03/08/2024 por Sergio León

Dennis Lema Andrade, la arquitectura de una novela

Autorretrato con la oreja vendada. Así se llama la primera novela de Dennis Lema Andrade, quien nació en Cochabamba en 1986 y estudió arquitectura, profesión que ejerce desde hace 13 años porque, como él mismo dice “es un oficio compatible con la literatura, el arte y la cultura en general”, y piensa que la “calidad del diseño es proporcional a la calidad de lecturas, viajes, reflexiones y experiencias que un arquitecto acumula.” Ahora se apresta a publicar su primera novela.

– Si bien esta es tu primera novela, ¿desde cuándo escribes, por qué te decantaste por ese género?

Escribo desde la adolescencia. Comencé con canciones melodramáticas que tocaba en la guitarra, encerrado en la cocina de mi casa, y con cuentos peligrosamente autobiográficos que, de salir a la luz, habrían ofendido gratuitamente a varios parientes y amigos; continué con un par de guiones de cortometrajes y el 2013 llegué a un acuerdo con algunos periódicos para que me publicaran, una vez al mes, artículos sobre política, cine, literatura y urbanismo.

Terminé de escribir esta novela el año pasado. Me decanté por ese género porque la historia que quería contar tenía muchos temas y personajes y necesitaba un espacio vasto para su desarrollo.

– ¿Cómo surgió la idea para esta novela?

Me resulta muy interesante, principalmente muy graciosa, la composición y la dinámica de la sociedad actual, donde los nuevos ricos -individuos de fisonomía octogonal ocasionada por el exceso de pesas, que visten gorras y buzos brillosos y coloridos y manejan autos de lujo- tienen arrinconadas a las familias de alcurnia, que a pesar de haber dilapidado su herencia y vivir con grandes aprietos económicos, se aferran con uñas y dientes a su polvoriento apellido español y miran con desprecio a los advenedizos. Una sociedad donde la corrupción forma parte de la genética de hasta el más inocente de sus habitantes, administrada por una fauna de personajes turbios que abusan del poder y dedican todo su tiempo e imaginación para robar y extorsionar a la gente. Esa realidad, trágica y cómica a la vez, me proveyó abundante material para construir esta novela.

– ¿Te consideras un lector? ¿Qué lees habitualmente?

No es posible aspirar a ser un buen escritor sin leer con constancia. Aquello no es difícil, porque la lectura es una fuente de placer del más alto nivel. Sin embargo, es importante ser rigurosamente selectivos. Hay que cortar con machete la maleza abundante de oferta mediocre de libros escritos por especuladores de la astrología,conferencistas motivacionales o coaches vende-humo, cuyo pobrísimo contenido no hace más que propagar la banalidad y el esnobismo, y quedarnos sólo con los escritores que despliegan un gran talento narrativo y un trabajo arduo de investigación y traslucen una visión política y filosófica.

Actualmente alterno las novelas con libros de historia y ensayos. Ahora estoy leyendo “Antología de la crítica y el ensayo literarios en Bolivia”, de Mauricio Souza, y continuaré con “Opus Nigrum”, de Marguerite Yourcenar.

– ¿Cuál es tu universo de afinidades?

En mi caso, a pesar de los maravillosos libros de Stevenson, Salgari y Dumas que mi papá me regaló en la adolescencia, debo reconocer que la novela que me enganchó definitivamente con la lectura es El Graduado, de Charles Webb, que narra la historia de un muchacho huraño que tiene una relación clandestina con la amiga de sus padres, la atractiva Miss Robinson, de quien luego se separa y convierte, sin mayor remordimiento, en su suegra.

Recuerdo que de allí pasé a leer con gran entusiasmo a Bryce Echenique, divertido con la ironía con la que aquel gracioso escritor peruano describe a la oligarquía de su país, y conmovido por los desencuentros y accidentes amorosos que sufren sus melancólicos e ingenuos antihéroes.

Hablando de antihéroes, confieso que la obra del cineasta Woody Allen me influyó enormemente. En lo literario y en lo personal. Me resultan conmovedores los personajes de sus películas: seres neuróticos, verborréicos y a la vez tartamudos, capaces de mantener una conversación de altura sobre cualquier tema intelectual, pero bastante torpes para tratar con la gente común; individuos melancólicos a los que les va bien en alguna ocasión, pero nunca tan bien, que progresan lentamente, con mucho esfuerzo y constantes retrocesos, que no son tan atléticos –su principal ejercicio es jugar dominó, y reemplazan las flexiones por ataques de ansiedad-, ni tan simpáticos –bastante feos, en realidad-, y que caminan con un libro en la mano.

