07/16/2021 por Sergio León

De la Ausencia, de Arturo Borda

Por Jorge Saravia Chuquimia

El 1 de enero de 1926, Saúl A. Katarí (exjefe de investigaciones y pesquisas de la policía) dirige una carta al aparente autor Inca Yahuar Kjuno revelando que no pudo averiguar quién era el autor de los originales de El Loco (1966): “(…) Debo recordarle que siendo yo jefe de investigaciones durante varios años, y moviendo toda la policía, no me fue dado averiguar absolutamente nada al respecto; así que si son esos sus recelos, ya puede usted dormir tranquilamente” (Borda, 1966: 5).

En consecuencia, la infructífera circunstancia no queda ahí, ya que me tomo la libertad de asignarle un nuevo caso a Katarí: —Usted debe seguir pistas y hallar rastros de lectura del loco Borda, en De la Ausencia, del tomo II, de El Loco y, así, de esta manera, por un lado, probaré su destreza como investigador y, por otro lado, deduciré que tipo    de lector es el loco.

Encomendado el trabajo, Katarí no disimula su enojo, alzando los hombros con desgano. Después de un corto tiempo me sorprende al presentarme la redacción del informe final, algo así como una historia de su lectura. La rapidez y pericia detectivesca es aparentemente efectiva porque ojeo sutilmente las hojas del extenso informe y leo algunas partes de las pesquisas narrativas que habría hallado.

De la lectura del informe destaco lo ordenado que es Saúl A. Katarí, puesto que relata preliminarmente que toma apuntes en el cuaderno de investigaciones de su propiedad. Ahí mismo anota conjeturas y copia fragmentos literalmente de lo que considera importante y luego cruza información con otros textos para determinar la valía de los hallazgos.

Comenta que ordena la información, confecciona esquemas y finalmente escribe el texto final. Rememora que leer el apartado De la Ausencia, le supuso estudiar el guion de una “obra teatral”. Argumenta que, en el capítulo en cuestión, el narrador cuenta la travesía del personaje Silvio hacia tierras extranjeras. En ese contexto, el detective descubre los pormenores narrativos de la ida y retorno de Silvio hacia la Argentina. Concretamente a la ciudad moderna de Buenos Aires.

Katarí explica que lee y re-lee el capítulo delegado y comienza el trabajo deteniéndose en una escena de lectura donde Silvio emprende el éxodo de la patria: “Las callejas están desiertas. Yo ando mesuradamente en la aldehuela, no obstante, el eco repercute mis pasos” (567).

El protagonista aprecia que en una esquina están dos enamorados despidiéndose, ellos son Adhemar y Amanda. Silvio mira a la muchacha y este avistamiento propicia que recuerde a una “morena de mi tierra”. La nostalgia de Silvio estimula que conciba un poema. Por eso reproduce un fragmento, de la Parte III, de la sexta estrofa: “Nada perdura en nosotros: / los seres más amados no yacen indelebles / ni en la mente ni en el corazón, / pese a la sangre / y al juramento inarticulado; / por eso toda partida / tiene la infinita melancolía del nunca más, / porque / ¿quién descorrerá el velo de lo por venir?” (571).

El detective devela el primer hallazgo, el último verso del poema, “¿quién descorrerá el velo de lo por venir?”, es la cita textual de un segmento de la obra de teatro, del escritor modernista español Ramón del Valle Inclán (1866-1936), Divinas palabras. Tragicomedia de Aldea (1919).

El drama es un vestigio de “auténtica sinfonía de colores interpretada por una galería de personajes sórdidos y miserables”.

Para acreditar esta versión copia el pasaje de la Jornada Segunda, escena tercera, donde aparece el verso aludido:

 “—El compadre Miau: No soy el primero. Colorín también se lo ha pronosticado, y en su pico está toda la ciencia de lo venidero. ¡A la suerte del pajarito, señoras y señores!  ¡A la suerte del pajarito, que les descorrerá el velo del porvenir! ¡Señoras y señores, a la suerte del pajarito! (1919: 39 el resaltado es mío).

La mención de la frase explica que el futuro de Silvio es incierto. Aparte de esto, encuentra otra relación en el enunciado de Silvio “Yo ando mesuradamente en la aldehuela”, con el título de la obra de Valle Inclán, Tragicomedia de aldea, es decir, Katarí apunta que el viajero inicia la ausencia desde el lugar de la aldea.

Las primeras presunciones del investigador son producto de las comparaciones de ambos textos. Por tanto, una primera conclusión es que el Toqui Borda, al momento de escribir el capítulo De la Ausencia, lee “obras de teatro”.

Hago un alto en la lectura del informe del exjefe y confieso que de esta información intertextual visualizo al loco como un tipo de lector melodramático o quizás un lector nostálgico. Él escribe el relato tal el guion teatral del viaje y de manera novelesca. Entonces, Silvio encarnaría el personaje de la tragicomedia.

