Por Mauricio Bagatin
Escribir es inútil, sin embargo hay que hacerlo para darle algún sentido a la vida, para evocar historias vividas y no vividas, paisajes verdaderos y falsos, figuras extrañas y figuras extraordinarias…
Los que han nacido en democracia coleccionan figuritas de Messi y Ronaldinho y el 21 de junio esperan el primer rayo del sol en Tiwanacu, viven en casa “casi cholet”; entre ellos hay muchos obesos y choripapas y pseudo Mc Donald’s -hay violencia, racismo y mucho alcohol- wiphalas, monolitos y nombres de toda esta civilización del espectáculo. Bolivia es simbología, Bolivia son mitos profundos que con cada generación cambian piel como las serpientes, y así, solo así, vuelven a empezar.
Seúl, São Paulo es la evolución de un cuerpo, lo que un verso de Blanca Wiethüchter, lo que se descubre, lo que es ya descubierto, lo imposible a descubrirse… las diferencias en el olor (si se hubiera estrenado Parásitos antes de la novela… aunque la generación es la misma) en el color de la piel, en ser lampiño y tener la libreta del servicio militar. No parece vislumbrarse ningún dilema shakesperiano y sin embargo lo hay: “Ni boliviano, ni brasileño: aymara”. Para quien escribe la novela no es nada, que es todo.
Comilonas, mestizajes y fiestas, fiestas para todo y para nada, cómo hacer dinero, emigrar y hacer afuera lo que nunca harías aquí, todo para salir vivo de la vida… la camaradería es el like (not rolling stones) al Facebook, la tecnología que se ha adueñado de lo humano, no hay Le donne, i cavallier, l’arme, gli amori, ya no… Baudelaire sembrando flores en el asfalto, un flâneur volando en mota y Claudio Ferrufino que inspiran… hay que emigrar, irse antes de los veinte años, mañana tal vez volver, pero ahora irse, alejarse, desdoblarse, metamorfosearse en el desarraigo y luego, tal vez, volver. No cambiará nada porque nada habrá cambiado, sino nuestro ver: si un muchacho no se encuentra de repente solo al mundo, nunca crece…
Seúl, São Paulo es el reaparecer del final de la Chaskañawi, un Adolfo Reyes que lúcidamente reafirma los males de esta, y de todas las otras sociedades, la escuela y el cuartel… y el consuelo o la burla a una declarada derrota, la Claudina. Bolivia es un país fantástico, un país imposible, por eso mágico, donde todo es ligado a su simbología necesaria. Hacernos creer que lo mejor es lo que se importa mientras se come quinua en toda Europa y en los Estados Unidos; hacer creer que la moda, que la música, que hablar en otro idioma y jugar al tenis… y terminar siempre como unos Santiago Zavala.
Fuente: sugieroleer.blogspot.com/