Por Jorge Saravia Chuquimia
La única verdad inmutable en la vida de Carlos Medinaceli (1898-1949), es que nació con mucho talento para la escritura y a la que no renunciaría jamás. Por lo que debería señalarse que es un gran escritor. De esta forma, resulta necesario comprobar que detrás del escritor eminente vive un lector extraordinario y co-existe un crítico bárbaro. En tal caso, es indiscutible no detectar que el autor chuquisaqueño no dejó de escribir, leer, y hacer crítica hasta el final de sus días.
Una prueba evidente de esto es un poema y un escrito que están plasmados en las hojas blancas de un libro de su biblioteca personal. Inéditos realizados (posiblemente) hacía 1937, para una conferencia que iba a pronunciar ante autoridad diplomática. Puedo inferir que ante la eterna desilusión que afrontó por el entorno cultural hostil que le rodea, la actitud defensiva que adopta como medio de superviviencia es establecer una escritura provocadora. Así, podría ser catalogado como un escritor incitador que “estalla” con la palabra escrita.
Visto el asunto desde esta óptica, la importancia de revisar todos los escritos posibles de Carlos Medinaceli deriva porque, por lo demás, es un notable conocedor de lo boliviano. Personalmente me acerco a buena parte de su obra, como La serie de notículas críticas, publicada en medios dispersos, que me auxilian a dar con títulos de libros ignorados y es posible reconocer y distinguir estas obras literarias alojadas en el castillo del olvido.
Él, con muchos problemas económicos y de alcohol, escribe, escribe y escribe, lo que revela la vigorosa fortaleza creadora de este hombre erudito. Es un creador ávido o escritor ansioso de impartir conciencia crítica con la escritura y siempre está en la permanente búsqueda de construir la tradición literaria nacional. Ahora, comentar que solo tiene exclusivo conocimiento de la literatura boliviana sería funesto, porque el escritor incitador se nutre de diversas formas. Una de ellas es aproximarse a leer literaturas foráneas mediante traducciones propias.
No es casual que Medinaceli confiese en una carta el grado de moderación en que vive en La Paz, por 1932, y esto amerita que ni siquiera asome sus narices a la calle cuando escribe prosa.
Coloca en un lugar central la escritura y prueba de ello es el tenor de la epístola que envía a Potosí al escritor-amigo José Enrique Viaña: “He llevado una vida austeramente flaubertiana, en esa lucha hermosa y noble de domar el adjetivo, encontrar la palabra, la imagen exacta para reducir la sensación o elevar el pensamiento”. La reflexión es en alusión a que construye una propuesta estética o novelín que, al mismo tiempo, sentencia, irá al “sepulcro del olvido”.
Pero además, en otra carta de diciembre de 1930, le exige a Viaña la necesidad de estallar como escritor. En otras palabras, le comunica que a decir de Barbusse, “hay que hacer la revolución en los espíritus”, propósito que no se homologaría en alguien que no tiene un espíritu revolucionario. También es necesario comentar que Medinaceli le señala algo convincente sobre ser escritor. En la carta que remite en febrero del 32 a Viaña, le plantea que “si no alcanzas a tu Salambó, habrás cumplido tu deber contigo mismo, en primer lugar, que es lo importante, te habrás satisfecho a ti mismo, habrás respondido a tus propias esperanzas y no serás uno de tantos chaupi phunchaipi tutayarqka”.
Adicionalmente, resulta esclarecedor cuando refiere sobre el sufrimiento del escritor. Medinaceli cuenta que llega a comprender una verdad muy interesante cuando está escribiendo su “novelucha”, La Chaskañawi: “Si sufre uno, mejor así, las obras de uno ya no son solamente mera literatura, sino valor humano verdadero, o por lo menos percepción clara de la crueldad de los hombres y de la universal inconciencia de vivir”.
