02/26/2013 por Marcelo Paz Soldan
Diego Trelles: “La ficción nunca le pertenece al autor”

Diego Trelles: “La ficción nunca le pertenece al autor”

circulo de escritores asesinos

Diego Trelles: “La ficción nunca le pertenece al autor”
Entrevista a Diego Trelles
Por: Mauricio Murillo

El año 2005 la editorial española Candaya publicó la primera novela de Diego Trelles Paz (Lima, 1977). El libro tuvo muy buena acogida y empezó a circular en los territorios de habla hispana. Siete años después, la editorial boliviana Nuevo Milenio decidió reeditarla. La nueva versión viene acompañada de un prólogo escritor por Sebastián Antezana. En éste leemos: “Esta novela se suma a una larga línea de textos que ponen en cuestión la difusa barrera que existe entre realidad y ficción. El libro es la muestra perfecta de que la Historia, ese recuento aparentemente imparcial del pasado –ese sueño de la objetividad, ese grado cero de la injerencia– es siempre producto de la narración, de que los hechos suceden sólo en tanto son capaces de ser relatados. Si adoptamos una postura determinista, podríamos lanzar la hipótesis de que, en esta realidad, los hechos puros, como, por ejemplo, la vida, no tienen sentido en tanto independientes. Es la concatenación, la organización –o, literariamente hablando, el relato y la narración– lo que les provee sentido, lo que le da significancia a aquello que pasa. Y, sin embargo, ¿qué hacer cuando ese relato y esa narración están diseñados como espejismos, como mecanismos de distracción? ¿Y qué hacer, además, cuando esos mecanismos han sido pasados por el filtro de la literatura policial, de la novela detectivesca, que tiene al enigma –su resolución o eternización- como centro?”. De esta manera, El círculo de los escritores asesinos apareció en un momento en el cual la idea de la novela metaficticia marcaba cierta pauta. La idea de escribir novelas en donde se borraran o se difuminaran las líneas entre la ficción y la no ficción. Novelas que podían leerse como ensayos críticos o, bien, ficciones hechas en gran parte por reflexiones y citas intertextuales y largas digresiones. Aunque nunca me desagradó la metaficción, creo que El círculo es, ante todo, una novela con trama, con personajes, con acción, con enigmas, con nudos dramáticos y con un final que abre un enigma planteado según las normas de cierta novela detectivesca más bien atípica.
¿Cómo construir un espacio ficcional sin caer en totalitarismos? Pienso en la figura de Gavinet, por ejemplo. ¿Cuál es la importancia de la ironía y cómo instaurarla?
La ficción nunca le pertenece al autor. No creo que deba verse de esa forma, porque uno siempre está negociando con sus personajes. Esa, creo, es la parte más difícil porque implica entender y aceptar que el escritor no es ningún demiurgo: si no sabe escuchar las necesidades y demandas de las criaturas que concibe, fallará en el intento de hacerlas pasar por reales. Ganivet se da cuenta de esto: utiliza una ficción ajena (El Quijote) para sobrevivir en la cárcel pero es incapaz de crear la suya. En muchos sentidos, todos los integrantes de El círculo se sirven de la cita ajena, del robo intelectual, de la pretensión intelectual para ocultar lo que son en la realidad.
En tu novela reconstruyes ficcionalmente uno de los sueños eternos del escritor: matar al crítico. ¿Caíste alguna vez en la tentación de dañar físicamente a un crítico?
No. Respeto mucho la labor de la crítica seria: para mí es otra forma de arte. Lo que no respeto es la mala leche. Me parece la forma más vil y cobarde de desfogar los problemas personales usando el prestigio de lo literario para cubrirlos. García Ordóñez, el crítico asesinado en mi novela, es el epítome de muchas de las cosas que yo, como persona, lector y autor deploro de los circuitos literarios. Pero ése, la literatura y sus excesos, por las posibilidades que me brinda para usar el humor, es uno de los temas que exploro en mi narrativa.
¿Cómo pudiste lidiar con la figura de Bolaño, una figura tan apabullante? ¿Cómo lograste no quedarte en su influencia y poder ir más allá?
