Voyerismo y Cartas para comprender la historia
Por: Ricardo Aguilar Agramont
El teleférico ha potenciado el voyerismo de los paceños (de hecho una de las preocupaciones que manifestaron hace un tiempo los vecinos miraflorinos que se opusieron a la línea Blanca tenía que ver con la privacidad).
Con el teleférico se vio la incomodidad paranoica de algunos vecinos del barrio San Alberto, quienes advertían a aquellos usuarios fisgones impresionados por sus mansiones, antes escondidas a la mayoría de los ojos, que sus miradas estaban siendo correspondidas: “esta propiedad está siendo monitoreada por ‘x’ o ‘y’ empresa de seguridad”. Aún se lee esa inscripción en enormes letreros el momento exacto en que se inicia un juego de contacto visual fingido en el que uno de los espectadores, despreciativo, carece de los miramientos del otro.
El gusto por los libros de cartas de personas famosas tiene otra buena dosis de voyerismo…: Carta al padre, de Franz Kafka, Cartas a Nora Barnacle, de James Joyce (ni qué decir), la correspondencia entre Gustave Flaubert y George Sand, de Borges a Estela Canto, de Theodor Adorno a Walter Benjamin, en fin…
Leer una carta que no está dirigida a uno es sin duda una de las mayores violaciones a la privacidad de una persona, ahí reposa cierto gozo voyerista en la lectura de estas publicaciones póstumas no ficticias.
Llenando los nombres vacíos
En Cartas para comprender la historia de Bolivia —libro compilado por Mariano Baptista Gumucio, recientemente reeditado por la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia— el lector actual puede violentar impunemente la correspondencia de Antonio José de Sucre, Simón Rodríguez, del dictador José María Linares, Mariano Melgarejo, Eduardo Abaroa, Eliodoro Camacho, Aniceto Arce, Mamerto Urriolagoitia, Ricardo Jaimes Freyre, Adela Zamudio, Franz Tamayo, Augusto Céspedes, Daniel Salamanca, Carlos Montenegro, Víctor Paz Estenssoro y muchos otros conocidos personajes históricos.
Todos son grandes nombres de la historia del país que en el mejor de los casos se han convertido en una sola de sus frases, la cual suprimió al resto de su discurso: “Rendirme yo?”, “Confianza ni en la camisa”, “Bolivia se nos muere”, etc.
Aquellos nombres devenidos en frase son los que corrieron con una mejor suerte, ya que la mayoría, como sucede en toda canonización, terminó por convertirse en no más que, justamente, un sustantivo vacío, o peor aún, el de una referencia de lugar en una urbe, una dirección, una plaza, una calle, una avenida, un pasaje o un monumento que sólo algún turista, a veces, se detiene a mirar.
En Cartas para comprender…, en cambio, se tiene al menos un fragmento de la enunciación de estas celebridades en epístolas dirigidas a sus allegados en una intimidad inequívoca, en una confianza que se sabe inexpugnable para cualquier intruso, para cualquier mirón. No obstante, hoy, los lectores invasores violentan esa correspondencia ajena sin ser observados, sus miradas no son correspondidas ni siquiera en la simulación del ejemplo del cartel de San Alberto y los usuarios del teleférico.
Es cierto que hay en este libro “cartas abiertas” de relevante interés histórico en las que el gozo voyerista está excluido, pero son muy pocas y no quitan la tónica predominantemente intrusa de esta lectura.
Fisgoneando en el pasado
Hay, además, un condimento en este fisgonear que complejiza el acto voyerista: lo público y lo privado se entremezclan al accederse a las cartas personales de individuos eminentemente públicos que hablan a su lector ideal (un familiar o un conocido) sobre asuntos de interés común, es decir sobre temas de incumbencia general. Estos personajes de la historia, que escriben de lo público en privado, jamás hicieron estas cartas pensando, ni por asomo, que en el futuro cualquiera podría leerlas.
Hay sin duda en todo esto una indefensión en que quedan estos grandes personajes mitificados por la historia oficial escolar. En sus cartas muchos revelan en primera persona sus miedos, dejan ver sus debilidades, su sentido del humor, sus intereses, sus esperanzas, sus prejuicios, confiesan sus afectos y odios, se muestran furiosos, amenazantes y vengativos, otras veces complotan o sencillamente dejan entrever la banalidad de sus preocupaciones. Todo ello queda a merced de las miradas del voyeur.
El “magnicidio”
En un momento en que la nueva historiografía hace varios años que asesinó simbólicamente, mediante el lenguaje, a monarcas, presidentes y generales, posando su vista sobre los testigos mudos y anónimos de la historia como los nuevos sujetos de su relato, relegando a los grandes nombres a papeles cada vez más secundarios, Cartas para comprender… de Baptista, proponiéndoselo o no, participa del magnicidio simbólico al exponer parte de la intimidad descrita de esos nombres de la historia convencional.
Así como aquél turista cualquiera que se detiene a mirar el monumento inerte en que se ha convertido el nombre de un personaje histórico (por gracia del encumbramiento de la historia escolar que ha significado la supresión de su vida y discurso); los turistas de la historia, los lectores no especializados, podemos tener el gusto de posar la mirada en un fragmento de lo precisamente suprimido, en un trozo de una vida íntima y su enunciación, lugares que habían estado ocultos a la mirada, tal como aquellas mansiones de San Alberto cuyo único discurso es: “esta propiedad está siendo monitoreada”, como iniciando una misiva con la frase: “a quien corresponda…”.
El “teatro” del libro
Con una puesta en escena teatral a cargo de los dramaturgos Percy Jiménez, Patricia García y Carlos Ureña, este 13 de agosto, la BBB —invitada de honor de la Feria del Libro 2017— presentará el libro Cartas para comprender la historia de Bolivia, compilado por Mariano Baptista, en la FIL La Paz 2017.
Fuera de la FIL, los interesados pueden adquirir la obra a un precio subvencionado en la librería de la BBB, que se encuentra en el número 2445 de la calle Capitán Ravelo, entre Puente de las Américas y Belisario Salinas (Sopocachi).
Fuente: Letra Siete