12/20/2013 por Marcelo Paz Soldan
¿Aló, hay algún sobreviviente al otro lado?

¿Aló, hay algún sobreviviente al otro lado?

Chaco

¿Aló, hay algún sobreviviente al otro lado?
Por: Wilmer Urrelo

(Prólogo de “Chaco” de Luis Toro, primera publicación de la Biblioteca Plurinacional)
En ¿Dónde estabas, Adán?, quizá una de las mejores novelas de alemán Heinrich Boll, hay una frase que, llevada a la triste y malograda realidad boliviana, podría servir para comprender en algo lo que pasó con la narrativa surgida después de la Guerra del Chaco (1932 – 1935). La frase dice así: “Hasta entonces la guerra se había desarrollado por teléfono, pero ahora era la guerra quien empezaba a dominar el teléfono”.
De los muchísimos libros escritos sobre este conflicto bélico me animaría a decir que son quizá cuatro o cinco los que se atrevieron a aceptar la llamada cuando la guerra se apoderó de la línea telefónica e insistía en que la comunicaran. Me refiero a tres novelas, un volumen de cuentos y un libro de memorias:
1) Chaco (1936, Editorial Nascimiento) de Luis Toro Ramallo
2) Rodolfo el descreído (1939, Editorial Fénix) de David Villazón S.
3) Laguna H.3 (1967, Biblioteca del Sesquicentenario de la República) de Adolfo Costa du Rels.
4) Placer (1955, Editorial Canata) de Roberto Leytón (en especial la segunda parte del volumen titulada “Episodios de guerra del chaco”).
5) Tendido suelo, tapa cíelo, memorias de un soldado de la Guerra del Chaco (2008, Grupo Editorial Kipus) de Nery Espinoza Mier.
¿Y a todo esto qué significa contestar el teléfono?
Hace unos años, mientras hacía una investigación sobre la guerra y leía no sólo libros de historia o las noticias que salían en los periódicos de la época sino también (sobre todo) su novelística, me pasaba algo muy extraño: sentía que faltaba algo. No digo un cierto conocimiento del tema o ese tipo de cosas, sino que había algo más, algo difícil de explicar en ese momento. Sin embargo, pasado un tiempo la distancia que por fortuna nos dan los años, creo haber cubierto en algo esa ausencia: no había, entre los novelistas de esa generación, la necesidad de hacer literatura en el más amplio de los sentidos. Casi todos los libros exudaban lo “políticamente correcto”, pues estaban escritos para el momento traumático que el país estaban viviendo luego del tremendo golpe contra el piso que nos dimos. Así como ahora se escriben novelas para un público con una perdida abrumadora de ideología y demás vainas, también se escribió en aquellos años para un público ansioso en que la mecha encendida en la trincheras estallasen en Io que un tiempo después sería la Revolución de 1952.
El ring-ring del teléfono sonaba y muy pocos se atrevieron a contestar esa llamada.
Menciono esto porque otro de los pendientes del conflicto bélico (otra de las llamadas jamás contestadas) son los traumas que dejó la guerra. Los traumas de guerra que fueron tocados de manera muy tangencial en nuestra narrativa y si en alguna oportunidad fueron abordados no se lo hizo, creo yo, de acuerdo a lo que un país necesitaba cuando la tan ansiada Revolución Nacional mostró su verdadero rostro. Toda la basura que los viejos trajeron en sus cabezas (y que no podían despacharla en novelas o cuentos) se perdió en la verborragia del MNR. A lo mejor, pecando de radical, me atrevo a decir que la verdadera historia de la Guerra del Chaco está en nuestras familias, muy adentro, en nuestras casas, en las habitaciones de nuestros abuelos. En los libros de historia todo sale sobrando. De ahí ya lo sabemos todo.
Para ser un poco más fino, me atrevo a decir que con la literatura de la Guerra del Chaco pasó poco más o menos, salvando las diferencias abismales, con lo que ocurrió con las secuelas de la Revolución Rusa. El debate en años posteriores era Ia “producción” de una literatura de proletariado, literatura que esa Revolución “exigía” dadas las circunstancias históricas. Y bueno, fiel a su sinceridad y enorme visión, César Vallejo, en una crónica titulada “Literatura proletaria” y publicada en Ia revista Mundial el 21 de septiembre de 1928 y reproducida después en el libro César Vallejo, crónicas del poeta (1996, Biblioteca Ayacucho), dice lo siguiente: “Cuando Haya de la Torre me subraya la necesidad de que los artistas ayuden con sus obras a la propaganda revolucionaria en América, le repito que, en mi calidad genérica de hombre, encuentro su exigencia de gran giro político y simpatizo sinceramente con ella, pero en mi calidad de artista no acepto ninguna consigna o propósito, propio o extraño, que aun respaldándose de la mejor buena intención, someta mi libertad estética al servicio de tal o cual propaganda política”.
