópico distendido en la zona amazónica en donde confluyen Bolivia y Brasil.
Normalmente leer es viajar y no se necesita para nada conocer el lugar donde suceden los libros para disfrutarlo por completo. Ir a los lugares donde suceden los libros se parece más a un fetiche que a una experiencia estética. Lo cual, por suerte, no está peleado. Se puede ser un amante total de una literatura sin tener la más remota intención de ir al lugar en donde sucede; o ser un apasionado de los más pequeños detalles de los lugares que recorren los personajes; los cafés, bares, tugurios y restaurantes que frecuentan. Son famosos quienes hacen homenajes al Lepold Bloom del Ulises de Joyce recorriendo Dublin, sus bares e incluso comiendo un riñón de res.
Con ese mismo impulso fetichista pensé en leer La mirada de las plantas en el trópico amazónico boliviano. Porque no es lo mismo leer sobre la calor y la exuberancia de la naturaleza que sentirla en carne propia. Vivir sierras y árboles con la experiencia del cuerpo. Así que me aventuré al Tunari con el libro de Paz Soldán bajo el brazo; para vivir el trópico boliviano en la piel comiendo pacú y viajando en la distopia de Paz Soldán.
Soldán plantea un lugar donde un científico recluta a todo un grupo para que experimenten con su invento sicotrópico. Los mundos alterados se mezclan con las vidas que viven los personajes en redes sociales. Las plantas y el calor son la atmosfera para alucinar. El viaje mezcla pasado, presente y futuro; es terapéutico, los muertos y los vivos habitan el mismo espacio durante el viaje con la alita. Paz Soldán muestra con el comportamiento de los personajes que los viajes psicotrópicos dialogan con el despliegue de la personalidad de los humanos que viven en las redes sociales: el presente, el pasado y el futuro se mezclan a la enajenación y a la emancipación humana con la necesidad intrínseca de trascenderse a sí mismos. Las redes sociales no son otra cosa que una droga pura y dura, lo digo sin juicios de valor.
El viaje es por los ríos y por las selvas; por los recuerdos de la mente alterada por sicotrópicos y por redes sociales que anulan el aquí y el ahora. El bloque de la mente que hace posible abrir los mundos. La mirada de las plantas demuestra una correspondencia en la cual no solamente los seres humanos observan, sino que son brutalmente observados por las plantas que ingiere.
Fuente: suracapulco.mx