01/21/2013 por Marcelo Paz Soldan
Desasosegante desnudez: Reseña y entrevista sobre Billie Ruth

Desasosegante desnudez: Reseña y entrevista sobre Billie Ruth

Billie Ruth Tapa Bolivia 2 (Ecdótica)

Desasosegante desnudez: Reseña y entrevista sobre Billie Ruth
Por: Guillermo Ruiz Plaza

Billie Ruth (Páginas de espuma/Nuevo Milenio, 2012) es sin duda el mejor volumen de relatos que Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) ha publicado hasta el momento, pues conjuga a la vez su pericia narrativa, decantada por décadas de experiencia, y una búsqueda más personal que en sus obras anteriores –Las máscaras de la nada (1990), cuentos y microrrelatos de estirpe borgiana; y Amores imperfectos (1998)–. Esta búsqueda es efectiva en la medida en que las vivencias personales –infancia, adolescencia, juventud– son recuperadas, sin tapujos ni disfraces, en toda su desasosegante desnudez. Cuentos como “Roby”, “Volvo” o “Billie Ruth” demuestran de forma brillante la hibridez constitutiva de la narración literaria, ya que “toda ficción es autobiográfica; toda autobiografía, ficticia” (Roland Barthes). Pero no es solo eso. Casi todos los relatos del libro nos entregan a la vez personajes profundos y tramas que agarran; lo cual, como todo cuentista sabe, no es nada fácil, pues implica la reconciliación de dos tradiciones distintas e incluso antagónicas. Este volumen lo logra en piezas maestras como “Billie Ruth”, en que la pintura descarnada y sutil del personaje no va en desmedro de la trama, pues la estructura circular y el final mordaz nos descubren el revés de la historia y la prolongan más allá del punto final por el descubrimiento de un aspecto inesperado de la psicología del narrador protagonista. En otros términos, aquí, “la punta del iceberg” (Hemingway) no solo potencia en el plano semántico la intriga, la historia en sí, sino también la psicología de los personajes, de manera que ambos planos convergen, indisociables, en el tejido narrativo. El libro también se alimenta de voces y vivencias ajenas, como en el magnífico “Srebrenica”, en que la anécdota contada por una amiga del autor se convierte en un cuento autobiográfico en primera persona, tan íntimo como sobrecogedor, sobre un viaje iniciático donde Eros (la relación sexual y amorosa con otra mujer) y Thanatos (las fosas comunes en Bosnia, el hedor ubicuo del amoníaco) la pelean a pulso hasta transformar a la narradora en otra o, quizá, en lo que siempre ha sido sin acabar de aceptarlo. Por lo demás, el final de este cuento me parece ejemplar por cómo entrelaza, de forma lapidaria, lo psicológico y la epifanía tan cara al relato clásico. En cuanto a la temática de la violencia, que hila estas historias tan distintas entre sí, no puede leerse sin tomar en cuenta la realidad mundial, en general, y la cotidianeidad en Estados Unidos, en particular, donde ocurre una matanza sanguinaria cada cierto tiempo. En ese sentido, “Como la vida misma”, gracias a una estructura polifónica que, conforme avanza el relato, se va haciendo deliberadamente caótica, logra vehicular la idea de la violencia como algo oscuro, incomprensible. Por ejemplo, lo sucedido en Connecticut hace unas semanas… ¿se puede llegar a alguna conclusión sobre ese acto?, ¿se puede, no ya justificar, sino tan solo explicar tal crueldad? Este cuento termina con una interrogación por parte de uno de los testigos del crimen –“¿Llegó a alguna conclusión?”– y se dirige al periodista o al escritor que reúne los testimonios, pero también, desde luego, al lector. Es una pregunta retórica, burlona, que sugiere que los argumentos y los tópicos se quedan cortos frente a ese tipo de violencia que parece imposible y que, sin embargo, está ahí. A diario. Basta con encender la televisión o conectarse a Internet. En Estados Unidos, en Siria, en Gaza, en Mali. La lista es inacabable. Imposible y, sin embargo, ahí. Como en Bosnia, hace unos lustros. Ese es también, me parece, el alcance de la violencia en Billie Ruth, el de la violencia presente, pasada o bien inminente, inminente como en los sugestivos finales de “El acantilado” o “Roby”. Violencia histórica o anecdótica traducida en historias mínimas, óseas. De ahí que la prosa en Billie Ruth, reacia a cualquier remanso, sea nerviosa, tensa, raquítica. Se puede palpar casi el desasosiego de los personajes en el tejido mismo de los párrafos. En efecto, ¿cómo traducir la violencia y la desazón contemporáneas sin una prosa áspera, que rehúya toda asonancia, todo reposo narrativo, toda imagen ornamental, toda armonía? Billie Ruth lo logra en sus mejores momentos, con su ritmo entrecortado, seco, sus voces directas y desnudas. No es de extrañar que allí también, en la textura de la prosa, resida la unidad de este libro, pues varios de los cuentos pasaron por reescrituras sucesivas, largas temporadas de maceración y parecen haber madurado hasta llegar a su punto, conformando un libro sin fisuras, cuya segunda mitad es, a mi ver, la culminación de la cuentística del escritor cochabambino.
