Por Jorge Saravia Chuquimia
La literatura no es una competencia y este pensamiento lo entiende perfectamente el escritor Julio de la Vega (1924-2010). Pero, paradójicamente hizo tanto y con excelencia por las letras nacionales que conquista la cúspide meritoriamente. En esta oportunidad, trazaré breves apuntes de la dimensión crítica que desempeña el autor cruceño. Dos textos me ayudan a dibujar la silueta del crítico que reflexiona el firmamento literario del siglo XX.
Los títulos que comprenden este corpus son: Poetas, trabajo elaborado en 1971, para el N° 18 de la Revista diplomática e internacional que circula en La Paz. El segundo artículo es bautizado como Siluetas de los que nos precedieron. Gustavo Adolfo Otero, ensayo biográfico acabado en 1986 y es incluido en el N° 2 de los Anales de la Academia boliviana de la lengua.
Poetas es una producción de análisis de la labor poética nacional de los últimos 20 años. El tema central es dar noticia de las etapas de producción lírica tomando como marco referencial a las generaciones poéticas que se conformaron en diferentes períodos de tiempo. El autor parte su comentario crítico subrayando que Tamayo es “cumbre de la poesía boliviana de todos los tiempos”, a comienzos de la década de los 50 está vivo y su presencia genera influencia en las nuevas descendencias de poetas.
Así, explica que se fecunda la generación “Poetas Nuevos de Bolivia” al mando de Guillermo Vizcarra Fabre y donde también figuran Antonio Ávila, Octavio Campero Echazú, Juan Capriles, Luciano Durán B., Raúl Otero Reiche, Yolanda Bedregal y Oscar Cerruto. De este grupo destaca Cerruto porque “es el poeta vivo más importante de la poesía nacional por la conjunción de su obra, de la belleza interior (riqueza de la imagen, descripción de estados anímicos, visualización que –por la calidad transparente del ‘dibujo’– puede ser percibida como detrás de tenues velos) y perfección externa por la solidez y sobriedad de versos y estrofas…”.
Luego designa una segunda incubación, la Gesta Bárbara, heredera de la potosina en los años 20. Aporta los nombres del fundador Gustavo Medinaceli conjuntamente a Oscar Alfaro, Carlos Mendizábal Camacho, Armando Soriano Badani, Gonzalo Silva, Jaime Choque, Beatriz Schulze, Marcelo Sanginés Uriarte, Jacobo Liberman y Alcira Cardona.
No se olvida de las filiales de Gesta Bárbara en Oruro y Cochabamba: Héctor Borda, Alberto Guerra, Hugo Molina Viaña, Héctor Cossio, Daniel Bustos, Gonzalo Vásquez y Jaime Canelas. Marca que Primo Castrillo y Jaime Saenz aunque no son de esta época, sobresalen por la poesía original que instituyen.
Seguidamente menciona a “Horda” donde sobresalen Jorge Suárez, Jorge Calvimontes, Feliz Rospigliosi, Edmundo Camargo y Eliodoro Ayllón. A continuación, el grupo “Prisma”, donde lidera Juan Quirós, que reúne a Pedro Shimose, Oscar Rivera Rodas, Roberto Echazú, Mary Flores Saavedra, Mary Monje, Luis Fuentes, Edgar Ávila Echazú, Jesús Urzagasti y Silvia Mercedes Ávila. En último lugar, los “Novísimos”, conformado por Matilde Cazasola, María Eugenia Monrroy, Norah Zapata, Oscar Pino, José Arce Paravicini, John Vargas, Mario Arancibia, Franklin Sandi, Álvaro Diez Astete, J. Perelman, J. Conitzer Bedregal y Alfonso Gumucio Dagron, selecto grupo.
Hasta aquí puedo argumentar que Julio de la Vega-crítico aprovecha esta producción discursiva para consumar una parcial historiografía de la poesía boliviana, desde el fenómeno generacional. Declara que para esta selección toma en cuenta “solo a los que escriben y publican en La Paz”. Por lo cual, como un punto de partida nombra y reúne a los poetas por el factor determinante de la proximidad de edades y el espíritu que cultivan en conjunto. Por consiguiente, identifica “generaciones poéticas” para declarar el aliento poético que emana en cada época.
En este marco, De la Vega escribe una segunda crítica en Siluetas de los que nos precedieron. Gustavo Adolfo Otero. Aquí monta una semblanza novelada del autor paceño. Sostiene que el biografiado hace contactos iniciales con el mundo de las letras a través del periodismo, en el diario Última Hora. Una de las constantes de su estilo discursivo es el humorismo psicológico y sociológico. Estas atribuciones pueden leerse en El Chile que yo he visto y El Perú que yo he visto.
El crítico, más adelante se detiene en la obra La vida social del coloniaje. La tesis que propugna es que este libro no es un documento histórico, al contrario, “se desliza como una novela moderna, pese al transcurrir de los siglos XVI, XVII y XVIII y en tiempos del Alto Perú”. Defiende la idea de que con todo el material puede atribuírsele como “novela histórica, por la calidad literaria que mezcla un arte narrativo con una disposición de datos para la creación de la memoria colectiva”. En cambio, la ficción El honorable Poroto se convierte “en un más allá de la novela”, por la historia real, la sátira analítica, el ejercicio sociológico que emana la trama.
Toma otra importante obra, Cuestión de ambiente, pues expone que es en cierto modo la anticipación de La Chaskañawi de Carlos Medinaceli, porque Otero aplica el segmento del alcohol y el encolamiento, de esta forma, acentúa que es la “novela novela”. Otras de las múltiples facetas donde transita son la biografía y la autobiografía. Remata apuntando que “las referencias anteriores son simples evocaciones de la obra principal de Gustavo Adolfo Otero, dentro de su vasta producción…”.
La gravitación de Julio de la Vega en la “crítica moderna” es relevante en la actualidad para dibujar nuevos planos de la literatura boliviana. Acudo al búlgaro Tzvetan Todorov, quien en Crítica de la crítica acusa que la crítica busca establecer un nexo entre la literatura y el contexto para luego interpretarla. Empero, los lectores de literatura son una minoría y los lectores de crítica son una minoría de esa minoría.
Fuente: Letra Siete