Aquí parece que no existen ni el tiempo ni la distancia.
Se camina y siempre es igual. Así debe ser el mar. (42)
Por Martin Zelaya
No puede sino dominar el paisaje: una selva hecha para doler; calor insufrible, espinas, lodo, serpientes y la maldición de los mosquitos.
Villa Montes era el último reducto de la vida civilizada. Al otro lado del río, se abría el Chaco, plano, misterioso, reverberando al sol que retorcía los matorrales negruzcos, como si fuesen plantas crecidas en la boca de un horno. (15)
El Chaco fue siempre el pequeño infierno que los bolivianos elegimos abandonar, generación tras generación. Mucho antes, incluso, que aquel triste boquerón de la canción.
¡Nunca más! A todas partes se desea volver. Solo al Chaco, a ese triángulo plano, de un solo horizonte inmóvil bajo el sol, un posible regreso significaría un sacrificio que nunca quisiéramos hacer. (44)
Estas dos premisas son cruciales y trascienden las páginas de Chaco, novela de Luis Toro Ramallo originalmente publicada en 1936, y que El Cuervo acaba de reeditar.
Años antes de la guerra (1932-1935), el protagonista hizo su servicio militar en estos alejados parajes, y en la primera parte del texto lo recuerda y cuenta como una serie de mitos y anécdotas: el tigre que se comía a las tropas, la indígena que enamoró a un soldado… Luego viene el juego de la guerra como tal: el estallido, el alistamiento, el patrioterismo y la emoción iniciales que se tornan pronto en horror y desesperación.
Somos una sola llaga sangrante. Nos rascamos con furia, con odio. Si esto sigue habrá casos de locura. Será la locura provocada por la espina, por el matorral espinoso, por el insecto espinoso. Arena, lodo, sol, espina y polvo. (53)
Fiel a su momento cronológico y literario, Chaco está hecha de descripciones y giros de estilo que el autor rebusca para mostrar sus dotes. Otra estrategia recurrente de la época es que aunque está narrada en primera persona, en una nota inicial el autor-narrador cuenta que se trata de un manuscrito que un excombatiente moribundo le confió y encargó publicar. Con todo, es una prosa que resiste y se revela 90 años después tras un inexplicable olvido de la academia, los editores y lectores. Bueno, digamos más bien casi 80 años porque antes de esta tercera edición de El Cuervo, salió en 2013 un tiraje modesto en el marco del proyecto Biblioteca Plurinacional del Ministerio de Culturas.
Ya nadie siente ni el más leve temor. La muerte circula aquí por todas partes, pero ya nadie se fija en ella. Es la tortura de la carne llagada, la herida que se agusana, la diarrea que retuerce las entrañas y la sed insaciable, inmensa, infinita, que se cierne sobre todos estos hombres que, sin embargo, seguimos matándonos con una furia de manicomio, como en el cumplimiento de una venganza ancestral, más fuerte que todo. (90)
La Guerra del Chaco fue una contienda contra el sol, la falta de agua, los bichos y los fantasmas propios. No es nada nuevo –ya lo contaron Céspedes, Cerruto y muchos otros–, pero nadie enfocó el día a día como Toro: el lado perverso, íntimo y vergonzoso. La muñeca sexual de goma del capitán, los pilas que atrapan serpientes con los dedos de los pies, el mayor paraguayo que encerraba indias y las hacía baldear para luego entregarlas a las tropas, el soldado destinado a llevar municiones al frente y que solo tras cumplir sus tres viajes se desplomó por sus múltiples heridas.
Novela cinematográfica: se quedan en la cabeza muchas imágenes; relato incisivo: cala más de lo que aparenta en su sencillez.
Fuente: Revista La Trini