Leí a Bolaño, por primera vez, muchísimo antes de que se convirtiera en una celebridad y me dediqué a estudiarlo con seriedad. Bolaño es una influencia muy grande pero en este libro también lo son autores como el mismo Cervantes, Vladimir Nabokov, Ricardo Piglia, Jorge Ibarguengoitia o Augusto Monterroso. No podía hacerme escritor aceptando sumisamente un rol de epígono. Eso no hubiera tenido ningún sentido.
En tu novela se encuentra una crítica bastante directa y dura contra el mundillo de intelectuales y artistas en Lima. ¿Crees que esa es la situación que se instaura en tu ciudad? ¿Se podría pensar en esa figura como algo que se repite en muchas otras ciudades?
Es una crítica mordaz a un estado de las cosas en el cual se reproducían, a escala pequeña, los excesos autoritarios de la dictadura Fujimorista. En algún momento de aquella época llegamos a tener dos o tres suplementos culturales dirigidos por escritores que eran amigos y se alababan y se publicaban mutuamente. Las riñas entre artistas suceden en todos lados. Me parece paradójico que en Perú, en donde no hay becas, ni premios nacionales, ni suplementos culturales, ni industria, ni nada que se le parezca, sean especialmente virulentas.
¿Cómo fue recibida tu novela en tu país al momento de ser editada por primera vez?
Se editó primero en España. En el Perú recién se editó el año pasado. Sin embargo, yo mismo la traje de España y la presenté en 2006. En esa época todavía había uno que otro suplemento o página cultural y, en general, fue bien recibida. Hay algo de lo que, creo, me siento contento y orgulloso cuando pienso en mi literatura: nunca he tenido un padrino o un escritor o crítico influyente que me recomiende, nunca he tenido necesidad de cargarle los libros a nadie y jamás lo hubiera hecho, mi novela se publicó en España porque le gustó a los editores de Candaya (que no me conocían) y ellos apostaron por ella, cuando me acerqué a algún escritor mayor que me interesaba para que me aconseje, lo hice con sinceridad y humildad pero nunca con miedo. Sabía desde muy pequeño que sería escritor. Estaba preparado para hacerlo poniendo siempre por delante mi literatura.
En tu novela la poesía tiene un peso muy importante. ¿Te interesa mucho la poesía o prefieres más la narrativa?
Me interesa muchísimo la poesía. También entiendo que no soy poeta. Mi narrativa tiene, por momentos, ese componente lírico que extraigo de mis propias lecturas. César Vallejo está presente en todos mis libros.
En El círculo de los escritores asesinos, debido a los manuscritos, se mezclan y se reconstruyen distintos estilos y géneros. ¿Cuál fue tu interés por este tipo de escritura, una que, podríamos decir, reconstruye muchas otras escrituras?
Aspiro a ser un escritor versátil. No solo en la estructura sino, también, en el mismo lenguaje. Hay géneros y disciplinas artísticas que me interesan y cultivo (el cine, la crítica musical, la estética, las comunicaciones) y que trato de incorporar a mi ficción porque a veces la literatura consigue enriquecerse mucho y plantear ciertas situaciones con más visualidad o dinamismo o profundidad.
Casi como una provocación: En tu novela no hay referencias bolivianas. ¿Has leído literatura producida en este país? ¿Qué autores, actuales y antiguos, te interesan?
Me interesa mucho Jaime Sáenz: tanto su literatura como su vida plagada de excesos y tristeza. También me interesan Ramón Rocha Monroy y Edmundo Paz Soldán. Entre los más jóvenes, me interesa mucho lo que están haciendo Sebastián Antezana, Rodrigo Hasbún, Wilmer Urrelo, Liliana Colanzi o Giovanna Rivero.
¿Por qué decidiste publicar El círculo de los escritores asesinos en Bolivia? ¿Cómo sucedió?
Desde la segunda vez que vine (la primera fue hace muchos años, en un viaje accidentado en el que llegué a La Paz como mochilero), me sentí muy cercano a Bolivia e hice muchos amigos y también me sorprendí de la cantidad de gente interesada en la cultura que fue a vernos al Encuentro de Cochabamba. Mis libros llegaron pero en un número muy reducido y se agotaron al toque. Ese calor humano es algo que no se olvida. Gracias a Nuevo Milenio, que es una editorial con un catálogo súper interesante y bien cuidado –algo que no me sorprende si pensamos también en la labor que hace El Cuervo– mi novela se pudo, por fin, publicar en Bolivia. Volver es un premio.
Fuente: Ecdotica