01/08/2014 por Marcelo Paz Soldan
Armando Chirveches

Armando Chirveches

Chirveches

Armando Chirveches
Por: Sebastián Antezana

1899. Los últimos días de un siglo y los primeros de otro. En Bolivia, el Partido Liberal tomaba el poder y empezaba a gobernar con voluntad modernizadora bajo la batuta de los barones del estaño, decretando el liderazgo de La Paz sobre el resto de las ciudades del país; proponiendo oficialmente la libertad de culto (1905); legalizando el matrimonio civil, el divorcio y la separación entre Iglesia y Estado (1911); y adhiriéndose, formalmente, a las elecciones democráticas (hasta que en 1920 el recién formado Partido Republicano se adueñaba del poder mediante un golpe de estado blanco).
Con ese telón de fondo, promisorio y seguramente provocador, incluso si sólo para un reducido sector de la población, ejerció un grupo de escritores que puede considerarse como la primera verdadera generación de escritores bolivianos, aquella que clausuró el XIX e inauguró el XX bajo las banderas de una modernidad desbocada y desigual, que cuenta con poetas como Tamayo, Reynolds y Peñaranda.
Novelistas y a la vez historiadores como Jaime Mendoza, Alcides Arguedas o Abel Alarcón, y escritores que cultivaban el ensayo, la crítica, el cuento y aun el poema en prosa, como Sánchez Bustamante, Juan Francisco Bedregal, Eduardo Diez de Medina, Alfredo Jáuregui Rosquellas, Man Césped, Demetrio Canelas y otros.
Entre ellos hubo un autor, aristocrático aunque de ideas transformadoras, visitante dispar de la poesía modernista y la narración realista, que se ha constituido en referente definitivo del periodo.
Armando Chirveches nació en La Paz en 1881 y murió -por mano propia- en París, en 1926. No es mucho lo que se sabe sobre su biografía, fuera de sus estudios de derecho, su constante actividad diplomática y sus largas estancias fueras del país.
Aunque descendía de una familia renombrada de La Paz, no miraba con buenos ojos el conservadurismo reinante y profesaba, como un pequeño Prometeo, el despertar del progreso que observó en las grandes ciudades del mundo, a las que viajó en busca de inspiración poética y en funciones laborales.
La generación de Chirveches, que comenzó a escribir alrededor de 1900, vivía una época de grandes transformaciones. En ese panorama, a medio camino entre el formalismo tradicional y la visión a futuro paradójicamente nostálgica de una sociedad lanzada hacía el progreso, la obra narrativa de Chirveches puede concebirse, en términos estilísticos, entre los coletazos de un modernismo lejano y un costumbrismo que no termina de serlo.
En rigor, ninguno de los dos géneros puede adjudicársele con cabalidad, ya que Chirveches es sobre todo, a pesar de la ansiedad de algunas claras influencias presentes y reconocidas en su obra, un individualista, un estilista radical que transcurre un camino personal, un autor que no creó escuela pero que sí contribuyó a la construcción de una nueva visión de país y a la aparición de importantes obras posteriores, inexplicables sin su narrativa.
Dos son consideradas las mejores novelas de Chirveches, La candidatura de Rojas (1909) y La casa solariega (1916). La primera es quizás su novela más conocida y celebrada, de ella se han hecho múltiples ediciones dentro y fuera del país e incluso hoy continúan apareciendo reimpresiones.
De la segunda se sabe bastante menos, no porque sea un texto inferior –aunque sí menos espectacular en términos de los mecanismos de la historia- sino, quizás, por esa extraña suerte que corren algunas buenas obras rápidamente olvidadas.
Y quizás, por otra parte, porque mientras La casa solariega es una novela dedicada a presentar un retrato ferozmente crítico de la sociedad boliviana de la época, en La candidatura de Rojas la crítica y el retrato de costumbres se encuentran matizados por coloridos y jocosos giros narrativos que se echan algo en falta en su narrativa posterior.
En ambas novelas Chirveches despliega al máximo sus dotes: observador agudo y mordaz del estado de la cultura; paisajista diestro y detallista del cambiante escenario político del país, interesado sobre todo en la descripción de costumbres y la pintura de caracteres; crítico moral y propulsor de una retórica correcta casi hasta el preciosismo, en la que rara vez los narradores dejan de ser una presencia determinante, incluso sobre las voces de los personajes.
Frente a lo lírico y abstracto de su poesía, la prosa de Chirveches está en constante contacto con sus referentes y mantiene un fuerte carácter político. Una tensión evidente la habita: Chirveches, el ciudadano, parece necesitar una solvente conciencia de lo nacional -o de alguna faceta de lo nacional- para poder ser Chirveches el escritor.
Por eso su detenimiento casi obsesivo en los espacios, edificios, objetos y lugares de sus novelas, porque a través de ellos entendemos las actitudes y formas, a veces claras, a veces contradictorias, de los diferentes personajes, que además de tener un grado relativamente bien trabajado de psicología y emocionalidad se concretan casi siempre como figuras arquetípicas: el cura viperino, el abogado corruptible, la empleada maledicente, la señora casada y conservadora, el joven pobre pero idealista, el político desalmado, el intelectual preocupado por la situación, etcétera.
Mucho antes de ocuparse de cosas como el género y el estilo, Chirveches parece sentir la urgente necesidad de concretar, desde la ficción, un espacio institucionalizado, un país, que a su vez lo permita como habitante.
En un extraño gesto doble, las novelas de Chirveches son intentos de explicar un país -o algunas de sus facetas- que, sólo una vez explicado, podrá permitir que exista como escritor.
Así, Chirveches parece estar sobre todo preocupado por el lugar al que apunta la forma narrativa, es decir, por las manifestaciones de la que consideraba la conciencia nacional, los aspectos de una historia que conjugaban las dimensiones política, social, religiosa y cultural de eso conocido como identidad boliviana.
Si acaso de algo puede acusárselo, es de cierta levedad a la hora de construir el paisaje emocional de sus personajes, ya que, como se dijo, privilegia ante todo la construcción de arquetipos que le permitan la crítica y el llamado a la reflexión, además de la ocasional mirada al absurdo que trae el impulso de la modernidad en la Bolivia de principios del XX y, en ocasiones, a los cuadros tristes de la época.
En esa línea, el mismo Chirveches es una figura quizás algo trágica de nuestras letras, un hombre que escribió mucho y críticamente sobre Bolivia, un hombre que la vivió profundamente y la quiso desde adentro y desde la distancia forzada, en la que terminó suicidándose en absoluta soledad.
Fuente: Ideas