Esa es pues la tragedia de la guerra que aún se sigue prolongando hasta nuestros días: nuestros abuelos dejaron a un lado su libertad estética por un fin meramente político.
Hasta ahí el contexto, ahora vayamos a Chaco, a ver lo que pasa con este excepcional libro.
Una novela que arranca con trampa
Muchas cosas se pueden decir de la novela que tienes en las manos. La primera (y la que nunca me gustó) es que se trata un libro que arranca de forma tramposa. Esta es la historia trágica de un suboficial del ejército boliviano destinado al Chaco antes y durante la guerra. Sin embargo, Luis Toro Ramallo comete, antes de meternos a la historia en sí, una trampa ya vieja en la historia de literatura universal: la del escritor que, por un golpe de suerte, accede a un manuscrito de un protagonista directo del hecho que nos narrará. El mismo Toro Ramallo asiste a un hospital y ahí “un hombre joven pero terriblemente envejecido” le da sus escritos, “unos papeles”, los llama el enfermo, para que sean publicados. O como se decía en aquella época: “para que sean dados a publicidad”. Cómo no, entonces, cumplir con el deseo de un moribundo, de alguien que te dice: “Ya me han hecho dos operaciones sucesivas en el mismo sitio, ahora tendrán que operarme de nuevo, aunque ya va quedando poco que cortar… (Pág. 18)”.
Y nosotros, con un fin de profundizar su credibilidad, leeremos sus trágicas experiencias.
Tedio, sexo y tristeza: las tres claves de Chaco
En una guerra, en un conflicto armado, el sexo siempre está presente de alguna manera. Y la sala de espera del sexo suele ser siempre el tedio, el aburrimiento.
Lo primero con lo que te encontrarás en Chaco es con el fatal aburrimiento que ataca a los soldados destinados a esas tierras extrañas. Cuando el personaje de esta novela vive en el Chaco en tiempos de paz es atacado por el tedio, por el aburrimiento, y encima en una región como aquella, tan lejos de todo, donde “parece que no existe ni el tiempo ni la distancia. Se camina y siempre es igual” (Pág. 59). Y esto, este enorme aburrimiento de no poder hacer otra cosa que estar ahí, lleva a los personajes de Chaco a las reuniones brutales. “Se bebía alcohol hasta quedar tendido, inmóvil, rnedio congestionado por la borrachera” (Pág. 27).Esa es la única manera de olvidar que están ahí, que casi no hay nada más que hacer que sólo pasar el día. Y como finísimo hilo que lo une todo también aparece la tristeza. En Chaco se puede sentir la tristeza de quienes, años después, se convertirían en tus abuelos.
Eso, en tiempos de paz, hasta que la guerra llega y todo, en apariencia, empeora.
Con los ejércitos ya dispuestos para la batalla los muertos empiezan a reproducirse y el país empieza a descubrir que una cosa era lo que se decía en los discursos del presidente Salamanca y otra muy (pero muy) distinta lo que pasaba en el Chaco. Justo en el momento en que comienzan a derramarse los primeros litros de sangre la novela de Toro Ramallo empieza a distinguirse de las otras. Creo que es en este momento cuando Chaco se anima a tomar la llamada de la guerra, es cuando empieza a ser diferente de los libros que iban a publicarse años después. Hay una necesidad, diría que primordial en el autor a 1o largo de la novela, de demostrarte cuán brutales fueron las heridas, las amputaciones, las diarreas fatales, los mosquitos, los gusanos comiendo felices piernas, brazos y cabezas. Chaco bebe de esto en todas sus páginas. De hecho, la novela está plagada de este tipo de recursos. “Todo es tortura, la diarrea nos encoge, debajo de los matorrales, en posturas grotescas de dolor, mientras las moscas, siempre las moscas nos cosquillean las nalgas, nos recorren el rostro sin que, atinemos a defendernos de ellas, ni de los mosquitos, que nos han llegado a los testículos con una furia vesánica, como si quisieran devorarnos juntos”. (Pág.122).
Con la presencia de la guerra todo empieza derrumbarse con una triste rapidez en un lugar donde supuestamente se iba a «pisar fuerte». Todos se van convirtiendo en mierda, como el mismo suboficial lo admite en épocas de paz: “En el chaco uno se puede volver cualquier cosa. Lo que me admira es que todavía no nos hayamos vuelto mierda”. (Pág.52).
Y con el sexo se convierten en mierda.
La escena más cómica y a la vez brutal de esta novela tiene que ver con una muñeca inflable que uno de los comandantes rusos del ejército paraguayo emplea, pues estaba temeroso de “cierta enfermedad que tortura a todos y que es endémica en la región”. Acá, en este episodio, el sexo toma una mayor relevancia: “Pero la carne es la carne, el sol es el fuego, y el comandante encuentra una solución: una esposa que le ofrece un mercader argentino». (Pág. 1I7).