Esta reflexión plantearía afirmar que, aunque uno piensa que él es un predicador de la palabra, está claro que es la imagen del escritor comprometido con su oficio y que descuida hasta su propia humanidad: “He notado al escribir ésta que, de quererlo, y estar menos preocupado de resolver mi situación económica, hubiera podido ampliar los capítulos, redondearlos mejor, profundizar más, darle mayor precisión y mayor interés”. Sin duda, es el escritor que navega hacía a la perfección de la escritura.
En esta labor escritural, Jorge E. Meza relata en El huayralevismo y Medinaceli (1976), que el autor de La Chaskañawi, “comenzó su carrera literaria como poeta antes que como prosista. De ese modo, en 1921 ganó el Primer Premio y la Banda del Gay Saber en un concurso de juegos florales convocado por el Circulo de Bellas Artes de Sucre, con su trabajo Las Voces de la Noche. Empero, un comentario temerario (de un crítico de la época que no deseo recordar el nombre) descalifica este logro, razón por la que nuestro escritor, en el prefacio de Estudios críticos (1938), narra: “Me convencí de que Dios no me llamaba por el camino de Dante y que la poesía ‘no admite la mediocridad’”. Esta afirmación es precipitada, considero que Carlos Medinaceli nunca abandonó el mundo poético.
Los inéditos que exhibo a continuación están en el libro de cuentos Lejanía interior (1937), de Eduardo Ocampo Moscoso. De hecho, al abrir el texto, me topo con una dedicatoria escrita a mano alzada. El rasgo de la tinta china negra revela el destinatario: “A Carlos Medinaceli, con la simpatía de Eduardo Ocampo Moscoso”.
El texto me hace conjeturar que el libro de relatos fue obsequiado por el escritor cochabambino al escritor sucrense para su consideración. Si esto es así, el deseo se habría cumplido a cabalidad porque aprecio las marcas del bolígrafo rojo de Medinaceli en algunos cuentos, pero esta escena de lectura será otra historia a referir en otra oportunidad. Posteriormente reviso la parte final del libro y vaya sorpresa, aprecio los inéditos.
La primera impresión de lectura de estos escritos es que Medinaceli compone poesía. El poeta nunca deja de ser poeta. Transcribo fielmente, en primera instancia, el poema reciente:
Tierra donde he nacido. Tierra de indios
te amo como se ama solo la Tierra
y te amo por la angustia de mis hermanos
de tus cerros saqueados por la conquista.
Tierra de nieve para tierras encendidas
por filones de fuego de oro y estaño.
Tierra que siempre has sido la prometida
para el gringo ambicioso torpe y extraño.
en lo profundo
Esconde tus tesoros de oro y estaño
Tierra violada por la conquista
de tu pecho calienta la buena Tierra
y no alientas el lóbrego afán del mundo
de una guerra inminente e imperialista
estaño en sendos pozos distantes,
Guarda tu claro estaño y no lo vendas
y ya no tengas tratos con traficantes
al jardín que ha puesto sórdidas tiendas
del trabajo del hombre y el capital
bajo tu cielo claro como un cristal
fecunda
Y sí anhelas ser fuerte, bella y profunda
manda tu estaño a México para que fundan
fusiles para España roja y leal
Si un día yo me fuera de esta tierra
tan niña y perfumada
viviría a escondidas un puñado
para besarla y llorar sobre ella
en lejanos paisajes y ciudades
de rastros de los andes mis montañas
como al besarla sentiría el aroma del pan familiar
y el olor de la carne de mi madre
tierrita mía con huecos fuegos del estaño
de claros chispas de metales
Tierra donde he nacido, tierra de indios
que aún siguen flagelados por el látigo
del gamonal mestizo y del soldado.
Cuando la bala parta mi corazón violento
que dulzura el caminar sobre la tierra negra
cubierta el penoso soplo
tapado por la hada ondulada del viento.
