07/13/2018 por Marcelo Paz Soldan
Borda y el Segundo Fausto

Borda y el Segundo Fausto


Borda y el Segundo Fausto
Por: Alan Castro Riveros

El conocimiento fáustico
La primera parte del Fausto fue trabajada por Johann Wolfgang von Goethe desde 1773 (cuando estaba listo el Urfaust) hasta 1808 (cuando se publicó tal como la conocemos ahora). Esta pulida de 35 años implicó la reinterpretación y actualización de una leyenda alemana en torno a un doctor erudito y descontento, quien pacta su alma con Mefistófeles por conocimiento sin límites y placeres sensuales.
Tal la historia que se desarrolla en la primera parte del drama y genera más familiaridad cuando hablamos del Fausto de Goethe, aquella historia que ha sido más veces reinterpretada y escenificada por múltiples dramaturgos, cineastas, músicos y otros.
La segunda parte –no tan directamente relacionada con la leyenda alemana– aparecería póstumamente en 1833, un año después de la muerte de Goethe y 25 años después de la primera. Esta segunda parte, aunque mantiene el carácter redentor de la versión fáustica de Goethe, no ha sido leída con la profunda vastedad de su predecesora. Basta decir que la lectura de Fausto en las escuelas germanas se limita a la primera parte. Generalmente la segunda es considerada abstrusa, ardua y hasta desorganizada.
Respecto a la diferencia entre ambas partes, Goethe decía que la primera es casi enteramente subjetiva y exaltada (digamos, romántica), mientras que la segunda trasciende lo subjetivo, se interna en el mundo con desapasionada frialdad (digamos, clásica) y que aquellos que no ven más allá de sí mismos no sabrán qué hacer con ella. Por supuesto, hay otros creadores que reivindican la segunda parte de Fausto. Uno de ellos es Arturo Borda.
El inteligente burgués
¡Qué grande es Knut Hamsun!, exclama el Loco en El Loco (924), en uno de los últimos acápites de Arte y Poesía dedicado a la percepción del espíritu en la obra de Goethe y en la escritura de Kant.
Recuerdo haber leído esta frase en un momento efímero de repentina euforia en la que sentía que la voz que pronunciaba la frase no era la mía sino la del mismísimo Loco (voz que proyectaba a la vez cierta imagen de Arturo Borda).
Tal fragmento comienza afirmando que en las Conversaciones con Goethe de Johann Peter Eckermann uno realmente puede escuchar la voz serena y majestuosa del poeta alemán. Dicho esto, y como es costumbre, el narrador de El Loco se permite uno de sus recurrentes vagabundeos aclaratorios: Goethe se le revela antipáticamente “con esa serenidad y esa sabiduría que pueden dar sus millones a un inteligente burgués”, quien “jamás hubiese podido escribir ni imaginar” la sombría inquietud de El Hambre de Knut Hamsun (1859-1952). ¡Qué grande es Knut Hamsun!
El Loco dice que siente a Goethe más en esas conversaciones con el joven crítico que en sus propias obras. Es decir, la voz del poeta alemán que surge de estas Conversaciones tamizadas por Eckermann estaría más acorde a la imagen de Goethe, incluso más que la voz que emerge de la escritura del propio Goethe. Por otra parte, el narrador de El Loco considera a Eckermann un autor admirable de otros libros, pero en las Conversaciones lo percibe repugnantemente servil.
Esta imagen de Goethe aparece también entre las últimas páginas de Nonato Lyra (2015) –el libro-compacto de Arturo Borda–. En aquel fragmento, el narrador de Nonato Lyra sueña que es un escritor bien acomodado en una casa solariega, que dispone su escritorio para trabajar en un capítulo de historia, en el décimo canto de un poema y en el capítulo final de una novela. Mientras fuma un habano y revisa algunos volúmenes de su biblioteca, un amigo lo interrumpe para recordarle de ir a un cocktail. Cuando el escritor baja el último escalón para salir al jardín de su casa, despierta de mal humor ante su miserable realidad y elabora esta comparación entre Homero y Goethe:
“¡Hum! Ante las realidades de forma de vida, de trabajo y producción en que los trabajadores obreros intelectuales se debaten, no veo posibilidad de paralelos. ¿Cuál sería, por ejemplo, entre la de Homero, el mendigo, andrajoso y ciego produciendo o cantando La Iliada, en las tabernas, por un mendrugo y entre Wolfgang Goethe el autócrata potentado escribiendo el Fausto, Las Afinidades Electivas, y El Segundo Fausto en el fáustico esplendor de su palacio o de su solariego retiro a su placer y comfort? Y que no nos vengan con sus críticas psicoanalíticas retrospectivas”.
En pocas palabras, Borda nos hace saber que el apoltronado y palaciego Goethe no es santo de su devoción.
El Segundo Fausto
A pesar de la imagen que Arturo Borda tenía de Goethe, el creador paceño no deja de mostrar su admiración por El Segundo Fausto –como él llama a la segunda parte del famoso drama alemán–, refiriéndose a él siempre separado del Fausto.
En Nelly – La sinfonía de los corazones, el abigarrado tratado de estética de El Loco, Borda señala una zona de armonía pura en donde el artista ya no escribe ni pinta ni cincela, sino que “silba absurdos” y “tararea inarmónicas, mientras que la idea y el sentimiento se desvanecen danzando en lo inimaginable”.
“Entonces, cuando el artista despertando súbitamente quiere dar forma al pasado de esos segundos de embriaguez sagrada, no lega un Segundo Fausto, si es Goethe, los bocetos dislocados, si Rodin (…) y mil ejemplos clásicos más que podría aportar en pro de la nonada de la forma en casos especiales, cuando el genio atropella, rompe y deshace los cánones, abriendo horizontes más amplios a la libertad con arcillas y éteres desconocidos” (650-1).
Esta “nonada de la forma” revelada por ignorados vahos y barros se puede rastrear en una escena crucial del Segundo Fausto, aquella en la que el protagonista debe descender por su cuenta a las galerías subterráneas en busca de Las Madres para traer de vuelta a Helena de Troya y a Paris. Mefistófeles no puede acompañarle en esta especie de aventura órfica, porque no tiene acceso al mundo clásico. Fausto ya no depende de Mefisto y sólo puede acceder a Helena (con quien luego se casará) y a Paris a través de Las Madres, entidades que no pertenecen ni a las leyendas germanas ni a la antigüedad grecorromana, sino que son una invención de Goethe.
Tal descenso infernal es exitoso. Fausto trae a un hombre y a una mujer y toda la corte palaciega reconoce que efectivamente tal majestuosidad es la de Helena y Paris. Aunque Goethe no describe a Las Madres, sabemos que sin el acercamiento a ellas, Fausto jamás hubiese encontrado de súbito y sin lugar a dudas a quienes estaba buscando.
Cabe añadir que Las Madres son parte de la macrocósmica conversación que aparecen en El Demoledor de Borda, dando la bienvenida desde el Origen al “Insano sano” (1501). Mientras el Goethe bordeano afirma cuatro páginas antes que “La Madre es del Segundo Fausto”. Tal el velado eco en la raíz de la imagen encarnada que Fausto saca de las cavernas hacia el palacio y Goethe habría filtrado hacia la escritura.
Fuente: Ideas