08/04/2008 por Marcelo Paz Soldan
Agresividad verbal en el lenguaje

Agresividad verbal en el lenguaje

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Agresividad verbal en el lenguaje
Por: Raúl Rivadeneira Prada (Director de la Academia Boliviana de la Lengua)

La comunicación interpersonal directa y recíproca se caracteriza por el atributo de ´totalidad´, esto significa que en ese estado nos comunicamos simultáneamente por medio de palabras (signos verbales), gestos y actitudes corporales (signos no verbales) y tonos o énfasis de la voz llamados signos para-verbales.
La comunicación bipersonal no se limita a una interacción de personas ´estrechamente vinculadas´; en ella intervienen también ­y con frecuencia ­personas que no se conocen entre sí, pero que interactúan de manera eventual.
Uno de los axiomas exploratorios de la comunicación dice que ésta siempre se produce dentro de un contexto.
Se entiende por contexto cada situación social específica, considerada como un sistema de comunicación basado en el hecho de que entre los participantes hay mutuo reconocimiento de haber ingresado en un campo perceptual de sí mismo, del otro y del entorno comunicacional: tiempo y espacio en que se produce la interacción.
Conductas asertiva, pasiva y agresiva
La conducta asertiva, llamada también activa y socialmente adecuada, consiste en la expresión propia de informaciones, opiniones, ideas, sentimientos, experiencias y expectativas de un sujeto, ante sus congéneres, a partir del respeto a sí mismo y a su interlocutor, sin presiones ni amenazas. Una baja autoestima puede generar una comunicación agresiva o pasiva y, a su vez, la pasividad puede producir baja autoestima. Se conoce como conducta pasiva a la que vulnera los propios derechos del sujeto activo al no poder éste expresarse abiertamente o al exhibir, en su débil expresión, sentimientos de autodesconfianza y cierto derrotismo, de manera tal que puede provocar en su interlocutor una reacción negativa.
Generalmente, esta conducta pasiva es propicia para que la comunicación se torne unidireccional: uno apabulla al otro con sus mensajes y apenas recibe retroalimentación, con leves señales o respuesta fraccionadas. Esta comunicación es asimétrica.
Sobre el origen de la agresión, hay tres teorías: La primera, sostenida por Freud, Lorenz y otros, plantea que la agresión es de naturaleza instintiva, es decir, innata; la segunda, desarrollada por Dollard y Miller, explica su origen en las frustraciones que el ser humano padece en el transcurso de su vida; según la tercera, fundada por Bandura y Walters, las agresiones son mecanismos de aprendizaje social. De estas teorías, las más acogidas y discutidas por los especialistas son las dos primeras. La tercera ha sido casi abandonada a causa de su argumentación endeble.
Agresión verbal
La conducta verbal agresiva se distingue por la forma imperativa e inapropiada con que el sujeto defiende sus derechos y trata de imponer, a la fuerza, sus puntos de vista, sentimientos e ideas, de manera directa o indirecta. La agresión verbal directa se expresa mediante una gama de vulneraciones de los derechos del otro que va desde la fina ironía hasta la injuria grave; desde las insinuaciones maliciosas hasta la calumnia y la humillación. La agresividad se abre como un gran abanico de formas, que abarca desde los insultos hasta el asesinato.
Al abrir el abanico, encontramos al menos las siguientes formas comunes de agresión verbal: insinuación maliciosa, ironía, burla, sarcasmo, agravio, denuesto, mofa, ridiculización, afrenta, menosprecio, descalificación, humillación, escarnio, insulto, ofensa, injuria, calumnia, difamación, ultraje, etc. Cuando estas formas nocivas, y sin embargo cotidianas, se instalan en el ámbito público, ganando las pantallas de televisión, los aparatos de radio y las columnas de medios impresos, los medios se convierten en un campo de Agramante, si no en campo de batalla o, a lo menos, en campo de bataholas.
Un elogio ­cuanto más desmedido mejor­ lanzado públicamente hacia un partidario equivale a un ¡ábrete Sésamo!, con que el sujeto pasa a disfrutar de beneficios y privilegios; en cambio, un epíteto demoledor contra el adversario real o imaginario significa ¡ciérrate Sésamo! que puede dejar a la víctima en total desamparo, cuando no en peligro de males mayores.
