08/30/2021 por Sergio León

“Allá afuera hay monstruos” es un intervalo entre lo que era y lo que es

Por Camilo Albarracín Zelada

De todas las novelas de Edmundo Paz Soldán quizás sea la que ha orbitado con más velocidad en la gravedad de la coyuntura, que está cobrando relevancia internacional por su pertinencia y el íntimo deseo de salir y sobrevivir; a pesar de, y porque, Allá afuera hay monstruos.

Para acercarme a esta novela debo recurrir a una frase de Walter Benjamin: “En los terrenos que nos ocupan, sólo hay conocimiento a modo de relámpago. El texto es el largo trueno que después retumba”. Esta narración se alza como este trueno.

Nos lleva por aspectos de la pandemia, innegablemente, y de los conflictos sociales que asolaron al continente, contundentemente. Perfila entre sus líneas escenarios lavados por la modernidad líquida predicada por Zigmund Bauman e iluminados por los desanclajes concebidos por Anthony Giddens: aparecen en el estado belicista de los antagonistas Acosta y Carrasco; en el discurso efímero del líder Tomichá que tiene su propia teoría sobre el Bicho; relampaguean en la voz de la narradora, que construye sus propia y pequeña versión del mundo.

Está construida en tres capítulos, por lo que acompañamos a una niña, que a veces parece grande, a veces pequeña, a veces en un altillo adolescente, a veces en el vano de la pubertad, que desde su casa y desde sus ventanas, físicas y tecnológicas, orales y tangibles, visita su presente, configura su propio espacio íntimo. Mira y siente a su madre, una enfermera que se debate entre la salud y la enfermedad, política de por medio.

Esta niña es la portadora de información, esta niña es el río de Caronte, esta niña es la única forma que tenemos de conocer a la ciudad llamada La Estrella y a sus habitantes, a su madre, a sus dos hermanos y a su padre. Así como a los múltiples personajes que trascienden su propia vida.

Ella es el epicentro de una batalla que se vive sangrientamente en su ciudad, entre vecinos, entre colegas, pero que también es parte en una lucha simbólica con su hermano, donde ella a través de las palabras y él a través de los trazos se desviven por uno u otro bando.

En el libro hay una presencia omnipotente que impregna todos los aspectos de la trama: la información, que arriba hasta la casa de la narradora por diversos medios, como la televisión, el internet, podcasts y chismes. Esta información nutre la voz de la narradora con un registro alto, que le da un tono maduro de niñez abandonada, de responsabilidades mayores, de tormenta.

Esta novela es un intervalo, entre lo que era y lo que es, entre lo que éramos y lo que somos. Resuelve con pasión este viaje, porque en cada hoja uno puede conectarse con esa memoria cercana. Vivimos aún en pandemia, pero después de las olas que se vienen, de los acontecimientos que nos sobrepasan, después de ver que tenemos aún bicho para largo, es difícil recordar que esta misma realidad fue diferente, y que visitar estas páginas nos hace repensar el presente desde la ficción de un lugar llamado: La Estrella.

Fuente: Lecturas