Por: Rodrigo Bastidas
Mayo de 2021
Afuera de casa se escuchan petardos lanzados por las fuerzas policiales al servicio de un Estado violento, mientras en miles de pantallas de celular se narra la historia de una represión que está asesinando a los colombianos. A través de lives de Instagram, los jóvenes cuentan un ciclo de horror que tiende peligrosamente a la normalización: días de marchas coloridas, tardes de zozobras tensas y noches de terror oscuro. En medio de esta transformación radical de la realidad política del país, la mayoría de los noticieros aliados del Estado yuxtaponen los informes de la pandemia (y la paquidérmica vacunación) con las protestas de los manifestantes, tratando con ello de crear un desborde de información que conduzca al vaciamiento de la subjetividad, a la pura producción de datos fríos y despersonalizados de los tecnócratas de turno en el gobierno.
Frente a esta propuesta cuantitativa de la información que se está produciendo en Colombia, quiero imaginar que, desde el arte, se está construyendo un contrapeso que permita tejer narrativas de lo subjetivo, lo íntimo, lo personal. Una especie de respuesta radical que permita ver la relación fractal entre las necesidades y luchas personales de cada individuo que grita consignas en las calles, y la construcción de la protesta multitudinaria de un pueblo que desea cambiar el rumbo de su país. En el caso de la literatura, esa narrativa podría basarse en una ficción contra-estatal que permita partir de la imaginación para hablar del mundo; un movimiento que permita la desnaturalización de una masacre que se comete día a día en las calles de Colombia y que los noticieros intentan volver cotidiana. En este marco, una novela como Allá afuera hay monstruos (2021) de Edmundo Paz Soldán, es una clara muestra del camino que podríamos seguir para iniciar ese proceso narrativo.
Allá afuera hay monstruos [Cochabamba: Editorial Nuevo Milenio, 2021] narra, desde el punto de vista de una niña de 12 años, la llegada de “el bicho” al barrio de La Estrella; el bicho no es sino otra forma de llamar a una pandemia que transforma la vida no solo de las microsociedades de la familia, sino de toda la dinámica sociopolítica del país. Muchos lectores han hablado de Allá afuera hay monstruos como la primera novela latinoamericana de la pandemia; sin embargo, me aventuro a decir que en realidad este libro no busca contar lo cotidiano de una crisis similar a la del Covid-19, sino señalar los profundos cambios sociales que esta crisis causa cuando se convierte en un gatillo de aceleración para las políticas neoliberales que, en países como Colombia, se intensificaron mostrando su lado más cruel.
Si bien “el bicho” es el eje primordial de la ficción, Paz Soldán desplaza rápidamente el centro narrativo de la crisis sanitaria (que queda como un trasfondo) a una crisis política. De un lado está el gobierno del presidente Carrasco que, interesado en la apertura económica y en los intereses de las multinacionales, decide que el valor de la vida es subsidiario del valor del capital, desoye médicos y científicos, inventa noticias y promueve una especie de sacrificio necropolítico que sustenta con fuerzas paramilitares; del otro lado está la resistencia del barrio La Estrella, encabezado por Elsa Acosta: un espacio enclavado al otro lado de un puente que toma visos de un movimiento social, una comunidad que intenta sobrevivir en medio de una pandemia y que, en ese proceso, se convierte en una organización heterogénea y cohesionada que pelea con la fuerza de lo comunitario y lo revolucionario. En este marco ficcional, frente a los ojos de la niña narradora (y de su madre, enfermera en el hospital y de su hermano menor, que sufre crisis de ansiedad) pasan personajes que dejan ver los matices de la vida y de la lucha: soldados de ambos bandos, médicos, adolescentes, podcasters, mensajeros o sicarios del Estado. En esta estructura, que Paz Soldán retoma de la increíble novela Cartucho (1931) de Nellie Campobello, hay una propuesta crítica que termina siendo una apuesta política: en un mundo que pronosticó la pandemia entre una esperanzadora revolución de Zizek y un pesimista control tecnocapitalista de Byung Chul Han, solo lo comunitario logra salvar al individuo.
