04/28/2023 por Sergio León

Cecilia Romero: una poética de la espera

Por Gabriel Entwistle

 Una joven de rasgos psicopáticos, hija de bolivianos y estudiante universitaria en Nueva York, pronto regresará a Bolivia, contra su voluntad. La espera de un viaje que la violenta y el descubrimiento gradual del placer perverso consistente en infligir dolor en los demás, la mantienen en suspenso.

Una mujer de élite paceña entiende, súbitamente, que, más allá de sus amoríos extramaritales, el tiempo avanza, y el goce con los amantes pasará, las hijas dejarán el hogar y tendrá que afrontar, sin distracciones ni relaciones que puedan amortiguarlo, el tedio de su matrimonio.

En una Bolivia en pandemia, que, como el resto del mundo, manifiesta un desmoronamiento de la vida social tal como la conocíamos, los animales salvajes irrumpen en la ciudad. Allí parecen reclamar la ciudad como el espacio de la naturaleza que les pertenece por derecho y que les ha sido, históricamente, sustraído.

Un relato, escrito en clave de prosa poética, del trío amoroso imposible entre un hombre norteamericano solitario y desquiciado, una joven y una narradora real-doll que, es a su vez, la «mujer» del primero, que espera, desde el espacio infinito de la quietud y el silencio, a que sus circunstancias cambien.

El conjunto de cuentos que Cecilia Romero nos entrega, en este nuevo libro, es una aproximación espléndida y caleidoscópica de las relaciones familiares inestables. Aparecen subrayados los tonos oscuros que ensombrecen las vidas de las familias o las sombras que oscurecen, cada tanto, la historia familiar.

Al mismo tiempo, donde más brilla el conjunto de cuentos, considero, es en la mirada hacia la velocidad de los años que se hace inasible, muchas veces, en la experiencia, y de la espera de algo que no termina de revelarse ni de aparecer en su totalidad. Pues, si hay un factor común entre los textos, es que los personajes aguardan, como los lectores en la vida cotidiana, que algo ocurra, que algo se manifieste.

Por supuesto, no todos los personajes sienten lo mismo por el transcurrir del tiempo. El libro se cuida de construir personajes monocordes. Están los que aguardan a que la vida pase aún más veloz. Pues, como se indica en el cuento “Guernica”, hay momentos en que “la vida parece ser un largo bostezo”. Y, por el contrario, están los otros, los que se aferran a un instante de la experiencia y, como si fuera un cuadro impresionista que conmueve, parecen desear clavarlo en la pared de la consciencia, como en el microrrelato “Los andenes de Arlington”.

Asimismo, un aspecto que disfruté bastante en la lectura, es que los cuentos no abusan del efectismo, del giro, del final inesperado. Hay un énfasis, por el contrario, en lo que los personajes hacen cuando están solos, en lo que nuestra lengua llama los «ratos muertos»; en lo que hacemos una vez que ya nos hemos despedido de los colegas en el trabajo, o de los amigos en un parque, cuando cortamos la relación de pareja; cuando se dejan las aulas. La voz narradora persigue esos otros costados personales y solitarios, sacudidos o a ratos entumecidos por la vida corriente: el lado B de la intimidad. Esos son los materiales de la autora. Ese es el foco de su registro.

Ahora bien, el libro posee otros matices excelentemente trabajados. Hay relatos fantásticos, hay exploración de las patologías psíquicas, hay cruces geográficos permanentes (los cuentos transcurren, entre otros, en Estados Unidos, Chile, Bolivia y Venezuela); se halla la evocación de una voz adulta y femenina que, con ternura, le habla a la memoria del padre. Y, en su antípoda, se narra, con destreza, el deseo sexual femenino, más acá de lo que establece el deseo hegemónico y hetero-normativo.

También, hay escenas o momentos de ternura. En ellos, las voces narradoras recuerdan a los seres queridos. Son fragmentos en los que la voz, como una observadora naturalista, aguza la mirada sobre los seres amados, y se detiene en su fragilidad y dulzura, quizá de la que ni ellos mismos se percatan. Y la traza, la registra, la escribe, haciéndola, a ratos ilusoriamente, más intensa, más perenne.

Finalmente, el libro parece sostener una premisa: la literatura, en contraste con la vida cotidiana, no está, o no debería estar subyugada a la velocidad furiosa del mundo que habitamos. En este excelente libro de cuentos, la experiencia aparece como si fuera el eco de un sueño breve, del que no recordamos casi nada y, menos aún, podemos reconocerlo como propio.

Han pasado varios años desde la aparición de Entre las horas, la primera obra de cuentos de Cecilia Romero. Cierto es que ha demorado en la escritura de este nuevo libro. La autora, tanto en la publicación, como en el interior de sus textos, construye con retazos o fragmentos de humanidad una poética de la espera. Como lectores, aguardar ese tiempo, lo ha valido.

Fuente: Ecdótica