Por Edwin Guzmán Ortiz
(Texto leído en la presentación del poemario “Mil y una noches sin Wi-fi” de Omar Alarcón durante el VI Festival Internacional de Poesía de Bolivia 2022)
In/definida e interminable, la poesía habla desde una totalidad que se expresa también en cada poemario. Cada libro de poemas la dice. La consagrada, bendita o diabólica, bucólica o épica, densa o intensa, venal o coloquial, levitante o gravitante. La dice y, por lo mismo, pasaremos a considerarla en el poemario Mil y una noches sin wi-fi, del poeta y cineasta chuquisaqueño Omar Alarcón.
Primero, cabe celebrar la política permanente de apoyo a la publicación de poesía por parte de la Editorial 3600 que pone ahora a disposición de la comunidad de lectores esta destacada obra.
Se trata de un libro concebido dentro el vientre sórdido de la pandemia y que ha alcanzado reconocimiento al constituirse en finalista del prestigioso Premio Internacional de Poesía Vicente Huidobro 2020.
Mil y una noches sin wi-fi es un poemario que desafía diferentes niveles de lectura, sobre una base crítica expresada en su título sugerente. El enorme y ubicuo aparato digital que envuelve nuestra existencia es puesto en entredicho con diferentes matices a lo largo del poemario. Se evidencia dentro el discurso de la obra, una semántica que sostiene a este insidioso fantasma, mediante la enunciación de dispositivos propios de esta realidad tecnológica: wi-fi, la señal, mensajes de texto, el conteo digital; los bits, los pixeles, teletrabajo, fuera de cobertura, actualización del software… se convierten en referencias explícitas desde las que habla el poeta, y que navegan por diferentes dimensiones de la existencia: de lo cotidiano a lo festivo, de lo amoroso a lo sagrado. Dice el poeta:
Tarde o temprano el celular volverá a clasificar / mis pasos en “verdadero” o “falso”/ Cada clic revelará mi posición exacta en el tablero”
O, en el poema “Teletrabajo y cosecha de ilusiones:
Sentado frente a la computadora siento mi cuerpo/ Como una ausencia mal codificada/
El teletrabajo divide mi sombra en dos, / cada mañana el telón del dormitorio abre y cierra
una oficina virtual donde únicamente la soledad/ me guiña un ojo.
La crítica se erige desde un afuera que sostiene el poeta y, a su vez, desde un adentro, desde el destellante vientre del Leviatán.
Alternativamente, el poeta alude a la física contemporánea –que en su palabra se parece más a “una aritmética del viento”– y a la propia biología, las que van revelando un mundo tan azaroso como impredecible; esa tenue frontera entre la materia y el espíritu, la sigilosa faena de la autopoiesis o, dicho en su palabra: “La frágil frontera que existe entre una piedra y un sueño”. Es decir, la revelación del viaje en esa otredad que nos habita. Prelusión que, dicho sea de paso, nos recuerda aquella venerable pregunta de Pániker: “¿qué hubo en los quarq, los electrones y los fotones de hace quince mil millones de años, qué hubo que les condujera hasta los últimos cuartetos de Beethoven?”.
Es más, el poemario no deja de interpelar, dentro una visión global, a la parafernalia de una modernidad irracional, a la ciencia como dispositivo del poder y al modelo civilizatorio que está fagocitando al planeta; sea a través de la hiperurbanización, la depredación animal, la simulación… en fin, de este modo, imagina ácidamente la siembra cancerígena de los Starbucks, en La tierra baldía de [T.S.]Eliot, para terminar recordándonos: “En el mundo cada vez existen menos personas que / abandonan las ciudades y suben a los cerros. / En los Andes al borde de los precipicios, / todavía se puede encontrar / altares de viento”.
O acaso, para evidenciar que: “La bomba atómica que cayó sobre Hiroshima no estaba / hecha de Uranio, sino de píldoras, computadoras y plástico”.
Coetáneamente al cuestionamiento de la realidad virtual, el poeta no deja de incidir en una crítica a los fundamentos de la ciencia y de sus instrumentos más preciados, dada su precariedad a la hora de acceder a los misterios de la condición humana y de la propia existencia, por ejemplo, escribe: “Los cuatro mil satélites que pusimos en órbita alrededor de la tierra / pueden confirmarlo: / siempre seremos aquellas sombras acabando / de descubrir el fuego”.
