Por Iván Gutiérrez
La novela galardonada con el Premio Nacional de Novela 2019 tiene el título de “Seúl, São Paulo” y está publicada por la editorial 3600. Como lector debo decir que el año que obtuvo el premio, para la historia que Gabriel narra, se convierte en un acto de justicia absoluta a la capacidad de nombrar los imaginarios sociales, dándoles forma y materialidad en el tejido literario. En un año como aquel, se premió esa obra y queda como galardonada una narrativa sobre aquello que tanto miedo y pánico genera. La pregunta por la identidad bajo ese contexto espacial tiene una particular y diferente urgencia colectiva por ser respondida. Me animaría a decir que se vuelve en una urgencia, para de esa forma, hacer de lo que rodea a cada colectividad un espacio de trinchera y salvación contra los engendros con los que nos tocó compartir el espacio territorial de nuestra historia.
La novela de Gabriel Mamani Magne trata de la identidad en ese áspero competitivo mundo de la formación de la “masculinidad” y en la mirada de la conformación de una identidad contraria a los discursos oficiales de identidades esperadas. Accedemos a la narración desde la voz de un macho cabrío, intentando definir quién es desde lo íntimo, desde lo social, desde lo civil, desde lo amoroso y desde lo familiar. Macho cabrío que se relaciona simbólicamente en las narrativas míticas a la tensión de la tragedia, y también a la relación con lo monstruoso devorador del tiempo a través del delirio.
Entonces cuando leemos la novela, nos enfrentamos a un relato, constituido por una trama de cinco partes, en el que el conflicto por la identidad está atravesado por la tragedia de una edad y una realidad que desde los discursos oficiales quiere delimitar el ideal de persona. Ideal referencial del hombre de a pie, del hombre común, de ese que odia a Chile y quiere mar, que piensa que el saber manejar un arma es una garantía patriótica y representa la convicción del hombre cuidador de la nación. Ese que en teoría esta absorbido por la jornada laboral pero al que siempre se le pretende atribuir una especie de sabiduría de opinión común, fundada en “la experiencia”.
“Seúl, São Paulo” nos sitúa directamente a estas relaciones que se convierten en la arcilla de las categorías y situaciones experienciales con las que se componen “lo social”. Vemos esa relación desde los ojos de “un paria” que está creciendo y que se siente excluido por cualquier capa de su mundo. A partir de la migración del mundo convencional el narrador va construyendo su intimidad y a la vez la del mundo. A partir de esa lejanía va construyendo la intersubjetividad que termina en fracaso, materializada en el abandono del colegio, y en el faltarse a la graduación militar, para concluir como un migrante en Brasil.
Todo ese largo hilo de elementos interpretativos son detonados por una forma de comenzar el libro de sobrada lucidez y de simbolismo fantástico alucinante. La novela comienza con la puesta en escena de Tunupa. Contextualmente de forma narrada y descriptivamente en forma de verso, vertical, con la unidad de la forma concertada en la totalidad del lenguaje, parado frente a los ojos, y no extenso en el tiempo.
“En la sala hay un monolito. Siempre estuvo ahí. Llegó antes de que la abuela naciera y probablemente sobrevivirá a todos nosotros.
Está empotrado al suelo.
Mide uno cincuenta.
Su color es del cemento húmedo.
A veces dan ganas de rezarle.”
El crecimiento del personaje macho cabrío que debe crecer enfrentado a esa mirada monolítica por tener que competir con los iguales y, a toda costa, esconder el miedo desde la estrategia de crear distancias y violencias, que articulan nuestra normalidad y así actualizar nuestros esfuerzos por estatificar las experiencias discursivamente volátiles, dignas de eternizar en patrones que el tiempo debe reconocer. Haciendo siempre vigente la urgencia del soldado valiente e intrépido sobreviviendo a la guerra, ostentando la jerarquía de “la madurez”.
Por eso es tan importante reconocer la forma narrativa testimonial del libro. En el testimonio recae la fuerza de narrar la presencia que asegura el quiénes somos, es decir en la huella autobiográfica, está expuesta la complejidad que define el relato biográfico de lo humano (superando el relato histórico). La narrativa hace que la memoria se quede al centro del inevitable pasar del tiempo, en el que el olvido siempre busca apropiarse del espacio.
“La noticia de que hoy será el último día me sorprendió como a todos. Odio este lugar, pero incluso en el odio más visceral hay algo de costumbre, y la costumbre genera nostalgia. Dino me contó que leyó en un libro que no importa la edad que tengas, los quince años siempre serán la mitad de tu vida. Para mí, la mitad de mi vida estará siempre en este último año. De aquí en adelante, todo lo que me ocurrirá será una tibia imitación de todas las primeras veces que hice algo: todas las piernas que acaricie serán una versión fraudulenta de las piernas de Esbenka, y todos los cuerpos tendrán ese nombre: Esbenka. Esbenka será Vida el día que nos besemos en la placita del tobogán y mis manos aprovechen la ocasión para acariciarle la cintura; Esbenka será mi esposa; Esbenka seré yo, a los sesenta años, cuando me mire al espejo y lo único que encuentra sean sus huellas, marcas invisibles a las que recurriré cuando me invada la nostalgia” (p. 118).
Seúl, São Paulo es ganadora del premio nacional de novela, no solo por su buena trama, no solo por la pericia del Gabriel en el manejo de las estrategias del relato. Seúl, São Paulo, es una novela a la que debemos mirar, porque es una historia que nos confronta con lo que somos, y con lo que gran parte de la literatura actual de alguna forma hemos tratado de no escribir. No es una obligación, mucho menos un deber. Porque como dice la misma novela “Todos putean. En otra lengua. Desde otro corazón” lo importante es putear, o mejor dicho escribir. Contar con “Seúl, São Paulo” como novela ganadora, es un placer que problematiza lo que se dibuja hoy y es un placer que como lectores podemos disfrutar.
Fuente: La Ramona