Por Jorge Saravia Chuquimia
Cuando la lectura de una obra literaria llega a inquietar, como lo hizo, conmigo, La piedra imán –Obra póstuma–. 17-Nov.-80 al 17-Jul.-81, de Jaime Saenz (1921-1986), es difícil desatender el contenido y la estética y dentro de ésta, la estructura narrativa. El texto tiene dos ediciones: La primera, de 1989, publicada por Editorial Huayna Potosí y la segunda es de 2008, mediante Plural Editores. En este orden, de la lectura de la primera entrega, la narrativa explora los avatares de tenencias y renuncias de la piedra imán: “Por lo demás tengo mis razones para afirmar que la posesión de la piedra imán no depende absolutamente para nada de la paciencia ni de la impaciencia, sino que la piedra imán es una cosa totalmente parte –y guay de los descreídos, digo yo para mi coleto–” (21). Pero, centralmente se cuenta la historia autobiográfica, desde la memoria, del personaje Jaime Saenz, con su abuela, su mamá, su tía Esther, su mujer Erika, su tío Alberto, su tío Luis y sus amigos cercanos.
En la organización del relato destaco la construcción de los personajes. Jaime Saenz edifica al narrador-personaje Jaime Saenz, sujeto ficcional que narra, en primera persona, los sucesos autobiográficos de su vida de niño y adulto con otros actores. Resalto esta representación narrativa porque es impresionante la aparición de protagonistas con nombres de escritores nacionales (de la vida real): El señor Arguedas, Lucho Luksic, Arturo Borda, Sergio Suárez e Ismael Sotomayor: “Era el olor a Bolivia” (61).
Justamente, subrayo que sobresale con claridad la aparición de Ismael Sotomayor. Y en esta correspondencia, la participación con el principal Jaime Saenz significaría poner en tensión la relación literatura y vida, desde la búsqueda del yo. En esta dirección, el autor Saenz erige en Sotomayor el retrato de un individuo ficcional lleno de vicisitudes extraordinarias análogas al propio Saenz personaje. En esta labor mimética distingo tres intenciones constructivas provechosas, con cierto guiño de humor negro: En primer lugar: Ostentar la amistad de Sotomayor; en segundo orden: Ver en el lenguaje el mediador apropiado para representar la resistencia a la vida de hastío y un tercer momento: El imperio del alcohol, elemento inspirador para hallarse en la trama.
Para desarrollar estas figuraciones señalaré que: “En cuanto se crea un ser imaginario, un personaje, uno se enfrenta automáticamente a la pregunta siguiente: ¿qué es el yo?” (Milan Kundera, El arte de la novela), y el personaje Jaime Saenz se sitúa como un yo en estado de espera: “Uno espera y espera –y no pasa nada. Pero pasa” (73). Pasa que el narrador exhibe la filiación con el co-protagonista, como-si-fuera-él-mismo: “Así las cosas, el Ismael Sotomayor me visitaba, y de alguna manera, me ayudaba a vivir”. Ismael es el amigo sanchopancesco que acompaña fielmente al quijote Jaime, en sus locuras: “Yo compraba tornillos en las ferreterías, no sé para qué –el Ismael se reía, y movía la cabeza”. Sancho entiende el existir del Quijote. Es decir, Sotomayor tolera las excentricidades del amigo Saenz, con guasa. Desde esta perspectiva, los dos personajes rondan entre la cordura/locura.
Siguiendo esta dependencia exhibicionista, el narrador describe (alegóricamente) a Sotomayor: “Y dicho sea de paso: él sí que tenía un olor de antigüedad. Parecido al olor de esos pianos abandonados y que ya no sirven para nada”. (74), además “–a su edad, con sesenta años encima, tenía una agilidad sorprendente. En cuanto a su joroba, eso no era nada. No le molestaba. Estaba acostumbrado a llevar la joroba a cuestas”. El personaje Saenz confiesa: “La verdad es que era un gran amigo. Lo que llamo un gran tipo” (75), por eso luce la devoción a Sotomayor, tal se describiera él.
La segunda apreciación de la escenificación del personaje a través del lenguaje. Lenguaje que tercia de la renuencia al tedio. Está claro que La piedra imán sustenta el lenguaje saenziano y su influencia. Entonces, el Ismael en esta lengua consulta: “¿Por qué eres así?”, me preguntó de pronto. No es que yo quiera criticarte; ¿quién soy yo para criticarte? Más bien aplaudo tu manera de ser. Y si eres supersticioso, y crees en los diablos y en la piedra imán y demás cosas, tendrás tus razones; pero a lo que yo voy es a esto: ¿por qué eres así?”. La forma textual de inquirir “¿Por qué eres así?”, es una modalidad distintiva de la estética del autor, es el dialecto de Saenz. De esta manera, la arquitectura de la palabra refleja la exploración del yo en el mundo, con la escritura, en una geografía a la hechura de Saenz: La Paz.
A la extrañeza, la grafía: “¿Y entonces cómo quieres que sea?, le dije. (…) Si soy así, será porque soy así, y vaya usted a saber por qué” (165). Saenz no cesa en la indagación de su pertenencia en la vida: “Y seré sincero. Yo no sé por qué soy así; quizá soy así porque no soy así; y quizá no soy así. A lo mejor bebo para no ser así. Mucho me temo que soy así, es decir, que no soy así. Me pones en apuros; yo no sé cómo soy, pero soy así, y no me gusta ser así. Seguramente por eso bebo; solo cuando bebo me gusta ser así. En una palabra: tal vez bebo para ser como soy. (…) Sin embargo el horror que anda del brazo del alcohol me atrae” (166).
En este tercer segmento, Saenz autor labra la figura de Sotomayor sumergido en el mundo de la bebida, como testimonio de aprendizaje de ese cosmos. Y lo hace con la poética del olor y el alcohol. Ismael es tan pobre y de yapa jorobado que se emborracha con el amigo y es el signo de “estarse” en el universo, en la “bodega”. Antes de empezar a beber, todo pasa por el olor: “Una vez le hablé de la atracción que sentía por el olor de los muertos y lo llevé a la morgue, que precisamente quedaba a poca distancia de la casa”. Ya en la depósito de cadáveres sucede que: “No me asusto, dijo Ismael. Gracias a Dios, estoy borracho –y era verdad. Si no se asustaba, era porque estaba borracho” (74).
El olor a muerto es la sensación que percibe Saenz personaje y estimula empatía por Sotomayor. La ecuación simbólica de olor-alcohol es importante porque legitima el yo, en términos de comprender la existencia: “Guardaba silencio. Un olor a nada, y que no era sino el olor del alcohol” (163). Por eso, llama al bodeguero y exige una botella. Ismael no es malagradecido: “Dios te lo pague. Y con carnes frías y con una botella de pisco a la vista y las que vendrán, ésta sí que es vida” (164).
Las tres características distinguidas en la cimentación del sujeto ficcional Ismael Sotomayor, en La piedra imán, constituyen identificar la visión de mundo de Jaime Saenz personaje. Por ende, Jaime Saenz autor proyecta significados magnéticos desde sus personajes y que lo permea mediante la literatura. En vista de los cual, certifica: “Yo era la piedra, por lo mismo que la piedra era yo” (137).
Fuente: Letra Siete