Las novelas ocultas
Por: Christian J. Kanahuaty
En mi última visita relámpago a La Paz para participar como lector en el festival Internacional de Poesía me llevé en la mochila una novela que acababa de comprar tarde antes, una que siendo de Anagrama ya presagiaba algo interesante y no es que ésta editorial sólo publique textos buenos, sino que en gran medida encontrar y leer un libro depende en mucho del estado de animo del lector. Leía el nombre: Jeanette Winterson, el nombre no me decía nada, luego el título: Escrito en el cuerpo (Written on the Body) y aquí ya se abrieron las puertas o se trataba de una novela erótica o de una novela más dentro del canon romántico que a veces tienen mucho que ver con las quejas y los llantos de la culpa.
No quise en ese momento leer la contratapa y no saber a lo que me atenía, quise solamente en ese momento entrar en la novela y ver qué pasaba conmigo y con la historia, pero claro, eso no pudo ser porque esa misma noche subía a un bus y encaminaba mi vida hacia La Paz. Cuando llegué al hotel empecé a leerla y me produjo una gran satisfacción darme cuenta que desde el inicio ya no se anclaba en supuestos, sino que si bien iba a contarme una historia de amor con rupturas, encuentros y desasosiegos, el narrador no era ni hombre ni mujer y sólo nos preguntaba una cosa, o buenos dos: ¿Por qué la ausencia es la medida del amor? y ¿Por qué las cosas que más necesitamos escuchar son las que menos se dicen?
Si uno deja sueltas éstas preguntas ya puede armarse una historia trágica. Pero la habilidad de la autora no es quedarse en la conmoción, sino más bien sacarnos fácilmente de ella y llevarnos a ver qué pasó en la vida de la persona que nos cuenta su historia. ¿Qué pasó para llegar al punto de formularse esas preguntas? ¿Dónde y en qué momento dejó que la historia de su amor fuera superior a todas sus fuerzas? Me parece que hábilmente ésta respuesta no se encuentra en el libro explícitamente, sino que cada uno de nosotros lectores iremos sacando una, porque cada uno de nosotros encontraremos en la ausencia y en la frustración de no tener a quién amamos una salida a nuestros propios remordimientos porque haber dejado ir a la persona que supuestamente amábamos con el argumento de que así le estábamos haciendo un bien.
Sin querer Winterson ha escrito la contracara de la historia del héroe de las novelas románticas que bien podrían arrancar con El rojo y el Negro de Sthendal pero la autora a través de su narrador sin género definido nos va diciendo es que el amor a veces es sólo una leyenda que tiene una cifra en su reverso.
La novela reconstruye el cuerpo, lo nombra, casi escatológicamente, lo resignifica y lo envuelve en tul para ella misma, para la narradora, porque hay también un punto ciego donde el amor obnubila los sentidos y todo es pasión y recuerdo y reconstrucción y vigilia. Así la novela se divide en las partes: “Las células, tejidos, sistemas y cavidades del cuerpo”, “La piel”, “El esqueleto”, “los sentidos especiales”. Si la novela se llama escrito en el cuerpo, tenemos que ver que hablamos de éste cuerpo y no de un cuerpo ideal o metafísico. Hablamos de un cuerpo concreto, de una amante reconocible porque su piel es nuestra. Porque en nuestro ojos y mente se ha gravado sobre el frío y el hielo los contornos de ese cuerpo que ahora nos encargamos de evocar página tras página.
Winterson no entrega esta novela de pasión, de las preguntas sin respuesta: ¿Por qué la ausencia es la medida del amor? y ¿Por qué las cosas que más necesitamos escuchar son las que menos se dicen? Éste es el momento para nombrar a la segunda novela que quiero comentarles, también escrita por una mujer, si la anterior estuvo escrita por una inglesa esta es francesa. Recomendación expresa de don Jaime Nisthaus, se llama: Los Plátanos y su autora es Monique Lange. De algún modo ésta novela también retoma y formula las preguntas que nos dejó Winterson. La novela está narrada en tercera persona, pero en muchos de sus capítulos sólo acontecen diálogos y descripciones del paisaje estival francés simplemente necesarias, no exageradas, su manejo del lenguaje es exacto, justo, evocador y por demás elocuente.
Lange nos mete en un viaje, un auto, dos personajes y un tercer personaje del cuál en todo momento se habla.
Un hombre va en auto acompañado de su ex amante y ahora amiga, pensando en ella, la mujer que se ha ido a buscar nuevos horizontes, nuevos destinos y tal vez nuevos amores. Pero él no la puede olvidar y es tanto su impulso por verla y estar a su lado que su ahora amiga y ex amante lo seduce, lo ama, lo acompaña y lo conforta a los largo de dos días y en dos ocasiones hacen el amor y él no puede dejar de pensar en ella.
Aquí Lange nos muestra otro tipo de personaje menos patético de lo que parece, simplemente es un tipo que no puede cambiar de sintonía de amor, no es tan fácil como cambiarse de sombrero. Pero también sabe que debe ir, que lo importante es formular la pregunta y no esperar si quiera una respuesta porque se conoce y entiende que ha sido en gran medida por culpa suya que esa mujer se ha marchado.
Él reconstruye sus errores, los toma como lo que son: recuerdos, pero no puede desprenderse de ellos, no puede tampoco dejar de quererla a su lado y no está dispuesto a dejarla de amar, incluso el contacto con otro cuerpo es sólo circunstancial porque el cuerpo de la mujer ausente es más fuerte que ha logrado entrar a donde su ex amante jamás llegará; aquí de nuevo el cuerpo, ese que Winterson ya nos había descrito exhaustivamente. En el amor al parecer sólo hay cuerpos en medio del amor. Eso nos dicen ellas, Winterson y Lange, es el cuerpo lo que se quiere y todo lo que emana de él.
Estas dos novelas indagan el amor, el cuerpo, la ausencia y las palabras que se esperan y nunca se dicen. Las palabras con las que están hechas las historias que intentó reseñar y contar son como casi siempre insuficientes, lo mejor será, entonces, buscar y leerlas. Estoy seguro que el final de ambas les despertará nuevas imágenes, algunas sensaciones y quizás algún gesto.
Para descargar Rojo y negro (Le Rouge et le Noir), novela que Henri Beyle, más conocido por su seudónimo Stendhal, publicó a mediados de noviembre de 1830 siga el siguiente enlace.
Fuente: Ecdótica