Para comprender esto es necesario tener en cuenta que Paz Soldán escribe su novela tomando como escenario político y social las crisis de la pandemia en el Estados Unidos de la época Trump, pero su narrativa pareciera coincidir más con las crisis que ha causado en países más periféricos, como los latinoamericanos. Esto se puede explicar claramente por unas dinámicas que el autor, muy agudamente, ha sabido encontrar en la aceleración de la política postcapitalista. Mientras en países como Estados Unidos el manejo en las políticas públicas produjo la caída del poder republicano, en países como Colombia una crisis de salud con uno de los peores manejos de la región agudizó los problemas sociales ya existentes y creó el resquebrajamiento de las instituciones del Estado. Así, lo que ocurre en Colombia con el gobierno de Uribe (subrogado en la imagen de Duque) o en Chile con el gobierno de Piñera es la división enfrentada entre un grupo interesado en las dinámicas económicas globales (como sucede en la novela con el gobierno de Carrasco) y un pueblo que exige políticas de bienestar (como el grupo liderado por Acosta). La particularidad de estas formas de control por parte del Estado es que el pueblo, debido a la pandemia, ha entregado un poder (simbólico y real) al gobierno para que cuide de su salud y cree políticas de bienestar social; pero, en lugar de cuidar de la población, ha usado ese poder para blindar las descompuestas y vetustas estructuras de corrupción y amparar las políticas neoliberales de control. Es precisamente este momento de resquebrajamiento de las instituciones, los gobiernos y el concepto mismo de nación el que se vive actualmente en mi país y el que se narra en la novela de Paz Soldán. Una muestra de que, al final, la radicalización y el escalamiento de los enfrentamientos entre las dos facciones de poder desigual resulta inevitable.
A toda esta crisis política se añade un proceso de reconstrucción cultural: la caída de la nación como un espacio de identidad posible conlleva la fabricación de nuevas mecánicas de relación social. Una de esas formas es que el ciudadano busca articularse en grupos de identidad local en los que encontrar el apoyo colectivo (en todas sus facetas: emocional, teórico, económico, artístico, psicológico) que no le ha dado el Estado: afrodescendientes, indígenas, disidencias sexuales, barras de fútbol y feminismos aparecen como lugares de construcción de lo propio desde lo público. No es gratuito que Paz Soldán se haya decidido por narrar desde la voz de una adolescente: un personaje que se construye a sí misma a medida que encuentra personajes, ideas, propuestas y puntos de vista, gracias a los cuales elabora una visión particular. Solo a través de este contexto y esta apertura hacia el mundo, descubrirá que solamente en la relación entre el “yo” y “los otros” se construye una comprensión del mundo.
Mientras escritores, periodistas y cronistas estaban ocupados en la escritura de sus memoires de encierro y cuarentena, Paz Soldán quiso dar un giro: alejarse del “yo” autoficcional de los diarios y pensar en los intercambios que se producen entre ese “yo” individual, un “nosotros” común y un “todos” social. Paz Soldán se centra en la aceleración de los sistemas económicos y políticos que produjo la crisis de salud y las consecuencias que producía ese cambio en un circuito que se retroalimentaba dirigiéndose a los extremos. El resultado de ese proceso es que, al igual que había hecho antes en libros como Sueños digitales (2000) o Los días de la peste (2017), logra viajar en el tiempo. Allá afuera hay monstruos visualiza en su escritura de 2020 lo que ocurre en 2021, poco tiempo después, justo ahora, afuera de mi ventana: una pandemia llena de balas aturdidoras estallando y gases lacrimógenos llenando el ambiente y, además, emplaza una pregunta necesaria para seguir pensando nuestra literatura y sus transformaciones a partir de las crisis sociales, ahora que hemos llegado a un punto tal del resquebrajamiento social que pareciera que ninguna esperanza es posible: ¿qué hacer, cómo construir una narrativa que lo cuente, cómo imaginar un futuro en medio del caos? Porque, al igual que en la novela de Paz Soldán, en Colombia podemos decir que afuera, defendiendo un Estado indefendible, hay monstruos.
Fuente: afuerablog.com/