Este domingo 9 de junio, a las 8 de la noche, Víctor Hugo Romero presenta Yo, el Presidente en el marco de la XIV Feria Internacional del Libro de Santa Cruz.
Yo, el Presidente: la consciencia de este personaje nos lleva a esclarecer un país caótico y hundido en crisis permanente
Por Óscar René Oviedo Morales
Bajar el precio del pan por decreto no sería una medida descabellada en la política de un presidente: ganaría muchos adeptos y se quedaría en el gobierno posiblemente por una nueva gestión.
La novela boliviana de los años de democracia es -en mi opinión- fantasmal: nuestros novelistas hacen un uso exagerado de muertos vivientes, vivos medio muertos y todo tipo de comunicación paranormal. Víctor H. Romero hace lo contrario de principio a fin.
La narración es clara, ágil, plena de acción y en este caso, la intriga política y policial tampoco están ubicadas en un país indeterminado, fantasmagórico; al autor sólo le falta decir el nombre. Con destreza, pasa del análisis político al de los intereses privados, personales, egoístas; de la psicología del pueblo a la que corresponde a los gobernantes. Es una lectura que puede hacerse de un tirón si se dispone de unas horas.
Los hechos son descarnados como la luz de las tierras altas; con argumento y trama nítidos que se abocan al ambiente de crisis política, económica y moral del país. Es a través de la aventura de un agente policial que vivimos por dentro todas estas dificultades. Y a medida que avanzamos la lectura todo se acelera y nos sorprende con un final de alguna manera inesperado, después de haber navegado por la reflexión íntima de algunos de los personajes y habernos mudado a hechos que el narrador refiere sin perderse ni en descripciones que pudieran estar por demás ni en narraciones paralelas que podrían hacer menos concreta toda la historia.
Un agente policial ha recibido la orden de matar al presidente, pero él es leal y juega desde entonces a dos bandos. Es la consciencia de éste personaje la que nos lleva a esclarecer un país caótico y hundido en crisis permanente. Los intereses egoístas de poder político y las alianzas de conveniencia campean en medio de un pesimismo generalizado.
Sólo el presidente tiene una actitud extraña, digna de un thriller actual y recomendable para entender la realidad local. Se trata de un presidente extraño, único, peculiar el que da título a la obra: es consciente de sus defectos personales en cuanto a carencia de virtud y moral, pero ¿es vanidoso y no obstante se da cuenta de que lo es? No importa, él está convencido de que el pueblo se destruye a sí mismo, está desilusionado por lo que él mismo ha vivido a lo largo de su carrera personal. El amor a la patria y el amor a la familia están vibrando al mismo tiempo, pero el presidente ve una sociedad pegajosa en la familia y en la tradición cultural, cree que éstos son los motivos para que la patria no estar abierta a la modernidad. Tiene una visión descarnada de sí mismo pero también del pueblo, tanto, que planifica lo que nadie podría imaginar siquiera para salvar al país. Está convencido de que él no le hace daño al país. No es su propia angurria de poder sino la de los opositores la que pone en riesgo toda la empresa.
La figura está clara.
Fuente: Ecdótica