Entrevista
Sobre Billie Ruth y el cuento en general, aquí van ocho preguntas para Edmundo Paz Soldán.
Eres un autor prolífico y, a la vez, te llevó doce años escribir este volumen de cuentos. ¿Qué razones te llevaron a prolongar su escritura?
Me gustan los libros de cuentos unitarios como Ficciones, Sangre de mestizos o El llano en llamas. Tuve el primer manuscrito de este libro hace ocho años, pero entonces sentía que era más un rejuntado de cuentos que un libro unitario. Esa unidad a veces la da el tema, otras la atmósfera o la forma. En mi caso los cuentos tenían diferentes registros y estaban ambientados en espacios muy diferentes, así que me costó encontrar el hilo conductor. Una vez que lo tuve todo fue más fácil.
Efectivamente, cambian los espacios, registros y personajes, pero la violencia –soterrada o explícita– parece ser el eje central del libro. ¿A qué se debe?
Es una obsesión que tengo desde la adolescencia, cuando era un gran lector de novelas policiales, y que ha aparecido como temática central de mi obra en los últimos años, a partir de Los vivos y los muertos (2009). Estos últimos años me ha interesado explorar estados alterados de conciencia, y no hay nada más alterado para mí que la violencia.
En varios relatos hay un indudable sabor autobiográfico. Tomando el ejemplo concreto de “Billie Ruth”, ¿cómo transformaste esa vivencia en relato? En otras palabras, ¿cuáles son, a tu ver, los elementos indispensables para obtener un buen cuento?
Ese cuento nació del pedido de una revista española de escribir algo ambientado en los Estados Unidos. Se me ocurrió narrar mis primeros años en los Estados Unidos. La vivencia se convirtió en cuento cuando descubrí que esa chica que conocí en Alabama podía simbolizar todo el desparpajo y la libertad del país que el narrador estaba descubriendo. A la vez, Billie Ruth no podía ser solo un símbolo, tenía sobre todo que existir como un personaje independiente, no un tipo ni un estereotipo. Al descubrir las pulsiones de Billie Ruth, aquello que la movía, la vivencia se convirtió en cuento. En cuanto a los elementos indispensables para obtener un cuento, creo que no hay recetas excepto tratar de obtener una tensión narrativa desde la primera frase.
De todos tus cuentos publicados, ninguno –temáticamente hablando– como “Azurduy”, que además sitúas al final del libro, como para valorizarlo. ¿Cómo es que irrumpe en tu obra la temática minera? ¿Buscabas un posicionamiento particular frente a la tradición literaria boliviana?
Me pareció interesante explorar la literatura minera en un momento en que ya no es central en nuestra narrativa. Era un desafío personal, sin ningún intento de posicionamiento, aunque entiendo que pueda leerse así. El gesto puede parecer a destiempo, pero mi intuición es que la literatura se mueve en tiempos diferentes al cronológico. Mi nueva novela, Iris, también dialoga con la literatura minera, con los cuentos y testimonio de Poppe, con la literatura antropológica del Tío de las minas, etc.
En Las máscaras de la nada y Amores imperfectos, una buena parte de los cuentos son fantásticos. En Billie Ruth, hay solo dos: “Casa tomada” –homenaje a Cortázar– y el sutil y eficaz “Los otros”. A tu ver, ¿se puede hablar de una inflexión en tu obra?
No lo veo como inflexión. Iris tiene un pie en la literatura fantástica y otro en la ciencia ficción. Si Iris fuera una novela realista, entonces sí se podría hablar de inflexión.
Se ha dicho con razón que los relatos de Billie Ruth conjugan dos tradiciones antagónicas: la clásica y la moderna. ¿Aquí, te propusiste hacerlo?
En realidad más que conjugar una tradición clásica con una moderna, lo que yo quería hacer era conjugar la tradición latinoamericana, más dada a la trama y al final sorpresivo, con la tradición norteamericana, que proviene de Chejov y está más interesada en la minuciosa exploración de la psicología de los personajes. Cuando me propuse hacerlo no me salió, así que dejé de escribir cuentos por un buen tiempo. Luego, cuando volví a escribir, descubrí que había ocurrido esa fusión de manera natural.
¿Cuáles son los autores y/o los libros de cuentos que más te han marcado y por qué?
Ficciones, de Borges, me hizo ver que si la literatura era ese juego intelectual intenso, yo también quería jugar. Los cuentos de Kafka, tan alegóricos y tan herméticos, me hicieron descubrir que la literatura podía ser un pozo sin fondo.
¿Qué volúmenes de relatos recomendarías dentro de la literatura boliviana actual y por qué?
Nuestra cuentística está atravesando un gran momento, en los últimos años han aparecido grandes libros de cuentos, podría mencionar varios libros de primer nivel pero, para apartarme de los más conocidos, solo mencionaré uno: La región prohibida, de Fabiola Morales. Es un libro atrevido y redondo, con una voz narrativa que conmueve en su vulnerabilidad.

Fuente: Ecdotica