Entrevista a G. Munckel
Por Lourdes Saavedra
El libro debut de G. Munckel, El día del fuego, constituye un trabajo de nueve relatos minuciosamente elaborados, que reconstruyen de manera intensa, desesperanzada y enigmática el caminar por territorialidades oscuras de la condición humana. Deambular por la narrativa de este autor es transitar la herida abierta que se expande por sus relatos.
En “Vacaciones familiares”, dos hermanos contemplan desde la montaña el bosque y el supuesto lobo que amenaza su quietud, mientras sus padres urden un plan más siniestro para sus vacaciones. En “Flores de sombra” una casa abandonada es un espacio baldío que poco a poco succiona el tiempo y se apodera de la memoria y la voluntad de sus nuevos inquilinos. Y en “Miércoles”, relato con ritmo poético, nos sentimos atrapados y sin salida en un día que se repite emanando tedio e interminables rutinas.
Edmundo Paz Soldán, al escribir la contratapa, indica que “este es el libro de cuentos con el que muchos quisieran iniciarse, creando, cuento a cuento, un lugar que parece no existir pero que anida en lo más profundo de los personajes en sus heridas”. En este sentido, la siguiente entrevista conforma una invitación a conocer al escritor detrás de El día del fuego, trabajo que se encuentra próximo a presentarse en la ciudad de Cochabamba, como novedad literaria de la Editorial Nuevo Milenio y uno de los libros más esperados de esta temporada por su alta calidad narrativa.
¿Cuál es la idea germinal que te permitió escribir los nueve cuentos de El día del fuego?
Tenía en mente la idea de un invernadero o un laboratorio en el que pudiera experimentar con los personajes, armar un infierno personal para cada uno. Me gustaba la idea de diseñar una herida y luego dejar que los personajes la habiten, darles libertad y ver cómo se desenvolvían y evolucionaban.
¿Cuál es tú principal interés por describir casas como atmósferas claustrofóbicas que anidan amantes, familias, pintores?
Es una pregunta que me sigo haciendo incluso ahora, después de haber terminado el libro y mientras trabajo en otro en el que veo que esas situaciones y lugares vuelven a aparecer, aunque enfocadas de otra manera.
Las ruinas y las casas abandonadas o en construcción siempre me llamaron la atención. Me generan un montón de preguntas. ¿Quién vivió en ellas? ¿Por qué se fueron? ¿Qué cosas dejaron atrás y por qué? ¿Y si alguien estuviera viviendo ahí? Quizás mis cuentos son un intento de responder a esas preguntas, pero también de habitar esos lugares.
En El día del fuego quería generar inquietud a partir de espacios familiares, hacer que una situación cotidiana se convirtiera en otra cosa. No sé hasta qué punto lo logré, porque sé que el resultado final se alejó un poco de mi idea inicial (el libro en sí evolucionó, tomó un curso que no me esperaba y que seguí con curiosidad), pero el hecho de que casas grandes como las que describo tengan una atmósfera claustrofóbica se acerca a lo que buscaba.
¿Consideras que existe una necesidad de aislarse del mundo por parte de tus personajes que viven historias realísticas y a la vez oníricas?
Una de las cosas que me sorprendió al escribir este libro fue la soledad de mis personajes; no fue una decisión mía, sino que las historias mismas la exigían. Creo que mis personajes son como animales heridos, por eso se aíslan y retraen. Si no están solos desde el principio, buscan estarlo a medida que sus historias se hacen más oscuras.
Pasan cosas extrañas cuando se está solo durante mucho tiempo. Creo que mis cuentos son realistas, pero son los personajes quienes los conviertan en algo más. Quizás esa atmósfera onírica es el resultado de encerrarse en sí mismos y en sus propias heridas. Por ejemplo, en “Miércoles”, no es que en verdad sea miércoles todos los días, sino que la monotonía de su vida hace que el personaje lo sienta así, como si estuviera atrapado en un mismo día que se repite una y otra vez.
Tu territorio ficcional explora lo sinestro y lo absurdo de la cotidianeidad, ¿qué te llevó a construir historias desde ese lugar narrativo?
Creo que es algo que viene de muy atrás, de mis primeras lecturas, de cuando me enamoré de la literatura. Entonces era fácil dejarme seducir por lo siniestro. Luego vino un tiempo en que intenté deshacerme de eso, pero seguía regresando, así que terminé por aceptarlo como una parte mía que siempre encuentra su lugar en lo que escribo y en mi manera de entender la vida.
Me interesa el lado oscuro del ser humano, las cosas que se esconden a la sombra, la capacidad de hacer y hacerse daño. Hay cierta belleza en ello, pero es una belleza terrible, como la de un incendio, y exige cierto esfuerzo para ser comprendida.
Creo que, en el fondo, el ser humano es a la vez repugnante y hermoso, un monstruo y un poema. Lo que busqué con este libro fue explorar esa línea borrosa que separa lo sórdido de lo bello, pero también el punto en que se confunden y se mezclan. Y espero que, con el tiempo, pueda llegar cada vez más hondo.
¿Cuáles son tus proyectos futuros?
En este momento estoy trabajando en otros dos libros de cuentos, más o menos en simultáneo.
El primero –que por ahora no tiene título pero ya está casi terminado– es un conjunto de historias más realistas que las de El día del fuego, menos dramáticas y menos siniestras, pero que siguen explorando las heridas en vínculos como la pareja y la familia.
En el segundo –su título provisional es Liminal–, quiero explorar esa línea no siempre clara que separa lo realista de lo fantástico, pero moviéndome por esa frontera sin pasar del todo al otro lado. Más que narrar historias fantásticas, lo que quiero es mostrar el momento en que el telón de la realidad se desgarra y se intuye que del otro lado hay algo más, aunque nunca termine de revelarse qué es.
Fuente: www.la-epoca.com.bo/