O, de un modo más radical, al hacer una historia poética del cero, y recordándonos matemática y filosóficamente que este simplemente equivale a la “nada”, el vacío sobre el cual se erige el sistema numérico, e incluso el sistema binario de la cibernesis, termina escribiendo: “Los bits de las computadoras, los algoritmos, los chats, / el código de barras, las URL, los cracks, la mecánica / cuántica, son el bostezo de la serpiente infinita, / un carrusel girando en la nada”.
Inferencia que no deja de recordarnos el Teorema de la Incompletitud de Gödel, que pone en tela de juicio la precisión y exactitud de las matemáticas, la relatividad de sus supuestos, en un mundo avalado por inicuas simetrías y cierres absolutos.
Al mismo tiempo que el poemario refleja la experiencia del encierro y lo trasciende, boga entre el fantasma de la muerte, pero termina conjurándola: “Detrás del tapabocas, mis ojos esperan otros ojos. / En mis pupilas, la muerte, es una estrella fugaz”.
Mas, los sentidos gravitantes del poemario apuntan a subrayar el peso de nuestra condición vital, la tensión luminosa que brota de una poética de la existencia. De ahí emerge el peso de la palabra comprometida con la pervivencia, con la lucidez posible, con la capacidad de no condescender a la estupidez y el anegamiento.
En el poema “Descargando información con Wislawa Szymborska”, Omar Alarcón ficciona un diálogo intenso con la poeta, inquiriendo acerca de los caminos trascendentes de la poesía, acerca de la búsqueda de sentidos; diálogo pleno de fe poética y de esperanza en medio del maremágnum del sinsentido y la anoxia del silencio. En el poema, Wislawa dice: “-Cada constelación es un poema, una línea dibujada / por el fuego”. Y luego añade: “–¿Quién escribió nuestro nombre en los astros como un tatuaje indescifrable?”. Para terminar diciendo: “–Tú y yo somos la memoria de un incendio”
Poesía de contornos filosóficos y de sostenida reflexión. Emerge a la manera de ventanas o cartas que van revelando esa otra voz que deviene del poema, a su vez, fortalecidos con las enseñanzas del pensamiento y la sensibilidad sapiencial del oriente. De Chuang Tzú a Dilgo Khentzé, de Siddartha Gautama a los Upanishads, se despliega un manto que ilumina el pensamiento y una sensibilidad que trasciende el divagar mitómano de lo cotidiano. Dice el poema:
“Nuestros pensamientos / surgen y se disuelven / a cada instante… / Igual que el arcoíris, la mente / es una ilusión óptica, / una sucesión de imágenes / en la superficie de un río”
Mil y una noches sin wi-fi, además, no está exento de un humor crítico y mordaz. Pienso, por ejemplo, además de otros, en “Tips para escribir un poema en 9 y medio pasos” que hace befa de la creación manualesca.
La escritura del poemario se aventura a una diversidad notable de formas expresivas a través de un discurso amplio y de una enunciación heteróclita. Es depositario de un espectro hipertélico donde coexisten descripciones, mímesis, transhumancia, dialogismo, insularidad, cuestionamiento, prédica. Es más: crónica, sentencia, cita, intelección, testimonio y reescrituras. Matematicidad, narración, bajo la forma de un coloquialismo que se abre al destello de chispazos líricos. Una suma de recursos que explicitan formas actuales de materializar formas heterogéneas de escritura. Una suma de recursos que se enfrentan a la pesadez de las cosas, la ortodoxia, la tecnificación y la maquinización.
El poemario culmina sabiamente con el poema “Espejo”: en él, Omar Alarcón alude al poeta y matemático Omar Khayyam, hablándole sobre ese destino, la lectura, y ese lugar privilegiado, la biblioteca. Y, finalmente, escribe: “Desconecto la computadora y leo en tu mente / mi último pensamiento: –La eternidad es el lugar donde Las mil y una noches, nos siguen soñando”.
Mil y una noches sin wi-fi es un poemario notable, escrito desde este tiempo. Una escritura inteligente y renovada para este tiempo. Omar Alarcón: un poeta.
Fuente: www.revistalatrini.com/