Este maravilloso judío desgarbado vive y nos enseña a vivir despojados de cargas inútiles. Reconoce abiertamente que no comprende ni busca comprender este raro hecho de existir, y simplemente decide disfrutar la vida mientras dure. Tampoco cree en ese dios de vapor en quien se aferra la gente, lo desafía constantemente y lo define como un personaje de ficción que juega a las escondidas y representa un lujo que no quiere pagar. En un artículo escribí que Woody Allen expresa, con simpleza y precisión, todas las dudas, rencores y miedos que yo tengo, y lo desorientado que me siento en este mundo enrevesado, donde el analfabeto de mi vecino –un baboso que escupe en la acera y tira su basura en el parque del frente- se volvió millonario vendiendo Herbalife.

En un plano más serio, la obra de Vargas Llosa me parece extraordinaria. Denota mucho talento, pero principalmente un trabajo arduo e incansable. Sus novelas denuncian atropellos descomunales a los derechos humanos y a la vez informan e instruyen a los jóvenes de las nuevas generaciones, nacidas en democracia, sobre la difícil vida en tiempos de botas, calabozos y toques de queda.

Dennis Lema Andrade

– Al ser hijo de Gonzalo Lema, un consagrado escritor, ¿consideras que esa relación de parentesco y, supongo también de magisterio, te impulsó a escribir esta novela?

Sí, totalmente. Vivo en un entorno literario desde que nací. Hay una maravillosa biblioteca en casa de mis papás, con algo más de dos mil libros ordenados según la nacionalidad del autor. Tenemos ejemplares valiosos dedicados por Vargas Llosa, Ernesto Cardenal, Bryce Echenique, Mitre, Shimose, Terán Cabero, Luis Antezana J., entre numerosos otros, también una edición de El Quijote de principios de mil novecientos, un imponente volumen editado por el presidente Bautista Saavedra en el primer centenario de Bolivia y otras joyas que, guiado por mi papá, leí a lo largo del tiempo y que poco a poco me incentivaron a escribir.

– ¿Cuál es tu método de trabajo a la hora de escribir?

Parto de la premisa de escribir por placer, sin obligación ni presión de ningún tipo, consciente de que la verdadera retribución no está en un premio, una publicación o un momento de fama, sino en el acto mismo de escribir. Desde ese enfoque, escribo un poco cada día, en distintos horarios y en el lugar donde me sea posible: en mi oficina, en mi departamento, o incluso en el auto mientras mis hijas pasan clases de ballet o natación.

– Refiérenos brevemente el argumento de la novela

La novela describe un país caótico -en el que cholets surrealistas se abren paso a codazos entre aburridos edificios de arquitectura occidental, incluso en los quartiers d’élite- donde una fauna de jailones acomplejados, arribistas astutos, monarcas aimaras, voluptuosas mujeres de moral distraída, extranjeros cazafortunas, políticos de caricatura, paramilitares nostálgicos, suegros atropelladores y otros personajes turbios se seducen y se estafan con sorprendente facilidad.

El personaje principal, Vicente Urquidi -un glotón sin etiqueta, más parecido a Vince Vaughn que a James Bond-, realiza una reflexión honesta -“un autorretrato real, sin maquillaje, con una sombra de barba y la oreja vendada, cual Van Gogh en Arlés…”- sobre el verdadero significado de la familia y el uso valiente del cernidor para desechar a parientes problemáticos y rodearnos sólo de aquellos individuos imperfectos que nos inspiran confianza y cariño auténtico y que felizmente no comparten nuestro apellido.

– ¿Qué aspecto de la novela te atrae más?

Me parece interesante la relación que Vicente Urquidi tiene con su madre, la Tarántula. Ella primero estuvo casada con el General Barrientos y luego con Waltico Urquidi -un mediocre y borrachín pintor tarijeño que aspiraba a pintar y vivir como Monet-, quien, igual que el militar, murió en un accidente, sólo que muchísimo menos espectacular: un resbalón con una tapa de cerveza en una fiesta de pueblo.

La Tarántula siempre trató mejor a la hija que tuvo con Barrientos que a los hijos que tuvo con el pintor, Vicente y la díscola Alejandra -que para su pesar le salió lesbiana-, y generó en ellos un resentimiento que se fue cargando con los años y le pasó factura cuando se puso viejita.

– Finalmente, cuéntanos acerca de tus proyectos literarios

Tengo planificado publicar, dentro de tres años, un libro con cien artículos de prensa. Así mismo, estoy trabajando en una novela sobre una familia de psicólogos que poco a poco va tomando forma. Entre tanto, Autorretrato con la oreja vendada se presentó en el Club Social de Cochabamba el jueves 14 de marzo. Después, tengo programados pequeños conversatorios en distintas librerías de Cochabamba, La Paz y Santa Cruz.

Fuente: Suplemento cultural El Duende