La agresión verbal en situación comunicacional directa y recíproca pertenece al tipo de comunicación negativa en que el sujeto “A” provoca, con sus palabras, algún malestar en el sujeto “B”; éste retroalimenta con otra comunicación negativa que provoca mayor agresividad en aquél, quien vuelve a la carga procurando imponerse y desata una réplica más dura y así, sucesivamente. Esta forma de interacción llamada ´circuito negativo´, suele estar acompañada de expresiones gestuales y corporales hostiles o amenazantes y, a menudo, termina en agresiones físicas. Con frecuencia, en un proceso de comunicación agresiva se enfrentan dos personalidades dominantes en un intercambio dinámico de actitudes hostiles y palabras ofensivas. En estos casos la retroalimentación es dinámica. Ocurre entonces un proceso simétrico de comunicación negativa. No está demás decir que en una situación comunicacional positiva y armónica, entre sujetos de conducta asertiva, la retroalimentación es también dinámica y el proceso comunicacional es, asimismo, simétrico.
Cuando los intercomunicantes asignan a las palabras diferentes valores semánticos, el sistema de comunicación entra en una fase entrópica (la entropía es la tendencia de los sistemas abiertos hacia el más alto grado de desorganización y desorden), signada por la incomprensión y en no pocas ocasiones por un alto grado de malentendido, que puede derivar en interpretaciones erróneas de hostilidad u ofensa. Al contrario, si ambos comparten experiencias lingüísticas y un marco común de referencias culturales, reaccionarán de manera similar ante las nuevas señales. Esto se conoce como ´empatía´, que en el lenguaje común puede decirse: ´A y B se entienden bien entre ellos, mejor que con otras personas´. Por lo contrario, cuando intereses políticos y de otra índole se empeñan en distanciar las referencias étnicas o culturales, encerrando las propias en un cofre de valores superlativos, desmereciendo las ajenas, y cuando por las mismas razones se acentúan las diferencias étnicas o culturales no sólo hasta el punto de la discriminación, sino hasta el extremo de la imposición hegemónica, se crea un peligroso clima de antipatía que tarde o temprano lleva al encono y éste desemboca en violencia.
La codificación es un proceso por el cual un conjunto de datos sensoriales y funciones síquicas interrelacionadas se transforman en información significativa. La decodificación es también un proceso, pero de conversión de la información recibida en respuesta comunicacional, por lo tanto, es un proceso de retroalimentación (feedback) que pasa por cuatro etapas: 1) adquisición de datos, 2) procesamiento, 3) almacenamiento de información y 4) memoria. Cómo codifica “A” el mensaje para “B” y cómo éste lo decodifica pueden dar la pauta del tipo de comunicación positiva o negativa entre ambos. Dicho de otro modo: emisor y receptor deben compartir determinado número de signos y convenciones, tener en común un repertorio (signos) y un código (sistema de convenciones). A lo que “A” y “B” tienen en común, Moles denomina ´experiencia vicaria´, definida (matemáticamente) como una correspondencia unívoca entre un universo espacio temporal “E” (del emisor) y un universo espacio-temporal “R” (del receptor) .
En el circuito de agresión verbal, es decisiva la dificultad de decodificar el mensaje. Los sordos son altamente susceptibles y casi siempre se ponen en una actitud defensiva. En un proceso de discusión-esclarecimiento y de posiciones enfrentadas, suelen sobreponerse los prejuicios; afloran viejas pendencias y rencores, y aun deseos revanchistas, aunque la intención del otro haya sido pacífica. Esto es frecuente entre adversarios políticos y ex­ litigantes judiciales.
El de la agresión verbal es un problema de lenguaje, del uso de las palabras en los procesos de interacción social. Vemos, en los últimos tiempos, que la comunicación en Bolivia está sobrecargada de adjetivaciones.
El político de ahora, comenzando por el funcionario investido de autoridad, no dialoga: amenaza; no habla, vocifera; no razona: insulta y agravia; no critica: apostrofa; no indica errores o defectos: calumnia; desprecia la evidencia, rechaza el hecho objetivo y opta por la sospecha maliciosa por la especulación, la insidia, la malaleche.
¿Cómo evitar la conducta agresiva, violenta, negativa? La respuesta no es sencilla, pero al menos vale la pena ensayar comportamientos racionales sustentados en un eficaz mecanismo inhibitorio: el amor, y aunque aún estamos muy lejos de amar a todos los seres humanos, al menos, como dice Lorenz: ´podemos sentir la plena y cálida emoción del amor y la amistad por algunos individuos´.
Esto, sumado a la esperanza en el triunfo de la verdad, al cultivo del buen humor, a la práctica cotidiana de la tolerancia, a la honradez en el pensar y en el decir, hará de los seres que habitan esta patria y este planeta más dignos, más civilizados, más humanos.
Fuente: La Razón