12/10/2013 por Marcelo Paz Soldan
Antología de cuentos del Franz Tamayo

Antología de cuentos del Franz Tamayo

franz Tamayo

Antología de cuentos del Franz Tamayo
Por: Sebastian Antezana

(Fragmento del texto que el autor escribió como introducción para el libro Antología del Concurso de Literatura Franz Tamayo)
Imaginemos la escena. A principios de siglo, en algún punto de un collage llamado América del Sur, un territorio abigarrado, que viene de una determinada tradición política, cambia de rumbo.
Digamos que el año específico del suceso es 2006 y que su locación geográfica es Bolivia. Digamos, también, que entonces se vive un momento político, gestado tiempo antes y concretado tiempo después -por lo menos en términos de los textos fundamentales de un Estado-, que en la historia de Bolivia es un momento de quiebre.
Digamos, pues, que en la historia política del país el año 2006 se considera como el origen -o como uno de los orígenes- de hechos que cambian nuestra idea de Estado, país y nación.
Pero no nos detengamos allí. Llevemos aún más lejos la imagen y démosle a algo tan aleatorio como la literatura una importancia que no tiene.
Digamos que a la par de ese 2006 trascendental y a las narrativas que generó y reprodujo, cuando todas las bocas se referían a un cambio de dirección política, aparecieron -o, en rigor, siguieron apareciendo- varias ficciones literarias que desde entonces y año tras año acompañaron el proceso y se constituyeron en una especie de correlato, uno de muchos en la narrativa boliviana contemporánea, de la nueva dirección política.
En concreto hablamos del Concurso Nacional de Cuento Franz Tamayo, que este 2013 cumplió su cuadragésima versión.
¿Eso por qué? ¿Por qué involucrar a la literatura en esto? Respondamos por medio de otros. La idea de lo nacional derivada de una tradición política se asentó en la triada conceptual que, según Benedict Anderson en Comunidades imaginadas, define la nación moderna como “una comunidad política imaginada con inherentes soberanía y límites”. Expliquemos un poco el asunto.
Según Anderson, una nación es siempre una entidad imaginada porque se articula como una ficción legal, soberana porque depende de un Estado autónomo cuya legitimidad le es otorgada por el pueblo, en tanto comunidad horizontal de iguales, y limitada porque se define por sus fronteras políticas con otras naciones -ésta es la razón, por ejemplo, dice Anderson, de que hace más de dos siglos para millones de personas haya sido posible no tanto matar sino morir por los límites imaginarios de su nación.
Eso por un lado. Pero para hallar en la postura de Anderson una posible herramienta con la que leer la coyuntura política de un país como Bolivia habrá que recordar que en 2009, como fruto concreto del cambio de dirección política que vive el país desde 2006, se institucionalizó una narrativa, una nueva constitución política, que redefinió drásticamente nuestras concepciones comunitarias fundamentales.
Quizás uno de los cambios más evidentes propuestos por el nuevo texto que, desde 2009, transfigurado, complejiza bastante lo propuesto por Anderson, se concreta en el cambio de nombre del país, de República de Bolivia a Estado Plurinacional de Bolivia.
El nuevo nombre, claramente, alejándonos de antiguas concepciones unitarias, alude a la organización política y jurídica de varias naciones regidas por un solo gobierno representativo y sujetas a una sola Constitución.
Este giro, además de hacer efectiva una rearticulación de clases y de proyectar una nueva relación del país con la historia y la historia de la colonización y la soberanía, demanda una recomposición del ser nacional en varios niveles.
Si se acepta que el Estado republicano, descendiente o consecuencia del Estado colonial, no es capaz de producir narrativas y contenidos nacionales ya que no es producto de un acontecimiento verdaderamente constitucional y su legitimidad se da fuera del espectro de lo representativo, es claro que el establecimiento de la nacionalidad no se ordena bajo los parámetros de una articulación estatal sino, al contrario, la articulación estatal se lleva a cabo siguiendo los contenidos que emergen en la recomposición de una nación.
O, para citar a René Zavaleta y volver al ejemplo de la guerra y los límites nacionales de Anderson: “Donde no existe nación no se puede pedir a los hombres asistir nacionalmente a la guerra ni tener una sensibilidad nacional del territorio”.
Por otra parte, un premio nacional de cuento, un galardón que pretende reunir año a año lo mejor que una comunidad imaginada es capaz de producir en el género, es una empresa por lo menos osada.
Eso porque un galardón de estas características, que se arroje tamaña representatividad, es siempre un mecanismo -aunque ciertamente de reducido impacto- constructor de identidades comunitarias que, aunado a otros, está destinado a producir, al mismo tiempo que es producido, por una cultura nacional.
La presente antología, así, quiere asumirse como una pequeña parte del ambicioso correlato literario que acompaña al Estado Plurinacional desde 2006, y reúne algunos de los que podrían ser los cuentos más destacados entre aquellos declarados ganadores y merecedores de menciones honoríficas en el Concurso Franz Tamayo entre los años 2006 y 2012. Así, para esta selección se tomaron en cuenta siete versiones del concurso y un total de 49 cuentos.
Los seleccionados para este libro son 12 cuentos. No se ha incluido a todos los ganadores publicados y ciertamente tampoco a todas las menciones, sino que se ha conformado una selección a partir de lo que ha tratado de ser un proceso de lectura riguroso y al mismo tiempo abierto.
Irremediablemente, sin embargo, la presente es una muestra parcial de lo que estos años del Franz Tamayo nos han dado, una muestra incompleta y algo dolorosa, como toda antología, que no pretende sino proponer un debate y un número de textos que, más y menos merecidamente, podrían volver a leerse, criticarse, probarse y ponerse en cuestión.
Los 12 cuentos seleccionados son: Dueños de la arena, de Giovanna Rivero; La secta del Félix, de Willy Camacho; Viaje a lo desconocido, de Róger Otero; Pimientos rojos, de Cecilia Romero Mérida; Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino), de Mabel Vargas; Entre horas, de Luis Alberto Portugal; Los exilios de Luján, de Mauricio Rodríguez; El último sapucai, de David Acebey; El torturador, de Mauricio Murillo; El aburrimiento del Chambi, de Daniel Averanga; Esperando a los bárbaros, de Virginia Ruiz, y Estudio de probabilidades, de Lourdes Belsy Reinaga.
Fuente: Página Siete