Por Jorge Saravia Chuquimia
Etapas en la vida de un escritor (1963) es un libro recopilatorio y póstumo de Alcides Arguedas (1879-1946), publicación a cargo de Moisés Alcázar, que, además, es el encomendado de seleccionar las notas del diario personal del autor de Raza de bronce (1919) y confeccionar el prólogo a pedido de la hija del escritor, Stella Arguedas. Etapas está dividido en tres secciones: Memorias, Semblanza y Cartas. Por una parte, en cada sección el recopilador “procura” divulgar los textos que considera más sobresalientes, elegidos de la inmensa producción inédita acumulada en 12 volúmenes. Por otra, en el conjunto de los tres segmentos destaca nítidamente el retrato de un escritor en relación inmediata con lo poético.
En Memorias los textos buscan entablar una discusión a futuro sobre los significados que están almacenados en estos discursos. Resalto una nota escrita en Caracas, el 14 de junio de 1942, pues más allá de expresar hechos anecdóticos puede leerse como el relato de una experiencia poética. El artículo tiene dos partes. La primera encauza la narración sobre la historia de los árboles plantados por Arguedas en su hacienda Kohahuyo de La Paz. En la segunda, cuenta que la predilección por el árbol va asociado a memorias de vivencias juveniles con la poesía. Cuando él narra sobre el objeto estético “árbol” emerge esencialmente la voz de un ser que se emociona poéticamente y trasforma su realidad. Vocación lírica que lo consolida sin construir un poema.
En 1942, Arguedas tiene 63 años y reside en Caracas. Allá recibe dos paquetes de periódicos de Bolivia, la mayoría informa sobre dos individuos que “han trozado en altas horas de la noche, algunos arbolitos de la avenida Arce, la más elegante y la más bonita de la ciudad. Uno de ellos es hijo de un altísimo personaje y para disculpar su hecho alegó haber estado ebrio…”. El escritor concluye: “Si de borracho cometió ese crimen, resulta un imbécil; si de sano, un malvado”. Esta referencia da pie a que cuente otra noticia vigente en Caracas y es la posible muerte de un árbol, la famosa ceiba de 80 años del templo de San Francisco, empero como comenzó “a retoñar con las lluvias de estos días”, todos están contentos por el nuevo reverdecer.
Así, Arguedas siente una experiencia poética desde la imagen del árbol. Él recuerda que en la propiedad que recibió de herencia de su padre “plantó al menos cien, si no más, árboles”. Luego, le viene a la mente que hace 40 años, estando en París, el padre compró la estancia y ésta poseía tres viejos eucaliptos: “Solo piedras se veían en los campos; piedras, pedruscos y arena. Y, en medio de los rastrojos, se alzaban montones de piedras acumuladas en siglos de labor de los primitivos moradores de esa cuenca del Choqueyapu y donde después los conquistadores fundaron la ciudad de La Paz en signo de armonía y para poner término a la contienda en que venían empeñados”.
La naturaleza de la emoción poética de Arguedas proviene de acordarse de la siembra de árboles en su casa. Todo el instante de emoción narrativa puede congregarse en la palabra “árbol”. Por eso, el carácter sensitivo del artista fluye en torno a dicha figura y, lo más importante, deja ver la revelación de una nueva visión de mundo. En esta emoción poética no erige un poema, por lo cual Octavio Paz en El arco y la lira, precisa que “paisajes, personas y hechos suelen ser poéticos: son poesía sin ser poemas”. Arguedas mira al árbol poéticamente.
En esta senda, lo poético atraviesa la narración arbórea cuando el autor dilucida el significado del nombre de la hacienda: “Ahora mismo la conocen los ancianos con el nombre de El Tambo de Solíz. (…) Y mi padre quiso borrar ese feo nombre y, (…) le puso el que ahora lleva y no es menos feliz: La Portada”. Sin embargo, confiesa que: “Su lindo nombre aymara es Kohahuyo y quiere decir, Casa de la Albahaca, o, mejor, del Romero, porque Koha es una planta silvestre muy aromática que los indios ponen como cama a las patatas y ocas (…) y Huyo quiere decir casa o vivienda”. Explicar el significado Kohahuyo no es traducir una palabra, definitivamente es nombrar una “otra” existencia (Octavio Paz).
Está claro que las distinciones nominales representan las distinciones simbólicas de cada una de las expresiones. Desde este plano, la experiencia poética provoca la labor de desentrañar el significado de cada una de las expresiones citadas para distinguir su propia condición. Es una lástima que ahora no se mantenga el nombre de Kohahuyo porque no condice con el atributo de origen con que se designó ese lugar. En este campo, el escritor devela que hace veinte años plantó árboles eucaliptos y pinos en el borde del camino pedregoso: “Esos pinos tienen ahora treinta años de edad y es para mí un orgullo y un motivo de íntima satisfacción el haber sido el primero en preocuparse de arborizar esa rinconada de la hoya paceña”. Arguedas imagina un mundo arborescente a una naturaleza rocosa.
Para comprender mejor recurro otra vez a Octavio Paz, porque afirma que: “La experiencia poética, (…) es un salto mortal: un cambiar de naturaleza que es también un regreso a nuestra naturaleza original”. Entonces la emoción poética que deslumbro en Arguedas, en esta etapa de su vida, no es el hecho de que haya plantado árboles eucaliptos y pinos alrededor de la hacienda de caminos pedregosos, al contrario, me extasía que creyera que estaba contando una simple historia, más en realidad, recitaba un suceso poético. Entiendo que la esencia poética de la figura del árbol es en sentido de que donde se planta árboles se echa raíces. O, dicho de otro modo, Arguedas se fija como “otro” cuando idealiza sobre la figura de los arbolitos, “porque solo el árbol le ha de dar esplendidez y hermosura a ese paisaje, único en el mundo” que es La Paz.
En el segundo segmento, el contenido del apunte de la agenda diaria refiere dos “bellos” acontecimientos. Tal, cuando era estudiante en París vivía en un garconiére de la rue Soufflot y en el patio existían cuatro magníficos árboles. Casualmente su vecino de piso era un joven poeta suizo y muy huraño que obtuvo el tercer premio en un concurso poético con el poema El árbol. Arguedas reconoce que no siendo poeta no pudo traducir esta elegía en verso, por lo cual lo plasma en prosa. Rescato una parte de la traducción: “…sin dudad lejanas palabras que retienen los confusos murmullos del árbol a la hora del atardecer…”. Seguidamente copia un poema de Juan Francisco Bedregal: “Y tu mortuorio lecho alumbran cual blandones las llamas pavorosas de lívidas centellas…”. De las dos anécdotas registra que: “Mi predilección por el árbol va asociado a recuerdos de poesías, viejos y amables recuerdos de juventud, unos; recuerdos crepusculares, graves y desencantados, otros”.
A propósito de todo esto, puedo subrayar que leer una nota del diario de Arguedas, en el otoño de su vida, es apreciar la emoción poética desde la mención añeja y evocación núbil sobre la figura del árbol y lo dibuja como un objeto poético que consigue relacionarse con otros significantes. En otras palabras, las historias del sembradío de los árboles en Khoahuyo y la vinculación de la poesía en la mocedad implica concebir a Arguedas poético que puede conseguir imaginar otra naturaleza desde dos extremos.
Fuente: Letra Siete