«El bosque metió en movimiento su mecánica donde cada engranaje de hoja se hincaba entre pájaros aún en crisálida». (Edmundo Camargo)
Por Ariadne Ávila
La experiencia de leer a Camargo va más allá de simplemente leer un texto bien trabajado; leer a Camargo es darle un vistazo al centro de las cosas, mirar ahí, donde la ciencia no llega y la palabra no explica. Leer a Camargo es fundirse con el todo para comprender que uno no es más que un simple engranaje en la maquinaria de la existencia, una simple parte minúscula del tiempo y de lo existente.
Su obra es breve, como lo fue su paso por la vida.
El poeta, nacido en Sucre en 1936, empezó su labor literaria muy joven y, a pesar de su prematura muerte, llegó a ver algunos de sus poemas publicados en revistas literarias. En 1967, a sus veintiocho años, falleció por una enfermedad congénita que lo aquejaba desde mucho antes. Sabía que iba a morir; era tan consciente de su fecha de caducidad que –según se cuenta– una semana antes de abandonar su cuerpo, invitó a su colega Jorge Suárez a tomar el té en su casa y le entregó sus manuscritos. Así, las únicas ediciones que existen de su obra son póstumas.
Quizá por esta precocidad con la que la muerte lo visitó, la obra de Camargo es escasa en cantidad; pero extremadamente potente en calidad y contenido.
Ahora bien, hagamos algunos apuntes sobre esta maravillosa obra boliviana. Advierto que todo lo que se dirá en adelante, seguramente, ya se ha profundizado en textos críticos, tesis o ensayos existentes sobre Camargo. Sin embargo, vale la pena crear ecos para acercar a nuevos lectores a estos potentes versos que no pueden ser ignorados al hablar de la literatura en Bolivia.
En la obra de Camargo, el universo se presenta como una maquinaria compleja y orgánica en la cual todos los engranajes están conectados. Y, al hablar de engranajes, no nos referimos precisamente a piezas metálicas que colindan las unas con las otras facilitando el movimiento de una máquina móvil. En cambio, nos referimos a cuerpos –diferentes tipos de cuerpos: orgánicos e inorgánicos– con texturas y densidades distintas que colindan unos con otros y se acoplan para mantenerse siempre unidos; pero no con el afán de hacer “funcionar” una máquina, sino con un propósito que va más allá de la comprensión y utilitarismo propios de la practicidad humana.
A veces, estos engranajes aparecen nombrados simplemente como “engranajes”: «De pronto el cielo es un reloj parado/ entre los engranajes de la estrella», «desde el principio sus engranajes/ pulsaron este tiempo que es mi tiempo». Otras veces, cumplen la función de engranajes cuerpos menos densos, como telarañas: «y todo lo creado palpitó en su telaraña», «el Ángel tendió las alas en telarañas transparentes». También encontramos versos en los que el cuerpo humano –sobre todo el cuerpo/ cadáver– cumple esta esencial función: «Mi cuerpo era badajo de campana/ raíz en otro cuerpo». Y sobre esta última forma en la cual aparece el engranaje, el cadáver, hablaremos más; pues, el cuerpo corroído es un tema de suma importancia al momento de hablar de la obra camarguiana.
Para profundizar en este tema, debemos comprender que, en la maquinaria de la que ya hemos hablado, los cuerpos enterrados o corroídos son semilleros de nuevas vidas. Y es que todos los cuerpos –orgánicos e inorgánicos– se desgastan y se corroen: «El tiempo nos penetra por los ojos estamos llenos de su cal». Sin embargo, siempre vuelven a florecer en nuevos cuerpos que se adhieren a la existencia reemplazando el lugar de los primeros y convirtiéndose en nuevos engranajes.
Ahora bien, los engranajes en Camargo no se limitan a los cuerpos físicos; así pues, se puede encontrar también engranajes temporales. Sí, los distintos tiempos que conforman el tiempo total se unen y se engranan unos con otros. El ahora, de este modo, se disuelve y se funde en el después. Todos los tiempos resuenan los unos en los otros –el tiempo de los muertos, por ejemplo, resuena en el de los vivos–, lo cual nos lleva a recordar el cadáver como semillero de una nueva vida: «más vale que el árbol/ disperse mi corazón como una flauta». Resuenan sus voces (las de los que ya no están), resuenan con las del presente y armonizan con las que vendrán; van creando la polifonía de la existencia, una polifonía en la que cada línea melódica funcionaría como un engranaje no táctil, un engranaje temporal.
La compleja maquinaria que se muestra en la obra de Edmundo Camargo tiene un fin trascendente, un fin que excede nuestra comprensión humana. ¿Cuál es este fin? Esa respuesta se la deja el poeta al lector. Y este gesto de velar el mundo, de velar el porqué de tanta telaraña y engranaje en la existencia misma, es lo que convierte a Camargo en un escritor cuya obra debe ser imprescindible, un escritor al cual no se puede dejar de lado.
Leer a Camargo, repito sin remordimiento, es darle un vistazo al centro de las cosas y tratar de comprender ese centro; leer a Camargo es mirar ahí, donde la ciencia no llega y la palabra no explica; leer a Camargo es una experiencia que trasciende el lenguaje.
Fuente: laciudadinventadabolivia.wordpress.com/