07/11/2012 por Marcelo Paz Soldan
Amores imperfectos: causa y efecto

Amores imperfectos: causa y efecto


Amores imperfectos: causa y efecto
Por: Irina Soto-Mejía

1998, primera edición de Amores imperfectos. Mi 1998, el año en que puedo contarme más inicios y más finales. Todos ellos eventos aislados, tal vez. O quizás, Edmundo Paz Soldán tiene toda la culpa.
Causa
La primera vez que leí Amores imperfectos tenía 13 años. Causalmente, era el año en el que comencé a hacerme muchas preguntas, el año en el que comencé a entender a mis padres y a todos los miembros de mi familia como individuos y dejé de sentirlos como extensiones de mí misma. La primera vez que dije ‘te odio’ junto a ‘no te necesito’, el último año en el que mi mochila era liviana, porque todavía no llevaba libros a todas partes. El año en el que la psicóloga del colegio me invitó a su oficina por primera vez: en esa última vez que me permití creer que los adultos, solo por ser adultos, tienen más respuestas y menos preguntas que un adolescente.
Me atrevo a decir que esta colección de cuentos, marcó dos puntos importantes en mi vida:
Primero. Hasta encontrarme con la portada de este libro, nunca había enlazado las palabras ‘amor’ e ‘imperfecto’. Adentrarme en este libro, a los 13 años, era ingresar en un mundo prohibido. Un lugar en el que el amor podía ser imperfecto. Ese mundo que hasta entonces se me había ocultado muy cuidadosamente. Cada uno de los cuentos era una especie de texto profano. Leía a escondidas, cerrando el libro si alguien se acercaba demasiado. Sabiendo que hacía algo que era incorrecto: estaba dejando que el libro me rescriba.
Hasta entonces, en mi mundo, las historias sí tenían moraleja (Historia sin moraleja), los papás no ingresaban en el cuarto de sus hijas (La puerta cerrada), Romeo y Julieta morían juntos –siempre- (Romeo y Julieta), el sexo era el único lugar en el que los hijos y padres no confluían (Ritual del atardecer), los lugares transitados eran siempre los comunes (Fotografías en el fin de semana), el amor excesivo no terminaba en muerte (En el corazón de las palabras), los clásicos no se tocaban (Continuidad de los parques), la tradición no era algo con lo que se jugaba (El museo en la ciudad), las fotografías eran un registro fiel e indeleble (Imágenes en Photoshop), la fidelidad era posible (Amor, a la distancia) y el amor no era dañino (El rompecabezas). Para mí, hasta entonces, el amor, y la vida eran -o estaban en camino- de ser perfectos.
Segundo. Amores imperfectos fue el primer libro en el que pude ver dibujada a Bolivia y a Cochabamba. Por lo menos, mi Cochabamba. Hasta 1998 no conocía otro lugar que no fuera el Cercado, otros lugares que no fueran los que están trazados en muchos de esos cuentos. Reconocer los lugares, la gente (y sus ideas) que encontraba cotidianamente, me permitieron ver la literatura como un algo que me acercaba a la realidad en lugar de alejarme de ella. La literatura pasó a ser más que fábulas, más que novelas de amor, más que nombres y evocaciones a lugares lejanos, a emociones distantes. La literatura pasó a ser mis lugares, la ciudad que pisaba cada día.
Efecto
Decidí leer ese libro, y otros del mismo autor, muchas veces. Después de practicar lectura silenciosa durante varios años en la biblioteca, descubrí que para poder llevar libros a casa, era obligatorio suscribirse a la biblioteca. Soy la inscrita número 8248.
Sí. Explicado de esa manera, Edmundo Paz Soldán tiene que cargar con la culpa por todos los libros que he leído desde entonces. La culpa de que todas mis preguntas –algunas viejas y otras nuevas- siempre me regresen a los libros, es suya.
También, en cierta medida, él es responsable de que mi dificultad para comunicarme hablando, combinada con mi lectura silenciosa, hayan empeorado mi condición tímida, haciéndome preferir la escritura como medio de comunicación.
Mi carrera truncada en el teatro, y los novios que me llamaban hermética… es todo debido a Edmundo Paz Soldán, seguramente. También la decepción de los hombres de otros países, a los que conquisté por carta. Especialmente los dos que viajaron desde Argentina y Corea para conocerme y que luego de escuchar mi voz dijeron: ‘Tú eres más interesante por escrito’. Ahora que entiendo todo, tendría que escribirles un email y decirles: ‘No soy yo, es Edmundo’.
Cuatro ediciones más tarde, y mitad de mi vida transcurrida, me resulta más cierto que nunca: El amor es imperfecto, y la literatura es la posibilidad para escribirme en la realidad. Tal vez este año, en el que la literatura se ha convertido en una elección de vida, mi rencuentro directo con estos cuentos no es casual.
Todo efecto siempre se explica en la causa. En mi caso, la causa es Amores imperfectos.
Fuente: Ecdótica