Inmediatamente asoma un texto corto en primera persona, en prosa, a la manera de recordatorio para sí mismo. Es un punteo de lo que Medinaceli desea enunciar en el supuesto coloquio.
Tierra y estaño
“Voy a decir estos versos en fervoroso homenaje a la Rep. (República) de México, representada en el Collao de Tierra y estaño por dos grandes espíritus, el ministro Lic. Don Alfonso de R. D. y el Embajador de N. Don Oscar Crespo de La Serna. Voy a leer estos versos en homenaje a la clara y serena República de México, que sabe mostrar al mundo su conciencia revolucionaria y su virilidad, reivindicando a su indio hermano del indio de Bolivia, emancipadora de la zarpa mellada del capitalismo extranjero, prestando en franca y dando apoyo a la causa del proletariado español que en estos momentos es masacrado por ejércitos de sub hombres con (ilegible) y por último que ha brindado la gustosa hospitalidad al (ilegible) y sociólogo ruso León Trosky, proscrito en todo el mundo”.
Lo que me llama mucho la atención de esta reunión de textos es que coincidirían con la tarea de político que ejerce brevemente Medinaceli. Teniendo en cuenta la fecha de publicación del libro de relatos de Ocampo Moscoso, de 1937, y sobre esto Meza rememora que: “A fines de 1937 la Federación Sindical de Potosí y el Frente Popular de la misma ciudad, proclamaron su candidatura a senador, la cual contó con el apoyo unánime de excombatientes, obreros y estudiantes”. Con todo esto, convendrá decir que estos dos escritos aparentemente los habría alcanzado a elaborar como senador de la República por Potosí.
Otro argumento lícito para convalidar los dos trabajos como propiedad del escritor sucrense, deviene de la comparación del tipo de letra del escritor plasmados en los inexplorados diarios personales del escritor.
Carlos Medinaceli nunca dejó de ser poeta, pues la poesía es un posible terreno fértil para todo buen escritor, por eso diría que nunca renunció a componer poesía. Percibo que el escritor estalla como poeta con el verso. Esto se constata en las estrofas del poema original que transcribo, donde afloran sentimientos de continuidad con la Tierra. Tierra entendida como el espacio de él, del poeta. Tierra como el lugar donde duermen los tesoros naturales y que son ansiados por foráneos.
Es una elocuente y original pieza poética escrita que anticipa el desastre de la guerra. Aquí encajaría decir que Medinaceli siempre vivió en cosechas de guerra, y no es simple retórica. En un mismo sentido, la voz poética es enfática al relatar la historia de la Tierra como el escenario bélico, lleno de asaltos y saqueos causados por extraños.
El tono provocador del verso deviene del céfiro pesado originado por los acontecimientos mundiales de ese lapso de tiempo. Él mismo expresó en el contexto de la Guerra del Chaco: “Flota en el ambiente (…) un aire que no es suave”.
El croquis textual “Tierra y estaño” perfilado para la disertación que ofrecerá en una conferencia futura deja ver que el escritor está atento a todo lo que pasa en el mundo. Y es que en ese momento es obvio que Trosky ya está asilado en México, se avecina la Segunda Guerra Mundial y el escritor no es ajeno a los acontecimientos conflictivos terrenales. Por lo visto, Medinaceli brinda, con la escritura, su parecer sobre estos temas centrales mundiales, tal un escritor con espíritu rebelde. En cuanto al mismo escrito, por un lado, no es raro decir que las anotaciones del esquema inédito desnudan que el escritor tiene métodos para consagrar la escritura como procedimiento antes de la oratoria. Por otro lado, refleja la forma en que Medinaceli hace del noble oficio de la escritura una forma de vida. Pues, mientras lee, escribe y corrige y critica. En estas acciones hay una articulación inseparable. En último lugar, Carlos Medinaceli hace de la escritura su sangre, porque él recuerda que Nietzsche escribió: “La sangre es espíritu”.