Mi lectura del informe continua. La segunda consideración de Katarí es plantear que Silvio en el momento mismo del traslado medita y “cuando estuvo libre, pedí un lápiz y unas hojas de papel”. El viajero escribe sus experiencias en un supuesto diario de viaje: “Fue una noche de verano. Me hallaba en la terraza, esperando una racha de viento, para respirar. El aire húmedo y cálido no se movía. Un ambiente de sopor parecía adormecer a la naturaleza. Así, presionado mi corazón, palpitaba con asombrosa lentitud.” (572).

Katarí sospecha de otro suceso de lectura, pues Silvio, pesaroso, mira el entorno natural del espacio aldeano con admiración modorra. El detective menciona que el enunciado “Fue una noche de verano”, tiene algo que ver con el título de la comedia del inglés William Shakespeare, Sueño de una noche de verano (1595).

Sucintamente todos sabemos que esta farsa relata los sucesos divertidos del casamiento y huida al bosque de Teseo con Hipólita. Silvio está preocupado por la oscuridad veraniega de la salida. Reconozco que Katarí consagra mucha imaginación “al acto de leer palabras impresas y descifrar signos escritos en un papel” (El último lector, Ricardo Piglia), para establecer las suposiciones. Mas estas conjeturas me aportan evidencias para decir que el loco es un lector de obras teatrales clásicas. Verifico que tan loco no es, o, dicho de otra manera, está loco por leer obras dramáticas.

Prosigo analizando el informe de Katarí y me anoticio que Silvio viaja(rá) en “el tren, semejando sierpe de hierro, dejando un instante en el espacio su airón de humo, más veloz que el viento, me lleva en la desolación de la pampa, internándose a modo de dardo en los horizontes. Y mi alma entona una canción amarga, doliente como el arpegio moribundo de una viola en el silencio y la lejanía” (574), aparte “Cómo es de triste el último adiós a la tierra natal” (575).

El tren es el objeto de la modernidad por excelencia que representa la máquina, el progreso y asoma la velocidad (Piglia). Silvio se aleja de la aletargada aldea para admirar la celeridad de la ciudad moderna, en tren.

Saúl A. Katarí localiza otra pista de lectura. Copia el pasaje: “Con estos hechos, y sin que ello alivie mi mal, vuelvo a comprobar, por milésima vez, que lo que está escrito escrito está, aunque nadie sepa jamás qué es lo escrito y aunque el mismo Nazareno dijese, acaso contradiciéndose, lo cual después de todo no importa. Digo que dice: —Si dijeres a este monte: quítate y échate en la mar; lo que dijeres será hecho, si no dudas en tu corazón” (582).

El detective interpreta que la frase de la cita: “Si dijeres a este monte: quítate y échate en la mar” está presente en dos pasajes del Nuevo Testamento: por un lado, el evangelio de San Mateo 21:21 (Jesús maldice la higuera sin fruto) y, por otro lado, San Marcos 11:23 (Instrucción sobre la fe). Katarí reproduce la última cita bíblica como prueba: “Pues les aseguro que si alguien le dice a este cerro: ‘¡Quítate de ahí y arrójate al mar!’, y no lo hace con dudas, sino creyendo que ha de suceder lo que dice, entonces sucederá”.

El detective escribe entre comillas: “El loco lee la Biblia”. Interpreto que el rastro de lectura, hallado por el exjefe, constata que el loco le otorga un efecto apocalíptico a la narración del viaje. El loco esta melancólico y, de cierto modo, es el lector evangélico que da énfasis al sentimiento de extrañeza por ir a otro espacio geográfico y, al mismo tiempo, el pasaje evangélico sería una posible fuente de inspiración literaria.

El informe sentencia que Silvio arriba a la ciudad moderna de Buenos Aires y recorre la metrópoli. El detective reproduce un pasaje de Silvio cuando visita un lugar simbólico: “Era en un cabaret. Yo era extranjero. Las ágiles meretrices, ondulantes e incitantes, pululaban a millares” (584), y escucha la conversación de dos sujetos “tan abstraídos en su conversación, que parecían cuerpos abandonados del espíritu” (585).

Entonces el detective Katarí transcribe la reflexión de uno de los sujetos del cabaret: “La aldehuela en la distante orilla del mar; el eterno canto de las aguas al romperse en las playas; las enormes sinfonías del cielo y el líquido cristal, cuando estallan las tempestades; luego el diminuto barquichuelo jugando a la muerte en las cimas y los abismos de las traidoras olas, y, más allá, en las tinieblas, a modo de una estrella extraviada, la lucecilla del hogar, donde opresos en inquietud esperan el retorno los grandes corazones de la familia, esa es mi patria” (585).