Al final hay un desenlace comiquísimo, pero en medio de esta anécdota también serás testigo de la brutalidad sexual de la guerra, de esa que en cierta medida se mantuvo escondida o guardada bajo la alfombra: la gran cantidad de mujeres indígenas que fueron abusadas por quienes se enfrentaban en ese momento. “… el capitán Ortigoza, jefe del fortín, tenía encerradas en un galpón hasta treinta indias para uso exclusivo de los oficiales, que eran tres y cómo las hacía baldear con la tropa hasta cuatro veces al día, al mismo tiempo que a los caballos”. (Pág. 116).
El sexo (y su consecuencia periférica: la tristeza) junto al tedio son las claves para comprender esta novela, estos tres elementos son al final un acto desesperado del autor para contar la historia de una guerra que agarró a nuestros abuelos por las espaldas.
Ese es el pecado de Chaco, esa su “incorrección política”: mostrar a nuestros abuelos tal y como fueron en la guerra, sin los adornos propios de la literatura cómoda, revolucionaria y nacionalista.
Condenada al silencio
¿Pero por qué esta novela no tuvo una segunda edición desde 1936? ¿Fue tan grave esa “incorrección política” que se la recluyó al silencio como pasó con Rodolfo el descreído, por ejemplo? No sé, quizá sea exagerado afirmar que sí. Que todo fue una respuesta contundente a algo que no encajaba en el mapa mental de los intelectuales de la época. Con todo, tener Chaco en las manos después de tanto tiempo puede ser (subrayo el puede ser) un indicio de que las cosas están cambiando o que por lo menos hay un interés para que esto ocurra. De todas formas, creo que fueron proféticas las palabras de David Villazón S., quien precisamente en una especie de prólogo en Rodolfo el descreído, anota lo siguiente: “Acapite V: No concluiré (¡Dios me asista!) sin antes solicitar a las altísimas dignidades intelectuales, los críticos, los geniales escritores, a los ironistas y mordaces, clemencia para este pobre libro; clemencia para su autor, quien antes que nadie y para satisfacción de todos ha dicho ya, y lo vuelve a repetir, que su novela es una birria”. (Pag. iv).
Pues no le hicieron caso. Al parecer confundida por el silencio, el cual suele ser peor que el ataque frontal que Villazón temía.
Acá está Chaco, en todo caso, saliendo del silencio setenta y siete años después, esperando a que alguien al fin le conteste la llamada.
El que no fue a la guerra
Pero hay algo que falta, un pequeño detalle: ¿quién fue Luis Toro Ramallo? Lo poco que se sabe de él es que nació en Sucre en 1899 (aunque otros afirman que nació en 1898) y que falleció en Santiago de Chile en 1950, esto según el sitio web El Diccionario Cultural Boliviano del escritor Elías Blanco.
En el libro El cuento boliviano (1938-1967), una antología a cargo de Armando Soriano Badani y publicado en 1968 por el Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Mayor de San Andrés, en una pequeña biografía que antecede al cuento de Ramallo (titulado “La opinión del jaguar”) se lee lo siguiente: “Novelista y cuentista. Largamente radicado en Chile, escribió allí sus novelas Chaco, Cutimuncu, Ahumada 75 y Oro del Inca. Tiene un libro titulado Jaguares, que agrupa relatos con temas relativos exclusivamente a aquellos animales de la selva. Destaca, sobre todo, la pintura de ambiente en la diestra narrativa de su pluma. Temas sin complicación argumental caracterizan su cuentística recogida en Jaguares (1946). Una cuentística inclinada a destacar el escenario de la acción, con reiteradas pinceladas de fieles matices” (Pág. 55).
Por otro lado, siempre círculo en los ambiente literarios una especie de rumor que insistia en que el autor de Chaco jamás fue a la guerra. Aparentemente esto es cierto, pues monseñor Juan Quirós, el famoso director del suplemento “Presencia literaria”, habla de él al reseñar el libro Gente de mi tiempo, de Luis Durand, en La raíz y las hojas (Ediciones Buriball, 1956). Según Durand, en palabras de otro Toro (esta vez David, el general y ex presidente y primo de Toro Ramallo) esta sería la verdad: “… Lucho no ha estado jamás en la guerra. Todo eso que refiere en su libro lo ha oído conversar en Villa Montes, en donde estuvo ocupado en las oficinas del ejército” (Pág. 215).
Nada raro, dirán algunos, las ironías de las ironías en un país irónico como el nuestro.
Fuente: Toro Ramallo, Luis “Chaco” 2da. Edición Ministerio de Culturas y Turismo, La Paz – Bolivia, 2013