A Katarí le viene a la memoria una confesión que leyó, en cierto periódico, de Federico García Lorca a Carlos Morla Lynch, sobre los hechos reales que le sirven de inspiración para escribir La casa de Bernarda Alba (1936) y rescata un episodio de dicha confidencia: “Hay, no muy distante de Granada, una aldehuela en la que mis padres eran dueños de una propiedad pequeña. (…) Era un infierno mudo y frío en ese sol africano, sepultura de gente viva bajo la férula inflexible de cancerbero oscuro. (…) tienen quizá un colorido de tierras ocres más de acuerdo con las mujeres de Castilla”.

Katarí entiende que el famoso drama de García Lorca es fuente de inspiración del loco, en De la Ausencia. Marca que las palabras de Silvio: “La aldehuela en la distante orilla del mar”, en diálogo con la confesión del dramaturgo español son visionarias para entender el sentimiento de “lejanía” e “infierno mudo” que experimenta Silvio fuera de la casa o lejos de la patria.

Resurge la imagen visual del lugar aldehuela, aldeano o aldea como “espacio íntimo” del viajero. Subraya la idea de lo entrañable cuando lee en el relato que: “Millones de habitantes hormiguean sin cesar en la ciudad que escala al cielo; risas y amor de confín a confín en connubio con el prepotente oro; confort: irse dulcemente de la vida, sin amártelos, sin recuerdos: olvido sin límite en la sutil y armoniosa trabazón de las epifanías y desapariciones instantáneas de la belleza en tránsito: mareo inconsciente y abrasador de toda carne, de toda concupiscencia: vórtice fatal y natal en el que las horas se consumen velozmente; y en esa dantesca apocalipsis, un corazón materno o paterno, cuyo hilo de dulzura subliminal oh hilo de Ariadna— es mi salvación en el tumultuoso laberinto de las pasiones, tal es mi patria” (585).

El detective Saúl A. Katarí resalta que la cita hace referencia a la impresión que le causa a Silvio la ciudad moderna: “Era un infierno mudo”. El viajero de la aldea siente hastío de la urbe moderna por la apariencia dantesca, apocalíptica que desnuda. En esa valoración puntea que el narrador hace alusión al mito griego del “Hilo de Ariadne”, fábula que cuenta la historia de cuando la hija de Minos facilita a Teseo una espada y un hilo para salir del laberinto donde se hallaba el Minotauro. El hilo representa el norte o el argumento fácil para salir de algún embrollo difícil. En este caso, el investigador asevera que Silvio descubre el hilo de Ariadne para su fastidio urbano y esa solución es que para salir del infierno o de la ciudad moderna solo hace falta volver a la patria, a la Aldea.

Precisamente sobre en el hilo narrativo, Katarí acentúa que Silvio, luego de oír la charla de los sujetos en el cabaret, eleva el tono de voz, como un loco: “Grité, alzando emocionado mi copa: —¡Por la Patria!— Por lo cual, simulando el canto del océano en pleamar, entre sollozos e inconciencia, elevando las copas y poniéndose de pie la multitud, estalló en un loco y simultáneo: —¡Por la Patria!—, grito que llegó cristalino a las alturas”, y “Ahora, extranjeros, sabed que la nostalgia del patrio suelo es indiferencia, lentitud, languidez, sueño de convalecencia que nos rinde, hipo de llanto que se anuda en la garganta” (587).

Posterior a esto, el detective expone que Silvio retorna al terruño. El actor regresa en tren a los Andes y el primero en recibirle es un perrito: “No faltó ni el perrito ordinario y lagañoso que ladrando con desesperación y meneando la cola me saltó a las rodillas, para luego brincar a los demás, como queriendo poner en contacto los hilos invisibles de las sanas alegrías, mientras que todos hablaban” (634-635).

Katarí cierra el caso con el acierto de un nuevo vestigio de lectura. Articula que la mención del perrito hace evocación a la historia de Argos, de La Odisea, de Homero. Se acuerda que el perro de Ulises es el primero en recibirlo en Ítaca, lo propio sucede con el perrito que da la bienvenida a Silvio, en la aldea.

El trabajo investigativo final que me presentó Saúl A. Katarí es suficiente prueba para distinguir las interpretaciones que logró. Es la historia de la lectura donde encontré consistentes pruebas, sospechas e indicios de asociaciones que confecciona, de las lecturas del loco. Con todo esto afirmo que, el detective Katarí, en el caso asignado asume el rol de lector detectivesco. En ese horizonte se sitúa como parte fundamental del propio caso porque retrata al loco Borda, en De la Ausencia como un espléndido lector melodramático. Finalmente, al pie de la página final el detective firma y aclara el nombre, de puño y letra:

Saúl A. Katarí

Exjefe de investigaciones y pesquisas.

Fuente: Letra Siete